Análisis | Opinión

Política inhóspita o el sueño de la razón dogmática

"La clave que distingue la democracia de otros sistemas se asienta no únicamente en la capacidad de elegir quién habrá de gobernarnos y en el modo de repartir el poder, sino también en la importancia, no siempre asimilada, de aceptar la impotencia y de saber renunciar", escribe la autora.

Congreso de los Diputados.

Aquí puedes leer todos los Incordios de Ana Carrasco-Conde

Si los sustantivos traen a presencia lo nombrado, por recordar a Anne Carson en Autobiografía de Rojo, los adjetivos los situarían en su lugar de particularidad. Carson llega a decir que los adjetivos son los “goznes” del ser de aquello que designan porque no sólo sitúan al sustantivo sino también porque, haciendo rotar la palabra sobre la bisagra, nos dan acceso a otra perspectiva del mismo. Ahora bien, si dejamos de mirar al sustantivo podemos entrever desde las rendijas la particularidad del lugar en el que estamos situados.

En democracia, de una política no se debería decir que es inhóspita porque este adjetivo en realidad arranca la puerta de su marco y nos arroja con ella a un lugar que no es el suyo. Y así, con la puerta convertida en alfombra mágica, cambiamos sin darnos cuenta de habitación “democrática” para introducirnos en otro habitáculo más angustioso y desapacible porque, al fin y al cabo, la puerta y el pomo nos son familiares. Nos equivocamos al pensar que, cada vez que crucemos esa puerta, llegaremos a la misma estancia de nuestra familiar política. Como si la democracia siempre fuera a estar ahí. La democracia no es ningún hecho ya ganado que nos contenga, sino el hacer mismo sostenido en el tiempo de un modo de gestionar, de forma negociada, el espacio compartido en la diversidad y pluralidad de un nosotros.

La política no es más que un modo de edificación que hace de las leyes y los modos los ladrillos de una convivencia. No en vano la palabra política, de origen griego, remite no solo a polis (ciudad) sino a polizo (edificar). Por eso Heráclito sostuvo, entre otras cosas, que para seguir en pie un pueblo ha de defender dos cosas: las murallas y sus leyes. Podríamos decir que las leyes, las normas, pero también las costumbres y las maneras de tratarnos, constituyen los elementos estructurales de un hacer en frágil tensión que diferencian a una sociedad democrática de otras que no lo son. Siempre hay política porque, como dijera Aristóteles, somos consustancialmente animales que viven en comunidad y en conflicto, y cuyos modos de decirnos, tratarnos y hablarnos ya determinan el espacio político y social en el que habitamos.

La política es en realidad la praxis que construye modos de convivencia en bases de leyes, pero también de maneras, cuya diferencia radica en su capacidad de renunciar a la fantasía de la omnipotencia y de la verdad absoluta. Construye (polizo) monstruos que bien pueden ser Leviatanes, como reflexiona la filósofa argentina Macarena Marey, colosos basados en la servidumbre voluntaria o cuerpos híbridos, monstruos amables, que acogen la diferencia y la pluralidad. 

La clave que distingue la democracia de otros sistemas se asienta no únicamente en la capacidad de elegir quién habrá de gobernarnos y en el modo de repartir el poder, sino también en la importancia, no siempre asimilada, de aceptar la impotencia y de saber renunciar. Una renuncia que debe ser voluntaria y que nos sitúa en la particularidad de otro gozne: el de la mano que se tiende al otro y que se recoge, el de la hospitalidad. A veces renunciar es una ganancia. La más valiosa, la más sabia, pero también la más difícil. Por el bien de todos, por la libertad, la igualdad y, sobre todo, por la convivencia, cada uno a nivel personal ha de saber renunciar a algo. No a su particularidad y a su diferencia, sino a la creencia de que su modo de pensar y de vivir es el único y el correcto. Renunciar para ganar mundo y aprender. Este es el verdadero reparto de la democracia: no sólo el poder, sino la renuncia a tener razón como punto de partida y asumir que esta en realidad nunca se tiene, sino que en cuestiones de convivencia, se alcanza entre todos, se argumenta, se discute, se defiende sin estar a la ofensiva. Y ese movimiento de búsqueda y de trato genera el hábitat que nos permite convivir con disensos pero sin maltratos.

Golpearse con palabras partiendo de juicios y prejuicios es confundir la política democrática con aquello mismo que acabará con ella. Para cambiar de régimen no es preciso mudarse ni cambiarse de espacio: sólo se necesita introducir en su corazón, esto es, en el Congreso, lógicas dogmáticas que lejos de sublimar conflictos, como dijera Chantal Mouffe, los avivan con las peores palabras y formas: el insulto y las faltas de respeto. La puerta gira y, girando con ella, llegamos al lugar de siempre pero distinto. La política se torna inhóspita: construye otra cosa. Y eso confiere al sustantivo “política” una particularidad peligrosa. Una política inhóspita es una puerta que al abrirse nos conduce inesperadamente dentro de nuestra propia ciudad a un lugar inhabitable: allí donde se producen los monstruos de la razón dogmática: el fanatismo, el autoritarismo y el fascismo, a causa del odio del que no renuncia, pero desposee al que difiere de reconocimiento y respeto.

Inhóspita es otro modo de decir hostil. La hostilidad, que es lo propio del enemigo, designa lo contrario a la hospitalidad en relación con un modo de proceder con el que no pertenece al propio grupo de pertenencia y que por ello es “extranjero”, pero mientras una aproxima y tiende puentes, la otra aleja y puede incluso quemarlos para solo dejar fosos. Una palabra hospitalaria hace sentir como en la propia casa. La hostil convierte lo propio en inhóspito. La palabra hostil tiene como propósito herir y muy pocas veces tiene un buen destino. La palabra hospitalaria cuida y protege, ofrece abrigo y, aunque su destino no sea siempre el deseado, busca el entendimiento y la convivencia. Por eso la palabra hostil no suele construir ningún diálogo.

Todos hemos pronunciado palabras hospitalarias y lanzado algunas hostiles. Todos, con suerte, hemos sido cuidados y ha habido que tener cuidado con nosotros, pero lo que hace peligrosa una palabra hostil es el espacio en el que es pronunciada. Su lugar natural es la arenga, la discusión callejera, la guerra. Allí donde se arroja comienza a levantarse una ciudadela. Si esta se levanta en el lugar que debiera ocupar la construcción de la convivencia en una democracia, el congreso, la palabra hostil convertida en ataque personal lejos de dañar únicamente a alguien, hiere a todos, inoculando en la democracia una extrañeza que inicia el proceso de su transformación. El tipo de palabras que se utilicen construye (polizo) un tipo de régimen y de convivencia. No es preciso recordar –¿o sí?– que algunos de los más atroces dictadores llegaron al poder desde la democracia para pervertirla desde dentro.

Por eso inhóspita es otro modo también de decir siniestro que, de seguir a Freud, emerge cuando lo familiar deviene extraño. En alemán se dice Umheimlich, en donde Heim es precisamente “hogar”. Allí donde debiéramos estar seguros es precisamente donde emerge el peligro. Uno que siempre estuvo ahí pero que nunca nos atrevimos a encarar: que en realidad no queremos renunciar a “nuestra” razón dogmática, que buscamos la imposición y no la construcción, los vítores de los “nuestros” más que el entendimiento de un nosotros, el poder para uno y no para todos, que la culpa siempre es del otro, que no se reconocen las propias limitaciones, que nos creemos omnipotentes como niños, que no sabemos calibrar el daño ni las consecuencias de nuestros actos, que se trata de salirse con la nuestra a cualquier precio. Y eso ya no es democracia, aunque lleve su nombre. Es la construcción de un monstruo que no tendremos bajo control cuando la casa devenga extraña.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.