Análisis
La guerra sucia de los trolls fachitas
Las integrantes de PROYECTO UNA analizan cómo contrarrestar los discursos de odio de los trolls neofascistas en las redes sociales.
Durante el confinamiento hemos presenciado cómo la derecha conseguía, día sí y día también, marcar tendencia en las redes sociales. En momentos en los que el único contacto con el mundo exterior de gran parte de la población era a través de Internet, el fenómeno acaparaba la atención de medios y opinólogos, así como de antifascistas.
Conseguir que se hablara durante semanas sobre si la manifestación del 8 de marzo había sido un foco de contagio, o sobre las peticiones exacerbadas de ver cadáveres, son logros de la caverna a tener en cuenta. En un momento excepcional en el que la fina máscara del capitalismo sonriente hacía aguas, consiguieron que el debate central no fuera sobre lo esencial del trabajo reproductivo, ni siquiera sobre el desmantelamiento que ha sufrido la sanidad pública en los últimos años.
Gran parte de lo que la derecha actual lleva a cabo en las redes sociales está organizado previamente, pero su mayor fuerza es la de aparentar que no es así. Los grupos de Whatsapp o Telegram son lugares importantísimos para la propaganda del neofascismo, pero no sólo eso. Es también en estos canales donde se coordinan ataques y trending topics. Analistas de datos, como @SoyMmadrigal, consiguieron predecir casi inmediatamente a qué hora sacarían hashtags en Twitter e, incluso, qué organizaciones estaban financiando o promoviendo la agenda de la ultraderecha –gran parte de ellas, ligadas a think tanks y asociaciones ultracatólicas–.
Se sabe que troleos masivos, fake news y campañas de acoso llevan años coordinándose en páginas como 4Chan o Gab. 4Chan es un foro famoso por haber alojado absolutamente de todo gracias al anonimato de sus usuarios, lo efímero de sus posts y su permisividad a la hora de hablar de cualquier cosa. Lo más parecido que tenemos en castellano es Forocoches. Ambos son portales que, en principio, no presentan afiliación política alguna. El primero se creó para para compartir manga y anime, el otro para hablar de coches. Pero, a lo largo de los años, han canalizado una rabia y un descontento muy concretos, que apelan directamente a la ‘incorrección política’ o la ironía como defensa argumental para poder extender el discurso del odio. El último movimiento coordinado desde 4Chan ha sido una supuesta operación para atacar a gente del colectivo LGTBI+ durante el mes del orgullo, denominada «pridefall», que en principio quedó en una mera amenaza.
Gab, por su parte, es una copia de Twitter que nació cuando gran parte de la ultraderecha estadounidense fue expulsada de la plataforma comercial. Bajo la falsa bandera de la libertad de expresión, en Gab se han coordinado troleos virtuales y hasta se han anunciado ataques terroristas neonazis. Aunque muchas empresas se han negado a darles financiación o a alojar su dominio, Gab se mantiene en pie. Su alcance es, en principio, escaso, aunque últimamente seguidores de Trump o de Vox han ido incrementando su presencia en este portal. Y sí, hay que desmonetizar y expulsar a quienes promueven el fascismo de las plataformas mainstream. Relegarlos a otras de menor impacto como Gab les daña. Pero debemos mantenernos atentas. Sin ir más lejos, Milo Yiannopoulos, líder de la alt-right inglesa, se ha declarado en bancarrota desde que se barrieron sus perfiles de Facebook y Twitter y se vio forzado a emplear redes de menor influencia.
La estrategia definitoria de la ultraderecha hoy día es la forma en la que funcionan los trolls. A través del juego y la provocación han encontrado el filón para introducir su ideología en las redes sociales más populares. Aprovechan el algoritmo de dos formas: en las redes sociales que fomentan la interacción (como Twitter o Facebook) lanzan mensajes exagerados y descarnadamente camorristas, esperando provocar la indignación y así ganar visibilidad. En plataformas como Youtube, la táctica consiste en tener presencia en los contenidos más virales, consiguiendo tener impacto en el algoritmo de modo que este sugiera contenido abiertamente supremacista blanco o misógino. De esta forma, vídeos sobre videojuegos o bromas telefónicas, dirigidos especialmente a un público adolescente, se convierten en una pasarela hacía propaganda fascista.
Mientras no tratemos a nuestra juventud como personas con capacidad crítica y les brindemos las herramientas para decidir conscientemente qué lugar quieren ocupar en el mundo, estos mecanismos seguirán sumando adeptos a las filas de la ultraderecha. Hay que enseñar memoria histórica a la vez que dotamos de conocimiento sobre cómo funciona la propaganda fascista y cómo se aprovecha de la incertidumbre adolescente.
Es cierto que en los últimos años ha habido una retirada de máscaras de ciertas tendencias nostálgicas que inocentemente podíamos creer más erradicadas, pero hay que ubicar cada fenómeno en el sitio que le corresponde. Parte de la estrategia de las nuevas formas del odio, igual que la del maltratador, consiste en hacernos sentir aislados hasta llevarnos a dudar de nuestra posición real y de nuestra capacidad de cambio. Lo hacen inundando las redes con un determinado discurso, acosando y difamando, haciéndonos creer que somos una minoría, que estamos locas y solas. El comportamiento de los trolls se asemeja mucho al machista que hace luz de gas, al tipo que grita más que el resto en las reuniones, a los que ocupan el espacio y el diálogo y se niegan a escuchar y empatizar. Como escribe la historiadora Rebecca Solnit, «se les dice a las mujeres que no son testigos confiables de sus propias vidas, que la verdad no es su propiedad, ni lo será nunca”.
Las hordas de machitrolls nos amenazan en todos los espacios (digitales y analógicos) hasta volverlos inseguros y hostiles. Nuestra propuesta es precisamente identificar este comportamiento y denunciarlo. La estrategia a seguir es la que proponen desde @nolesdescasito: detectarlos pero no interactuar con ellos, negarles poder o relevancia. Pero hemos de llegar más lejos: hacernos fuertes entre nosotras, apoyar a quien sufre acoso online, reforzar y promover las cosas y proyectos que nos gustan. Mantener y promover nuestra propia agenda feminista, anticapitalista y antirracista. Y, sobre todo, nunca ir a remolque de sus provocaciones de niñato ofendidito.
Es importante conocer al enemigo y no bajar la guardia. Necesitamos un antifascismo acorde a los tiempos que vivimos. Hay que seguir estando en la calle, pero hay que tomarse en serio el espacio virtual, que es un campo de batalla tan real como la escuela, la sanidad o el trabajo.