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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 29.

Vigésimo novena entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.

Uppsala, diciembre de 2116. PIXABAY / Licencia CC0

¡Qué nevada, hace ya años que no nevaba así en noviembre! Cuando se abra el cielo nos esperan las risas, los trineos y esta luz mágica que vivimos aquí ese ratito cada día cuando parece que por fin va a asomar el Sol pero decide esperarse un día más. Pero por hoy, el mundo acaba en la ventana y solamente existimos nosotres y nuestras mantitas.

Ahora que ya nos quitamos la ansiedad de alcanzar el siguiente Gran Logro Vital, Rosario y yo nos dedicamos a platicar de la luz y la oscuridad, de cómo ahora escasean las auroras boreales porque estamos pasando por un mínimo de actividad solar, de lo que disfrutamos viéndolas hace cuatro o cinco años. 

Después de haber pasado por tanto juntes, debatimos durante horas, con cariño pero con rigor. Ayer Rosario me acusaba, por lo abstracta que le parece la teoría cuántica, de haberme perdido siempre en lo ideal, separarándome de lo real. Yo le dije que cómo voy a perderme en lo ideal, si pasé media vida fabricando mis dispositivos cuánticos en mis propias tripas. ¿Qué hay más concreto que las heces? Pero creo que es cierto, que me pierdo en lo ideal. Todos idealizamos, porque los ideales son perfectos y preciosos, y se nos escapa lo concreto, que es necesariamente imperfecto y feo. Pero si no abrazamos lo concreto se nos escapa el ideal. Idealizamos los ideales y descuidamos los cuidados. Quizá les pasa más acá en el norte de lo que nos pasaba allá en el sur, pero allí también lo vimos.

Me decía Rosario, en todas las asambleas decimos que nos sentamos formando un círculo. Pero claro que la forma en la que nos sentamos, el grafo de relaciones que se establece no es un círculo, ni siquiera es un polígono regular, porque todos los vértices somos diferentes y todas las aristas son únicas. Las filosofías del sur, nosotrocéntricas, con el foco en la red de interrelaciones entre sujetos, exploran esto un poquito mejor que el positivismo de aquí, que quiere clasificarlo todo en cajitas ideales. Y es imprescindible, si a la larga queremos aspirar a una anarquía verdadera, el tener en cuenta todas esas dinámicas de poder no-ideales y no-horizontales, las visibles y las invisibles, todas las diferencias de personalidad y de cultura. 

Y en las larguísimas noches de ocio, nos dan las tantas con esto. Ni del todo despiertes, ni del todo dormides. La felicidad era esto, supongo. Esto, con un poco menos de dolor de espalda.


Uppsala, 9 de marzo de 2118

Hoy me levanté pronto, desayuné un smörgås de hummus, y ya me duché. Tengo la mañana bastante libre. Me pongo la mantita por encima de la bata, porque todavía no me he quitado de los huesos el frío de este invierno. En enero estábamos a 40 bajo cero, y en febrero estaba cayendo un palmo de nieve. Yo ya no estoy para esto. Voy a escribir un rato, porque hace tiempo que no lo hago y me apetece poner mis ideas en orden.

En luchas sociales nunca se puede dar una victoria por definitiva, porque siempre, como dice la expresión, está «todo por hacer», pero creo que en esta fase de la revolución feminista en el norte está ganada, o al menos muy bien encarrilada. Hace 18 años lo empezaron a mover, o más bien lo empezamos a mover, porque desde que llegué al norte me liaron para emplearme como símbolo y figura prominente, todavía no tengo claro por qué. Tengo la sensación de que aquí no me entienden realmente, porque vengo de un trasfondo demasiado distinto, pero también tengo la sensación de haber sido útil.

Han sido casi 18 años de largas asambleas y organizaciones sororas en todos los ámbitos. Hubo que vencer resistencias a todos los niveles, y en concreto la no-colaboración con los vestigios de patriarcado fue una prueba de resistencia muy dura para todas, y perdimos a muchos hombres supuestamente aliados pero que se arrugaron en el momento de la verdad. Pero estamos ganando, vaya si estamos ganando.

Ayer fue el día grande de todo un mes de celebración del centenario del 2018, el año en el que arrancó lo que tendría que haber sido el levantamiento final de la mujer, si no se hubieran interpuesto el colapso climático, y, sobre todo, el fascismo climático. El feminismo, hace cien años, fue el único movimiento político internacional y solidario, y además el único que fue capaz de establecer mecanismos de identificación. Se ganó mucho, mucho más de lo que parecía posible, pero menos de lo necesario. Y, pese a los aportes del ecofeminismo del sur global, llegó el ecofascismo y se lo comió todo. Los ecoanarquistas se dicen feministas en todas partes, pero se dejaron la revolución inacabada.

Yo ya no lo veré, pero algunes de mis compañeres tienen una idea audaz para que en 2218 hayamos llegado de verdad a la igualdad. Platican de tomar nuestro presente como referencia, en cuanto a que es el momento y lugar con menor desigualdad de género de la que tenemos registros históricos. Tomándonos  como referencia de desequilibrio mínimo, sugieren darle la vuelta a todos los desequilibrios actuales durante tres generaciones, en todos los ámbitos. Calculan que tres generaciones podrían bastar para generar el sustrato social y cultural necesario para poder educar en igualdad de verdad, pese a que el desequilibrio viene de muchos miles de años. Vamos a darle una oportunidad, como sugerían algunas hace mucho, a la República de las Mujeres, y a ver si dentro de 100 años más tenemos por fin igualdad real.

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