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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 28.

Vigésimo octava entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.

Uppsala, julio de 2106. PIXABAY / Licencia CC0

No me lo puedo creer. Esta gente no se cansa de mí ni de mis viejas glorias. Me han invitado, un año más, a dar una conferencia sobre el gran éxito científico de las sociedades anarquistas al que dediqué casi toda mi vida: los bioprocesadores cuánticos, la familia de cepas Q de E. coli.

La verdad es que me costó sacrificar mucho, todos los recorridos vitales a los que renuncié, pero a partir de la Q100, hace un par de años, mis compañeras ya son capaces de ejecutar la transformada de Fourier cuántica en un solo procesador. A partir de ese punto se subió todo el mundo al carro y empecé a perder la cuenta de los avances. Sí sé que ahora han encontrado formas nuevas de integrar los cálculos de distintas cepas en circuitos distribuidos y con paralelismo biológico, y que están desarrollando formas de resolver problemas complejos combinando distintos paradigmas computacionales, donde la cuántica es una especie de coprocesador físico pero la potencia viene de la parte biológica: la evolución asistida por ruido genético. En escenarios extremos de bioremediacion, o para compostaje de residuos muy complejos, o para tratar enfermedades difíciles, allí donde otras bacterias todavía son incapaces de de procesar adecuadamente la compleja información de su entorno para evitar el colapso medioambiental, los nuevos avances están abriendo escenarios que me parecen casi de ciencia-ficción.

En otra época me habría emocionado muchísimo, pero ahorita ya lo veo como un recuerdo feliz y agotador de una vida pasada. Mi contribución fue decisiva, pero no es como un éxito personal; de hecho las últimas fases del proyecto se han llevado a cabo cuando yo había pasado página y dedicaba mi tiempo a la revolución feminista.

Platicaré de otros triunfos que han acompañado recientemente a estos procesadores cuánticos de baja huella de carbono. Mi favorito es el Buen Plástico. El Buen Plástico, ¡por fin! Después de décadas de experimentos, asambleas, viajes, más experimentos más asambleas y más viajes, los anarquistas de todo el mundo nos pusimos por fin de acuerdo en una familia de copolímeros en bloques que se reciclan bien. Décadas de vivir prácticamente sin fabricar nada de plástico, claro. Pero finalmente lo recuperamos. Buenos procesos de limpieza, buenos protocolos industriales: buen plástico. Las distintas variantes, dependiendo de las proporciones de los distintos bloques, nos valen para todo: rígidos, flexibles, punto de fusión alto, bajo, lo que sea. Cuando ya no sirve, se recoge, se limpia y se funde sin necesidad de separar unos plásticos de otros, ya fundido se separa en los distintos bloques químicos, y se vuelve a polimerizar con las proporciones que necesitemos para el uso que necesitemos. No están tan optimizadas como las mil variedades y mezclas inmundas que utilizan los de la Supremacía para los distintos usos especializados, pero a cambio lo podemos reciclar todo. No una gran parte, no casi todo. Todo. Mucho antes que nosotres, distintos gobiernos fascistas llegaron a soluciones similares, pero todas son francamente inferiores al Buen Plástico. No es que los científicos fascistas sean menos inteligentes, la inteligencia está uniformemente distribuida. Lo que pasa es que cien cerebros nunca podrán competir con cien mil. Con los bioprocesadores acabará pasando lo que pasó con el plástico: nos copiarán, que es como decir que habremos ganado.

Cuando ya las tenga animadas, les platicaré también de nuestros grandes fracasos colectivos. No sabemos dejar de desterraformar la Tierra, al menos de momento. Veremos si conseguimos cerrar todos los ciclos en todas las sociedades libres algún día. Más grave todavía es que no sabemos poner fin al ecocidio de la Supremacía, no tenemos ni siquiera ideas prácticas sobre cómo intentarlo, porque llevamos al menos un siglo dando la batalla cultural y han resultado ser más cabezones que el hielo de los polos. Y, de entre quienes no participamos en el ecocidio, somos muy muy lentos en organizarnos para dejar atrás al fascismo, que sigue extendido por la mayor parte del planeta. Así que a escala planetaria, seguimos como estábamos en la comunidad «Guillem Agullò» a escala local, tratando de hacerlo relativamente bien en nuestro entorno, confiando en estar por el buen camino, pero quedándonos cortos, cortísimos.

Acabaré dándoles algo de perspectiva, como seguro esperarán de quien, salvo por lo oscuro de pelo y piel, podría ser la mamá de la mitad de la audiencia y la abuela de la otra mitad. El siglo XXI que acabamos de dejar atrás fue un siglo turbulento en lo político, ni más ni menos que lo fue el XX. Si el XX fue el siglo de la reinvención del imperialismo, del auge del feminismo democrático, y del auge y caída del socialismo autoritario, el XXI fue el de la reinvención del capitalismo y los auges del ecologismo libertario y del ecologismo fascista. En lo climático, fue el primer siglo del Gran Calentamiento,y rebasamos varios puntos de no retorno. Si el siglo XXII se nos da bien en lo político, los climatólogos dicen que a mediados del tercer milenio tendremos un clima estabilizado entre 5 y 7 grados por encima del nivel pre-industrial, es decir entre 2 y 4 grados por encima del clima actual. Van a seguir siendo unos siglos de adaptación brutal, y el riesgo para la civilización humana sigue siendo enorme. Los extremos, planteando mundos ficticios en los que nos pusiéramos de acuerdo o bien para quemar el mínimo de combustibles fósiles, o bien el máximo, se calculan entre 3 y 11 grados por encima del nivel perindustrial. Han pasado más de un siglo desde los primeros protocolos internacionales, se han hechos muchas cosas mal y algunas bien, y prácticamente todo el futuro de la Tierra todavía depende de nuestras decisiones a partir de hoy. De las decisiones políticas de las que me escucharán, y de las de sus hijas.

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