Cultura
[Adelanto editorial] La extrema derecha y la instrumentalización de los derechos de las mujeres
Publicamos un fragmento del libro 'Familia, raza y nación en tiempos de posfascismo', editado por la Fundación de los Comunes con Traficantes de Sueños.
Uno de los rasgos comunes de las fuerzas de extrema derecha en Europa occidental es hoy su teórica defensa de los derechos de las mujeres. La puesta en escena de este supuesto y novedoso interés por la igualdad entre hombres y mujeres incluye, como no podía ser de otro modo, cierta feminización de los partidos, esto es, una mayor presencia de mujeres en sus filas —aunque no de perspectivas feministas en sus programas—. Así, desde Vox en España, del que casi un tercio de su Comité Ejecutivo Nacional son mujeres, hasta Agrupación Nacional (RN) en Francia, encabezado por una mujer, Marine Le Pen, el posfascismo europeo juega tramposamente la partida del género con la carta de la reina. Si hablamos de uso torticero de la defensa de los derechos de las mujeres es porque pensamos que solo se trata de un recurso instrumental subordinado en realidad a otros intereses. […]
Racialización del sexismo
Al hablar de racialización del sexismo es preciso hacer hincapié en que, como veremos a lo largo de las siguientes líneas, esta es prioritariamente islamófoba. En otras palabras, en su punto de mira se hallan todas las personas de origen no occidental, pero particularmente las procedentes de sociedades étnicamente árabes y/o culturalmente islámicas. Resulta en extremo difícil, por no decir imposible, encontrar un argumento aparentemente en defensa de los derechos de «las mujeres», ya sea en un discurso, artículo, tuit, post o programa político, que no vaya inmediatamente sucedido del prejuicio racista y esencialmente islamófobo que pretende apuntalar. Además de islamófoba, esta defensa racializada de la igualdad hereda y reproduce la sexualización del racismo procedente del pensamiento colonial, que se manifiesta en la nítida diferenciación de los estereotipos asignados a los hombres y mujeres no originariamente occidentales. Los hombres son así construidos como agresores sexuales y las mujeres como víctimas sometidas.
Así por ejemplo, según el punto de vista de Marine Le Pen, ampliamente desglosado en las intensas dosis de 280 caracteres de su cuenta de Twitter, Francia estaría viviendo un grave retroceso en la libertad y los derechos de las mujeres, principalmente a causa del Islam. Por una parte, los hombres de origen árabe y/o de cultura musulmana aparecen retratados como violadores y feminicidas en potencia. «Las mujeres» —es decir, las francesas de souche o francesas de pura cepa— estarían perdiendo la libertad de pasearse o de vestirse libremente en los barrios cuya población es, en su mayoría, de origen migrante.
Las mujeres no occidentales —a quienes casi nunca se incluye en la categoría genérica «mujeres», sobre todo si son musulmanas y más aún si lo visibilizan abiertamente llevando velo— son consideradas personas oprimidas por los hombres de su cultura y religión. No se les reconoce ninguna capacidad de agencia: son víctimas a las que la cultura superior europea, la única capaz de haber conquistado la igualdad entre hombres y mujeres, tendría el deber de salvar de su opresión.
Las únicas mujeres racializadas que escapan de esta victimización son aquellas que dan muestras, al menos performativamente, de seguir el modelo de liberación avalado por la cultura mainstream occidental; esto es, las conocidas en Francia como beurettes émancipées, cuya imagen corresponde a la utilizada en uno de los carteles de campaña del FN en el año 2007. La foto de una chica que Sara R. Farris describe así: una «joven de origen claramente afrodescendiente vestida como una francesa moderna, con el ombligo al aire y la melena suelta».
Todos los partidos de extrema derecha de Europa occidental analizados, desde el SD a la LN, pasando por AfD, AD o el PVV, comparten con la RN de Marine Le Pen esta construcción del Islam como amenaza para la diferencia y la superioridad cultural europea occidental blanca y cristiana. También los partidos españoles. Por ceñirnos solo a España 2000 y Vox, en la web de la primera cabe leer cosas como: «Si nuestra cultura europea desaparece o se diluye en otras formas de vida extrañas como la del Islam, las mujeres seremos convertidas en objetos de uso a conveniencia del hombre»; «Si no se nos respeta como mujeres y si no se respeta nuestro modo de vida basado en la libertad individual y en el bien común, nuestras hijas tendrán que pelear por no llevar burka».
El propio programa político de España 2000, en el epígrafe sobre inmigración, reza lo siguiente: «Está claro que culturas y modos de vida ajenos a Europa, muchos de los cuales desprecian y condenan a la mujer bajo la oscuridad de un burka, la someten a mutilaciones o que a ritmo de reguetón la tratan como un simple objeto sexual, no son aceptables ni tolerables en nuestro país».
En lo que a Vox se refiere, las declaraciones, en una entrevista realizada en TVE a Rocío Monasterio, miembro de la dirección del partido y actualmente diputada en la Asamblea de Madrid, no pueden ser más elocuentes del plagio casi directo de ideas ya expuestas por Marine Le Pen (RN) o Alice Weidel (AfD). De acuerdo con ese mismo retrato de los hombres de origen árabe como agresores, Monasterio declara: «Veo ahora manadas, por cierto, de magrebíes». Y en relación con la amenaza que esto supone para las mujeres —no racializadas, se entiende, a las «otras» ni se las menciona—: «En muchos barrios las mujeres no se atreven a salir a la calle». Por supuesto el programa no deja de recoger —en su medida 23— una propuesta explícitamente criminalizadora del Islam: «Cierre de mezquitas fundamentalistas. Expulsión de los imanes que propaguen el integrismo, el menosprecio a la mujer o la yihad».
Funcionalidad de la alteridad racial para la explotación neoliberal
La producción y reproducción de alteridad es una de las construcciones culturales más rentables para sistemas económicos basados en la explotación como el sistema capitalista. La alteridad es la construcción de una otredad que naturaliza y esencializa determinadas diferencias —desde configuraciones genitales, capacidades fisiológicas o pigmentaciones epidérmicas, a sistemas de creencias, valores culturales o, incluso, ideologías—, para convertirlas en inmutables y justificadoras de relaciones de dominio.
La alteridad de género, esto es, el constructo histórico basado en el binomio hombres/mujeres ha permitido una relación de explotación de los primeros sobre las segundas fundamentalmente producido y reproducido por la división sexual del trabajo. Sus consecuencias materiales en la vida de las mujeres se traducen en las estadísticas que siguen demostrando la realidad de la feminización de la pobreza en el mundo contemporáneo.
La alteridad racial, esto es, el constructo histórico que rompe artificialmente la especie humana en un binomio racial principal (blanco/negro) declinado en múltiples variables según las necesidades de la relación de dominio (cristiano/judío; cristiano/musulmán; blanco/amarillo; blanco/marrón…) es consustancial al desarrollo del capitalismo, considerando el papel desempeñado en este por la esclavitud, la explotación colonial y la división internacional del trabajo. La insistencia en el uso de una gramática de la alteridad racial por parte de la extrema derecha reproduce y amplifica el sistema racializado previamente existente. Este sigue construyendo a las personas de origen migrante como los eternos ‘Otros’, excluyéndolos de la ciudadanía —y, por lo tanto, del derecho a tener derechos—, convirtiéndolos en parias de la mistificada comunidad identitaria nacional. Esto es lo que habitualmente se denomina racismo institucional, lo que para Sara R. Farris se traduce actualmente en todas las políticas y leyes europeas relativas a la inmigración.
Ahora bien, la racialización del sexismo se cruza con la sexualización del racismo cuando los estigmas y estereotipos de los hombres y mujeres racializados son diferentes. ¿Cuál sería la utilidad, para el sistema económico neoliberal de sostener el estigma de los inmigrantes no occidentales como agresores y de las inmigrantes no occidentales como víctimas de su propia cultura? Para Sara R. Farris la respuesta está clara: el estereotipo de las mujeres no occidentales como sumisas permite a las políticas económicas neoliberales —avaladas por las fuerzas de extrema derecha, pero también por ciertos discursos feministas— disfrazar, como si fueran «ayudas» a su emancipación, lo que en la práctica son programas destinados a introducirlas en el ámbito laboral del trabajo reproductivo.
En pocas y toscas palabras: las inmigrantes no occidentales pueden ser redimidas de su atraso cultural a condición de «emanciparse» por la vía de su entrada en el mercado laboral para cubrir aquellos empleos de cuidados que aún no están suficientemente socializados ni repartidos entre los sexos. Trabajos que continúan en el limbo de la valoración social y económica, y cuya realización por «las Otras» permite cerrar en falso la conocida como crisis de los cuidados, esto es, la imposible conciliación entre la reproducción de las condiciones de vida y un sistema económico articulado en torno a la acumulación de capital.
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