Internacional
Mayotte: cómo combatir el virus estando en África y siendo Francia
Cristina Bocanegra coordina el departamento de tuberculosis en esta isla y allí ha trabajado, en primera línea, en los meses más duros de la pandemia. En esta entrevista explica cómo ha afectado la pandemia por COVID-19 en este territorio de ultramar francés y puede terminar afectando en otros países de África.
“Nadie está a favor del sufrimiento. Pero qué se hace cuando se está en contra de algo es lo que marca la diferencia”. Con esta frase del periodista Martín Caparrós inicia la doctora Cristina Bocanegra (Oviedo, 1981) las primeras páginas de su tesis, dedicada a una enfermedad difícil de pronunciar, que casi nadie conoce, ni siquiera quienes, antes de su trabajo en el corazón de Angola, la padecían. Se llama esquistosomiasis y, aunque es una de las enfermedades parasitarias con mayor prevalencia, es una de las que menos se investiga. Para entendernos: afecta en lugares de pobreza.
A Bocanegra, que alterna su trabajo como especialista en enfermedades infecciosas –ha trabajado en distintos países de África y América Latina– con su afición por la escritura y el reporterismo, le pilló la COVID-19 en otro lugar remoto, difícil de pronunciar, que casi nadie conoce: Mayotte, una pequeña isla francesa ubicada en el Índico, junto a Madagascar y Mozambique.
Allí coordina el departamento de tuberculosis y allí ha estado, en primera línea, en los meses más duros de la pandemia. “Justo cuando comenzó aquí el confinamiento hubo un terremoto. Y claro, fue un lío. ¿Te quedabas en la casa o salías? Porque, por un lado, debíamos estar dentro por el virus; pero, por otro, cuando hay temblores hay que salir fuera”, explica entre risas como anécdota, pero sobre todo como ejemplo de que lo que sirve para un lugar no sirve para otro. “Algunas medidas contra el coronavirus, como el confinamiento, pueden causar otras enfermedades en África”, cuenta la doctora por videoconferencia desde Mamoudzou, la capital de la isla, donde la tuberculosis, por ejemplo, tiene una alta prevalencia.
Mucha gente ha oído hablar por primera vez de Mayotte en estos días, por ser uno de los lugares con mayor proporción de personas infectadas por COVID-19. ¿Por qué?
Bueno, en Mayotte hay un censo oficial de 250.000 personas, pero la población total es mucho mayor. Y si calculas el número de casos con la población real, la proporción es mucho menor. Además, aquí se realizan más test que en otros lugares de África, por ejemplo. Al principio fuimos a un confinamiento bastante estricto, como el que se decretó en Francia. Pero después de los primeros casos detectados, la gente no aguantaba más encerrada, porque aquí la mayoría de las casas tienen techos de uralita, hace muchísimo calor y viven muchas personas juntas. Aquí viven al día, es una economía de subsistencia y, si no trabajan, no comen. Entonces la gente volvió a salir y a desconfinarse.
No tenía, por tanto, mucho sentido decirle a estas personas que estuvieran encerradas en sus casas, sin ventanas. Porque además, el hecho de que estuvieran juntas dentro, podría aumentar otro tipo de enfermedades como la tuberculosis. Lo que ocurrió entonces es que fueron subiendo los casos y coincidió también con el Ramadán, que tradicionalmente es una fiesta familiar, en la que se reúnen al atardecer para comer juntos y compartir la ruptura del ayuno. No obstante, este año mucha gente evitaba ir a ver a su familia, a los más mayores.
Y luego en Mayotte hay una tradición que se llama el morengué, y que es un combate de boxeo que se hacía para acabar con las rencillas. Es decir, se guardaban todas las rencillas del año y el que ganaba el boxeo pues ganaba. Te evitabas ir a juicios y todo eso. Hay cientos de personas para verlo y eso fue difícil de controlar. Y coincidió con el aumento de casos.
¿Cuándo se detectó el primer caso?
Mucho más tarde que en Europa. El virus vino en un avión desde París. Con lo tarde que vino y una isla tan pequeña como esta, se podía haber evitado más fácilmente controlando el aeropuerto. En esos días regresaban muchos profesores de las vacaciones… Pero no se tomaron medidas hasta que no se diagnosticaron los primeros casos.
¿Cómo es la situación ahora?
Ahora hay entre 15-20 casos por día, cuando el pico era de 70-80.
¿Por qué han bajado si la gente volvió a salir?
Yo creo que no se diagnostican todos los casos que hay, porque al principio la gente tenía mucho miedo y cada vez que tenían algún posible síntoma, iban a hacerse la prueba. Ahora no, ahora es al revés. Como la población es joven y los casos no han sido tan graves, la gente ha perdido el miedo. Aquí no existe el concepto de residencias. También hay una parte de miedo al estigma, de que si te lo detectan te tienes que aislar, tienes que decirlo en el trabajo… y todo eso deriva en que no van a hacerse el test. También pienso que, por razones que no entendemos del todo y que pueden tener que ver con la juventud de la población, la transmisión está realmente disminuyendo.
¿Puede ser eso lo que esté pasando en África?
Sí, creo que Mayotte es un espejo de lo que puede estar pasando en otros países. En Mayotte lo que ocurre es que hay recursos porque, al fin y al cabo, pertenece a Francia y eso se nota. Está claro que esto no es París, pero también está claro que esto no es África. Aquí no han faltado respiradores, han venido médicos de la reserva y militares. Y hay un hospital de referencia en la vecina isla de Reunión, también francesa. Hasta allí se han evacuado a todos los pacientes que ha sido necesario. En un primer momento, se dejó el hospital de Mayotte solo para coronavirus y se derivaba a Reunión las demás enfermedades. Esto ha funcionado muy bien y no entiendo por qué en España no se ha hecho entre hospitales de distintas comunidades.
Tampoco hay una especialidad de infecciosas en España…
Pues no. Y me parece un escándalo. Porque está toda la parte de salud internacional, claro, pero es que España es líder mundial en transplantes, y están todas las infecciones asociadas en estas intervenciones, en tratamientos de VIH, las infecciones resistentes a antibióticos… Por tanto, desde mi punto de vista, que no exista esa especialidad es muy grave porque dificulta que se monten sistemas imprescindibles: de comunicación entre centros, de formación reglada, de puestos de trabajo específicos, mecanismos de control en los hospitales, sistemas de información –algo que ha sido un desastre con el coronavirus–, comunicación con los gobiernos… Es lamentable para los profesionales, pero sobre todo para la sociedad.
Cuando la pandemia comenzó a golpear España y se requerían médicos, ¿pensó en venir?
Claro, todo el rato. Escuchaba a mis compañeros cómo estaban… Lo llevé fatal. Y luego iban cerrando las fronteras, no se sabía qué iba a pasar. Hay personas que quiero dentro de grupos de riesgo y pensaba que si pasaba algo y no podía ir…
¿Y cómo ha sido el trabajo en los meses más duros, ahí en Mayotte, para los profesionales sanitarios?
En realidad, aquí ha sido un poco raro porque al principio todo el mundo estaba muy nervioso, cuando aún estaba todo fuera de control en Europa y pensábamos que aquí podría ocurrir lo mismo. Se dejaron de poner todas las vacunas y se anuló todo lo que no fuera coronavirus. Así que estuvimos casi un mes que no había prácticamente pacientes. Estábamos muy estresados pero no se correspondía con la extensión del virus aquí.
¿Ahora mismo hay pacientes en la UCI?
Sí, tiene 16 camas. Y ha habido una treintena de muertos.
El virus está afectando fuerte en toda América. ¿Cómo cree que terminará afectando esta enfermedad en África? ¿Cuándo nos daremos cuenta?
En África va a hacer mucho daño. Si ya es difícil un confinamiento cuando tienes alrededor una debacle y tienes posibilidades de un ERTE u otras formas de subsistencia, imagina en lugares donde no existe eso ni existe la percepción de que sea tan grave, que es una ‘enfermedad de blancos’, que viajan… En estos países, de todas formas, el virus ha ido más lento porque no hay tanta movilidad en general. Y hay otra cosa que ocurre en África con la muerte y también en Mayotte. En África, cuando una persona mayor enferma, no existe esa cultura de llevarlo al hospital. La gente acepta más la muerte y se muere en casa. Y entierran a la persona como quieren. Además, de ir al hospital, si finalmente la persona fallece allí, te cobran para llevarte el cadáver para enterrarlo. En Mayotte, por ejemplo, donde la población es mayoritariamente musulmana, lavan el cadáver antes de enterrarlo. Y si esa persona ha muerto de coronavirus, no lo pueden hacer. Y todas estas personas, si además no están registradas, no constan en ninguna estadística. Nosotros nos estábamos planteado ir a los cementerios no oficiales estos días para ver cuántas tumbas nuevas había.
¿Qué es lo que más le preocupa de este virus?
Llevamos años pensando que esto iba a pasar. Pero el día que llegó no se me podía pasar por la mente que esto iba a paralizar el mundo. Siempre hemos vivido así, ha pasado toda la historia de la humanidad, cada cierto tiempo hay una epidemia o pandemia que arrasa. Lo diferente de esta, lo interesante, es que se ha afrontado desde una posición científica y, mientras, esperamos una vacuna. Si no estuviéramos esperando por eso, todo el mundo se iba a acabar infectando. Y es la primera vez que pasa en la historia. Me preocupa, además, lo que también está provocando: el aumento de otro tipo de enfermedades, como la tuberculosis. El hecho de estar en casa hacinados, como decía, comiendo mal, poco o nada, va a tener consecuencias tremendas en África. No solo por el coronavirus, sino por las medidas contra el coronavirus.
¿Han seguido llegando migrantes a la isla?
Es una situación curiosa la que se ha generado. Aquí hay un tipo de migración que viene de Madagascar y las Comoras –Mayotte es la única isla de las cuatro que conforman el archipiélago de las Comoras que sigue perteneciendo a Francia; el resto se descolonizó tras un referéndum en 1975–, gente joven que viene a buscarse la vida, que al principio dejó de venir porque las Comoras era uno de los pocos lugares donde no había llegado el coronavirus… Hasta que llegó y los jóvenes volvieron a venir a Mayotte.
Y luego hay otro tipo de migración que es población del continente africano en busca de asilo político que antes hacía la ruta a través de Libia. Desde sus países de origen van hasta Tanzania y desde Tanzania cogen una patera durante tres días de viaje. Eso se paró. Pero estos días llegaron pateras con algunas personas enfermas. Algunas tenían coronavirus y otras no, y se ha montado una cadena ciudadana para que los sanitarios no fuéramos a recoger a la gente.
Se mezclan muchos miedos. Y el miedo no te lleva a tomar decisiones lógicas, sino a perder los papeles. Aquí la gente, como en todos los lugares, ha tenido mucho miedo. Teníamos un paciente ingresado con tuberculosis cerebral y se escapó del hospital porque tenía miedo al virus. Cuando le dijimos que ya estaba enfermo entró en pánico. Le tuvimos que explicar que no era coronavirus, sino tuberculosis. Y ya se relajó.
¿Y ha habido más temblores?
Tan fuertes no, pero desde 2018 los terremotos han aumentado. Hay un volcán subterráneo a 30 kilómetros de la isla que está activo, y no se sabe muy bien qué va a pasar. La isla se ha hundido por un lateral, existe el riesgo de una explosión grande y de un tsunami. Hay muchos geólogos y científicos estudiándolo. Antes el volcán estaba en todas las conversaciones. Ahora no, ahora es el coronavirus. Y ese es un ejemplo de cómo el miedo puede ser manipulable.
¿Tiene pensado volver a España pronto?
Hasta octubre estaremos en alerta naranja. Solo se puede puede volar por motivos que lo justifiquen.
Cita a Martín Caparrós en su tesis doctoral. ¿Cree que esta pandemia ayudará a la sociedad a marcar la diferencia, a hacer algo importante contra el sufrimiento?
No tengo ni idea. Tengo la impresión de que todos sentimos que este sistema, esta apisonadora de crecimiento continuo en la que vivimos está llegando a su fin, pero no tenemos muy claro cómo sustituirlo. La pandemia quizás ha reforzado esa sensación y puede haber acelerado algunas dinámicas. Pero los cambios siempre vienen con sufrimiento. Lo que sí tengo claro es que no podemos únicamente dejar los cambios que queremos en manos de otros, cada uno tiene que hacer su parte, y la gente sí ha mostrado lo que es verdaderamente importante para todos, los cuidados se han visibilizado. Y también, lamentablemente, lo que puede pasar cuando esos cuidados se entregan a las manos del mercado.
¿Qué libro recomendaría a los lectores y lectoras de este u otros periodistas?
El hambre. Ese libro sí que es un virus y un terremoto juntos. Te deja temblando.
Indígenas yanomami de Brasil.
Al expolio de sus tierras por parte de los mineros de oro ilegales y los perversos intentos de misioneros fundamentalistas de apoderarse de sus vidas y formas de ser; ahora se une
la pandemia del coronavirus que ha golpeado a muchas comunidades indígenas.
Sing the petition:
Nosotros, los yanomami, no queremos morir. Ayúdanos a expulsar a más de 20,000 mineros que están difundiendo Covid-19 en nuestras tierras.
https://www.minersoutcovidout.org/
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«no podemos únicamente dejar los cambios que queremos en manos de otros, cada uno tiene que hacer su parte». Justo es lo que no hacemos. La culpa siempre se la damos a los políticos…