Los socios/as escriben
Cómo salvar el capitalismo
El autor traza paralelismos entre el libro 'Informe Lugano' de Susan George con la situación actual en países como Estados Unidos o Brasil
Hace casi veinte años que Susan George –investigadora, escritora, conferenciante y presidenta de honor de ATTAC Francia– publicó un libro titulado Informe Lugano. Se trataba de una obra de ficción socio-política. En ella suponía que al acercarnos al siglo XXI, las más destacadas figuras de la élite económica mundial se habían reunido para ver cómo podían asegurar el desarrollo sin trabas del capitalismo en el próximo siglo. Para estudiar en profundidad esa cuestión eligen a un grupo de expertos en diversas materias que, con el mayor secreto, debían analizar todos los datos disponibles y redactar un informe, el Informe Lugano, en el que expusieran las medidas que sería necesario tomar para mantener incólume el sistema capitalista a lo largo del siglo XXI.
Las conclusiones del Informe son dramáticas: el sistema neoliberal globalizado no podrá salvarse del caos y la implosión si no procede de inmediato a reducir la población mundial en dos mil millones de personas durante los próximos veinte años. Esa es la fórmula que los expertos ven necesario aplicar para que el capitalismo siga en pie.
Estas conclusiones del informe son algo imaginado por la autora, pero la realdad nos dice que se acercan mucho a lo que está en la mente de los prohombres del capitalismo, a lo que está en su ADN más profundo: el beneficio por encima de todo, sin que ninguna norma ética pueda obstaculizar la ambición más desmedida. De hecho en estos 20 años el hambre y las guerras fomentadas por una economía sin escrúpulos han supuesto millones de víctimas, pero todavía seguimos siendo muchos.
Y ahora llega el coronavirus, que les viene muy bien para seguir aplicando la receta del Informe Lugano. Para los capitalistas más despiadados se trata de una gran oportunidad: salvar su economía y sacrificar vidas humanas. Esa ha sido claramente su línea de actuación ante la pandemia. Trump es seguramente el ejemplo más notorio de esta política. Ha puesto la economía por encima de las personas, lo que ha llevado a que EE.UU. sea el país con mayor cantidad de víctimas de todo el mundo. Consciente, además, de que la mayoría de las vidas sacrificadas a la economía pertenecen a las clases más bajas de la sociedad: afroamericanos, latinos, blancos pobres que ni en sueños pueden pensar en costear lo que cuesta la asistencia en las privadísimas y carísimas clínicas de EE.UU. Excedentes humanos que aportan muy poco a la economía, sobran. Bueno es liberarse de ellos.
Para disimular ante la sociedad este comportamiento despiadado cualquier recurso puede usarse. Hasta presentarse a la puerta de una iglesia presbiteriana con una Biblia en la mano. Trump, el ejemplo más puro de una conducta anticristiana, escudándose en la Biblia para justificar su despreocupación por la salud de los ciudadanos y su rechazo a las manifestaciones en protesta por el asesinato de George Floyd. Lo que pasa es que, desgraciadamente, en EE.UU. está ampliamente implantada una derecha religiosa ultraconservadora en la que Trump consigue una gran parte de sus apoyos.
Esta derecha religiosa ha contado con grandes recursos económicos para extenderse por América Latina, especialmente en Brasil, donde ha sido un elemento clave para la elección de Bolsonaro, un claro émulo de Trump. También aquí se ha seguido, corregida y aumentada, la misma política de Trump frente a la pandemia. Bolsonaro minimizó al principio los efectos del coronavirus, se resistió a imponer medidas de confinamiento, y él mismo en persona ha ignorado abiertamente las reglas de distanciamiento social. Cuando no le quedó más remedio tomó unas medidas muy laxas, y ahora reabre a toda prisa la economía, en una desescalada desordenada, cuando se cuentan más de 1.200 muertos diarios y la curva está lejos de aplanarse.
Afortunadamente en España los correligionarios de Trump y Bolsonaro no estaban en el poder cuando ha llegado el coronavirus. Bueno, no estaban en el poder político, pero siguen como siempre en el poder económico. Y se han repartido las tareas: los grandes empresarios lo que exigen es reactivar la economía a toda costa y caiga quien caiga. La extrema derecha política, PP y Vox, se han encargado de atacar ferozmente al gobierno, culparle de todos los muertos por la pandemia y, en vez de sacar la Biblia, se han envuelto en la bandera española, con lo cual manifiestas su patriotismo sin necesidad de pagar impuestos o dejar de evadir dinero a paraísos fiscales. En este ataque al gobierno “socialcomunista” no tienen reparo en recurrir machaconamente a la mentira. Pero para no dejarnos engañar basta con mirar la forma en que los gobiernos de extrema derecha están haciendo frente a la pandemia en el mundo.
Gurús de la India que en los 90 venían a impartir charlas a Occidente, advertían de que las armas del próximo siglo, es decir de éste, no serían las convencionales, sino energéticas.
El derrumbe intencionado de las Torres Gemelas en su día les fué tan bien como ahora el coronavirus para sus interesados cálculos.
No es a una nación, es al mundo que tienen en sus manos inmovilizado por el miedo.
Un mundo asustado e inmaduro que aún parece creer en los reyes magos, que se traga todo lo que le cuentan.