Análisis | Opinión
¡Que perdure la solidaridad!
El sindicalista antifascista recuerda la historia de solidaridad internacionalista obrera de los mineros y estibadores desde la Guerra Civil española a la actualidad, con el movimiento Black Lives Matter.
Graeme Atkinson es sindicalista, antifascista e hijo de un minero de Durham.
El 19 de junio, a lo largo de la costa oeste estadounidense y canadiense, 60.000 trabajadores portuarios, pertenecientes a la International Longshore and Warehouse Union (ILWU, el Sindicato Internacional de Estibadores), no fueron a trabajar en apoyo de la igualdad racial y la justicia social.
Desde las costas de Alaska y la Columbia Británica hasta el sur californiano y Hawái, los estibadores no pisaron puerto alguno: ni el de Anchorage, ni el de Vancouver, Portland o San Francisco. Un acto de solidaridad e internacionalismo en la lucha por los derechos humanos y el socialismo.
La solidaridad de los trabajadores ha sido, históricamente, la forma más dinámica de solidaridad, y normalmente la han practicado dos grupos colectivos: estibadores y mineros. Así ha sido siempre, por lo menos, en Reino Unido. Tres ejemplos. El 10 de mayo de 1920, los trabajadores portuarios de Londres se negaron a cargar el barco Jolly George con armas británicas que tenían como destino final Polonia. Iban a ser usadas contra el Ejército Rojo. La acción fue ampliamente respaldada por los sindicatos. Más tarde, en 1971, miles de estibadores de Liverpool organizaron una huelga a favor del Vietcong durante la guerra de Vietnam. Hace tan sólo unos días, también en Liverpool, los trabajadores organizaron un paro en apoyo al Black Lives Matter.
La lucha a partir de acciones
La lucha de los mineros británicos también ha mirado hacia España. La solidaridad empezó a raíz del levantamiento de los mineros asturianos en 1934, después de que 3.000 de ellos fuesen asesinados por las tropas franquistas. La guerra civil duró tres años y las fuerzas antifascistas fueron derrotadas. En este contexto, el único apoyo real que recibió la República Española provenía de la URSS y de las Brigadas Internacionales, formadas por voluntarios, miembros de sindicatos, partidos comunistas, partidos socialdemócratas, intelectuales y anarquistas de todo el mundo.
2.300 voluntarios y voluntarias llegaron desde Gran Bretaña, Irlanda y la Commonwealth para luchar en las Brigadas Internacionales. Más de 500 fueron asesinados. En el Reino Unido, la Federación de Mineros de Gran Bretaña (MFGB) brindó un apoyo incondicional a la lucha contra el fascismo franquista desde el principio, y un gran número de voluntarios se alistaron a las Brigadas. Procedentes de todos los rincones del país, pero, sobre todo, de Durham, Escocia y el sur de Gales. Uno de esos voluntarios era Will Paytner, quien más tarde se convertiría en el secretario general de la Unión Nacional de Mineros.
Los 110.000 mineros de Durham también jugaron un papel fundamental en la lucha antifranquista. A pesar de la pobreza en esos años del hambre, los mineros y sus familias recaudaron dinero para enviar ayuda médica y alimentos a las fuerzas antifascistas. En 1938, la Asociación de Mineros de Durham (DMA) anunció que había enviado 15.000 libras para ayudar a las viudas e hijos de los 3.000 mineros españoles asesinados por los fascistas de Franco. Una fortuna para la época.
Desafortunadamente, todo ese coraje no fue suficiente para derrotar a las tropas de Franco y las fuerzas antifascistas en sí mismas tuvieron que sortear sus propias rivalidades políticas y divisiones ideológicas. La «no intervención» de las grandes potencias y la ausencia de entrega de las armas que las fuerzas republicanas y las Brigadas Internacionales pidieron socavaron cruelmente la lucha.
Fue entonces, en marzo de 1939, cuando la República democrática se derrumbó en un baño de sangre, incapaz de mostrar una resistencia militar efectiva contra el ejército franquista, respaldado por Hitler y Mussolini. La Brigadas Internacionales, agotadas, se retiraron con enormes dificultades; los españoles, por su parte, quedaron a la suerte del régimen.
Las represalias fueron horribles. Los sindicatos se abolieron de manera inmediata y sus miembros fueron detenidos y ejecutados o encerrados en campos de concentración y cárceles. Los líderes sindicales y activistas fueron torturados con métodos de la época medieval y muchos murieron de forma agónica.
El trabajo forzado se impuso como castigo para todos los opositores de la dictadura y los tribunales del régimen dictaron más de 31.000 sentencias de muerte. ¡Robaron a los hijos de los condenados! Todos los bienes sindicales, como edificios, equipos e imprentas fueron arrebatados por los fascistas y las fábricas volvieron a las condiciones anteriores a 1914. En las zonas rurales, los campesinos tuvieron que subyugarse al poder de los terratenientes y se volvió a prácticas de épocas pasadas que rozaban la esclavitud. El fascismo mantuvo el control político hasta mediados de la década de los setenta y durante toda la dictadura franquista, los intentos de organizar la resistencia y los sindicatos libres fueron castigados con largos períodos de prisión, aislamiento, trabajos forzados, tortura y desapariciones.
Los mineros de Durham nunca olvidaron la represión que se sufrió en España y, cuando, en 2012, los mineros españoles se declararon en huelga para salvar sus pozos, su trabajo y la comunidad minera, la DMA ayudó a recaudar, en tan solo 24 días, 33.000 € para la lucha.
Representantes de las secciones mineras de CCOO y UGT se dirigieron a una audiencia de 70.000 personas en la Gala anual de los mineros de Durham.
Tenemos motivos para estar orgullosos de la lucha de nuestros padres y abuelos, y a ellos les debemos el asegurarnos de que el fascismo contra la clase trabajadora nunca vuelva a aparecer. En este cometido, la respuesta se encuentra en el internacionalismo y la solidaridad.