Análisis

Declaraciones como la de Pablo Alborán pueden salvar vidas

Según datos del Observatorio Español contra la LGTBIfobia, los intentos de suicidio entre los jóvenes LGTBIQ son entre tres y cinco veces superiores a los de los que se consideran heterosexuales.

Cuando encendí la radio, él ya estaba hablando. “Siempre he luchado contra toda expresión que vaya contra cualquier libertad y contra la igualdad: desde el machismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la transfobia…”. Pensé que por fin un jugador de fútbol iba a manifestarse contra alguna expresión racista o que iba a declarar su homosexualidad. Y que el equipo de La Ventana, de la Cadena Ser, había tenido el acierto de abrir su programa con ese pronunciamiento. Pero ese acento del sur me sonaba. “Estoy aquí para contar que soy homosexual”. Era Pablo Alborán y para entonces yo ya conducía emocionada. No porque sea una seguidora incondicional de su música –aunque quién no ha tarareado su “Tú y tú y tú y tú…”–, sino porque sabía que lo que estaba haciendo puede salvar vidas. Literalmente.

A estas alturas, hay miles de adolescentes y jóvenes que pasan sus días pensando en suicidarse porque les gustan o aman a personas de su mismo sexo, porque no se sienten identificados con el sexo con el que han nacido o con la identidad de género que se les asignó al nacer. Y admitir eso ante sí mismos, superar el autoodio inoculado por esta sociedad lgtbifobica, y el temor a ser rechazados por sus familiares y amigos arrebatan las ganas de vivir. “A vivir que la vida se va”, decía Alborán al final de su mensaje, en el que también hablaba del deseo de sentirse tan libre como sus canciones. 

Una libertad que no encontraron los casi 50 jóvenes LGTBI que anualmente se suicidan en España ni los 950 que lo intentan, según el informe del Observatorio Español contra la LGTBIfobia publicado en 2018. Según su investigación, los intentos de suicidio entre los jóvenes de este colectivo son entre tres y cinco veces superiores a los de quienes se consideran heterosexuales. Un estudio de la Universidad Adelphi de Estados Unidos de 2019 revelaba que el 24% de las muertes de menores de edad LGBTI son por suicidio.

Así que gracias, Pablo. Gracias porque hay cientos de padres y madres que no saben qué decirles ya a sus hijos e hijas para que dejen de llorar en sus camas mientras les piden por favor que no les obliguen a seguir yendo al instituto. Gracias porque has enmarcado tu discurso en la reivindicación del amor comunitario, el único que nos puede salvar de la incertidumbre y el miedo que nos ha paralizado en la sociedad de la falsa libertad del ‘todo es posible’. Gracias porque has comenzado tus palabras hablando del socavón de dudas que ha abierto el parón al que nos ha forzado esta pandemia y del que tanto hablamos en privado, sin que hayamos conseguido convertirlo en parte del debate público. Gracias porque no tendremos sociedades realmente igualitarias hasta que los jóvenes no crezcan con referentes de nuevas masculinidades que se atrevan a decir “Yo necesito ser un poquito más feliz de lo que ya era”. 

En este confinamiento ha aflorado también ‘la belleza’: la belleza de constatar que lo que realmente echábamos en falta eran los besos, los abrazos, las risas y las lágrimas compartidas de quienes no temen echar a volar las palabras que materializan y hacen así verdad los sentimientos. Con esta pandemia hemos reconectado con la muerte, sin la que la vida pierde su valor de oportunidad única, irrepetible, inaplazable. Con este maldito virus también nos hemos visto acorralados por el odio y las mentiras de los que quieren medrar y lucrarse a costa de las decenas de miles de muertos. Y hemos visto flaquear nuestras fuerzas porque en el aislamiento y el individualismo solo crece la mezquindad, los chismes y la bachillería. 

Y, en medio de todo esto, Pablo, tú no tenías por qué contar tu orientación sexual. Habría sido una opción igualmente legítima. Pero ojalá algún día, cuando alguien lo haga público por primera vez no se cree ese ambiente de solemnidad, ni se nos amarren las emociones a las entrañas, ni pensemos en todas las mujeres y hombres que en todo el mundo son violados ‘correctivamente’ o asesinados por ‘pecadores’ o ‘desviados’; ojalá que algunos y algunas no nos volvamos a encontrar repasando mentalmente nuestros amores desde el privilegio de poder disfrutarlos en sociedad, casi como una reivindicación del derecho a la felicidad. Ojalá algún día tus “tú y yo” no hagan a nadie preguntarse por el sexo ni el género que hay detrás. Ojalá algún día.

Pero, hoy, ojalá tú seas un poquito más feliz, y muchas de las personas que te han escuchado se sientan un poco menos tristes, menos solas, menos cuestionadas, menos temerosas. Ojalá más fuertes, más alegres, más felices. Lo que has hecho ha sido un acto de generosidad, que no es sino una de las formas de amor más radicales y transformadoras. Y aunque sobre todo lo hayas hecho por ti, en este caso ‘ti’ es un tú con sexo y género masculinos que, al declararse homosexual, debilita esta mierda de sistema heteropatriarcal que empobrece, mata y asesina. Y eso no es un ojalá. Eso es una aportación que has hecho ya. Gracias por ese “tú y tú y tú” en el que, cada vez, cabemos un poquito más todas y todos.

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