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Los dueños de las puertas

"No es lo mismo la frontera que hemos marcado nosotros para guardar lo nuestro; que la que nos marca el otro, para guardar lo suyo. La verja no es la misma según en qué lado estés", reflexiona Laura Casielles.

El Océano Pacífico. REUTERS / LUCY NICHOLSON

«Los dueños de las puertas son enemigos nuestros / es una mierda eso que dicen de que no hay enemigos / a cada centímetro que avanzamos conocemos a un nuevo enemigo / y los más antiguos que tengo / son los dueños de las puertas»

PEDRO DEL POZO

Cuando los europeos llegaron a África, a finales del siglo XIX o principios del XX, con la intención de trocear el continente con armas geométricas e ir repartiéndose los pedazos, en algunas zonas la gente que vivía allí ni se enteró de que se estaban trazando las fronteras, y siguió haciendo su vida como si no pasara nada. Eran las tribus nómadas de los desiertos, los pueblos que habitaban los bosques y las sabanas. Veían de vez en cuando a los extranjeros, comerciaban con ellos. Pero en su mundo no tenía cabida (todavía) el mapa en el que se estaba delimitando su futuro. 

Quienes estudian las fronteras las clasifican en tipos muy diversos. Geográficas, políticas, económicas, lingüísticas, jurídicas. Con vallas, con muros, de agua, de pantallas y lectores biométricos. Algunas, como esas africanas de las que hablábamos, se dibujaron de la noche a la mañana con escuadra y cartabón. Otras, como la mayoría de las europeas, fueron batalladas y negociadas a lo largo de siglos, dejando un rastro de muertos para cada milímetro de recoveco ganado. El juego, en cualquier caso, es de poder. Quien define una frontera es el dueño de la puerta. 

Ese poder se asienta, sobre todo, en establecer una diferencia: la que separa el “nosotros” del “otro”. “Nosotros” cabemos dentro, “el otro” se queda fuera. “Nosotros” somos un lugar a salvo, en el del “otro” habitan todos los peligros. 

Es entonces cuando los dueños cierran la puerta. 

Esa diferencia se hace, por lo demás, con el objetivo de beneficiar al “nosotros”, claro. Ahí se ve otra vez que las fronteras se han trazado de dos formas distintas. No es lo mismo la frontera que hemos marcado nosotros para guardar lo nuestro; que la que nos marca el otro, para guardar lo suyo. La verja no es la misma según en qué lado estés. 

En un mundo así dibujado, la libertad de movimiento es algo muy relativo. Como del capitalismo (tal vez porque está hecho de su misma sustancia de abstracciones muy reales), de un mundo de fronteras no hay escapatoria. Excluye cualquier otra delimitación posible, cualquier otro modo de habitar el mapa. Como aquellos viejos nómadas que no entendían lo que estaba pasando, no sirve de nada que neguemos la realidad de la frontera aunque no podamos verla: aunque podamos jurar que ayer no estaba allí. Tratar de hacerlo nos convierte en prófugos. 

«Lo que más miedo da de la persona diferente no es la diferencia, sino que se parezca a nosotros. Reconocer esto querría decir que hoy tú eres el forastero, pero mañana podría serlo yo» 

SAÏD EL KADAOUI EL MOUSSAUI

Que la gente intente cruzar las fronteras es un problema para los dueños de las puertas, sobre todo, porque lo que desafía es el orden establecido. Intentar cruzar una frontera lo que dice es que esa línea no solo es injusta, sino además tal vez discutible. 

En los primeros días de la pandemia, cuando nos asombraba la sensación de estar viviendo en una distopía, fantaseábamos con una vuelta de tornas en la que África, en un giro sorprendente de guion, se convirtiese en el único lugar a salvo. Como en aquel mapa patas arriba que dibujaba Galeano tras contarnos que la geografía miente. 

Sabemos que no es así. Aun si por una vez los dioses que mandan las plagas hubieran dado el respiro de que justo este bicho se lleve mal con el calor (cosa que ni siquiera está tan clara), no somos ingenuos. Ébola, SIDA, malaria, meningitis, tuberculosis: en África, la palabra epidemia lleva mucho tiempo dejando una media de unos cuatro millones de muertes al año. Este mapa no es tan fácil de girar. 

Pero sí que le pasan cosas, al mapa. Estos días, por ejemplo, China, que está siempre tan lejos, se nos está acercando. No porque las líneas se hayan vuelto elásticas, o porque la bola del mundo se achate de un modo nuevo. Más bien por cómo cambia esa diferencia entre “nosotros” y el “otro” que van marcando los dueños de las puertas. Y no solo por la falsa ilusión de equidad que da una enfermedad global al unirnos por la vía del miedo a la muerte; sino también porque parece estar en disputa cuál sea esa diferencia.  

Al principio, mientras todo esto era solo un cuento chino, los modelos asiáticos de control nos parecían dignos de una película de ciencia ficción. Hoy escuchamos sin inmutarnos el anuncio de medidas de mamparas de metacrilato en los bares y deseamos que una app del Gobierno nos tome la temperatura en todos los checkpoints necesarios con tal de poder salir. Ahora somos nosotros el otro, el infeccioso, quien por su marciana manía de abrazarse lo pone todo en riesgo. Con la escuadra en una mano y el cartabón en otra, los dueños de las puertas ya están viendo cuánta otredad seremos capaces de importar. Como los viejos conquistadores con sus cofres de baratijas, calculan a cambio de cuánta calma aparente venderemos la libertad. 

Pero hay una paradoja: este cambio de fronteras no mueve un ápice el contorno de los mapas. Al contrario: los dueños de las puertas las refuerzan en estos días como si a los virus se les pudiera pedir pasaporte. Las refuerzan como se refuerzan realmente las fronteras: en nuestras mentes. En este momento en que pronunciamos una palabra global, las líneas del mapa son particularmente nítidas. Queremos ser el país con menos muertos, con mejor curva, el país que lo haga mejor. Estar un poco más a salvo que el vecino.

Y eso que, a estas alturas del milenio, esto de las fronteras podría sonar casi anacrónico. Facebook es el tercer país más grande del mundo, si atendemos a las cifras de habitantes. Pero es difícil desprenderse del viejo atavismo de las diferencias, que ha sido siempre la gasolina de los imperios. 

Mientras, dentro de este país nuestro que ya solo vemos por la televisión, se están marcando otros puntos de aduana. Si una frontera es la diferencia entre nosotros y otro, y un límite al movimiento, estos días se nos están abriendo países dentro de los países, nuevas dicotomías que reinventan el dentro y el fuera, el nosotros y el otro, el esto sí y el esto no.

Como en la historia, estas fronteras, que delimitarán en un futuro que ya está cerca nuestra libertad de movimiento, se dibujan de distintas formas. Algunas se pelean en una batalla en la que día a día se ganan y se pierden ríos y mesetas. Otras se trazan a escuadra y cartabón con un movimiento quirúrgico mientras dormimos. 

También como en la historia, nos saldrá demasiado caro si somos como esos nómadas que siguen haciendo su vida ajenos al nuevo orden mientras las trazan los dueños de las puertas.

«¿Llegaremos a ver los muros / que se están construyendo ahora? / ¿Y de qué lado del muro quedaremos?» 

DAVID ELOY RODRÍGUEZ

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Comentarios
  1. Las fronteras peores son las que se hacen en las urbanizaciones que ponen vallas, garitas, vigilantes… para que no pase nadie , despidiendo al vigilante si se introduce alguien sospechoso , por ejemplo por su aspecto o color de piel, casualmente ahí viven muchos que no quieren fronteras. Yo que soy una persona humilde que convive con personas de todos los paises creo que mi país tiene que tener control en sus fronteras porque pienso en el país que quiero para mis nietos

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