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José Ovejero | Lo que no te puedo contar

"Es difícil narrar el estado porque es difícil narrarnos de verdad, sin el asidero fácil de los hechos", explica Ovejero en 'La mirada' de esta semana.

Foto: José Ovejero

LA MIRADA DE JOSÉ OVEJERO // Es más fácil narrar un acontecimiento que un estado. El hecho, con su cronología, con sus posibles causas y consecuencias, con su constitución concreta, nos anima a contarlo de viva voz o por escrito: uno podría narrar la muerte de la madre, sus últimas palabras si las hubo, quién estaba presente o si murió sola, a qué hora, en qué lugar, qué decía el certificado de defunción: fallo multiorgánico, o infección generalizada, o paro cardíaco.

O se podría narrar la enfermedad propia, quizá aportar datos de síntomas y temperaturas, quién te llamó para animarte o interesarse, quién no lo hizo, cuántos días y cuántas noches, la medicación, el miedo. También se podrían narrar los conflictos con la pareja durante el confinamiento, muy concretamente ese instante en que tal palabra o tal gesto te hizo decirte: cuando todo esto pase, nos separaremos.

Y, quizá más difícil porque cuesta más narrar los momentos felices, podríamos contar las conversaciones que nos llevan a pensar que estamos viviendo con la persona adecuada (ese momento en que te dijo que, ese gesto que tanto te gusta, lo que hacéis durante el sexo, o la forma que tiene de pegarse a ti al despertaros).

La sintaxis impone un orden y una estructura que se conjugan bien con los de los acontecimientos, un ahora y un después, un sujeto que se acopla al yo y al tú como inventado exclusivamente para eso, un verbo que nos muestra en medio de la acción, un predicado que aporta los matices imprescindibles.

Estamos viviendo meses excepcionales, como lo pueden ser una guerra o un terremoto –cada uno a su manera y con su letalidad propia– y si todo acontecimiento excepcional siempre encuentra su camino a la narración, no solo porque lo que nos afecta con intensidad pide ser transmitido (porque nos vuelve excepcionales a nosotros mismos, nos concede importancia, pero también porque compartir el acontecimiento lima sus aristas y lo vuelve menos doloroso), además somos conscientes de que hay sucesos que nos afectan como grupo, como sociedad, y necesitamos una narración colectiva en la que reconocernos y sentirnos acompañados.

Sería miope y cínico pensar, como ya hacen algunos, que la proliferación de diarios de la epidemia y la que vendrá de libros, películas y testimonios es solo una forma de oportunismo, una estrategia para hacer caja con una desgracia común; en realidad es la manifestación lógica de la necesidad de abordar el acontecimiento que está atravesando nuestras vidas.

Por eso también devoramos los millones de noticias (de miniacontecimientos) que nos hablan del confinamiento y de la expansión del virus, en particular de sus consecuencias concretas, medidas a menudo en términos estadísticos. La eclosión de diarios –por iniciativa personal pero a menudo también impulsados por instituciones culturales y por periódicos– parece responder a ese deseo de pasar a la narración los detalles de una cotidianidad extraordinaria.

Contar es un alivio. También lo es que nos cuenten. Pero lo difícil es, como decía al principio, no tanto expresar el hecho o acontecimiento como el estado. ¿Cómo estás? Bien, dadas las circunstancias; o bien,  a pesar de, o no muy bien… Si no podemos aferrarnos a un suceso destacado, feliz o infeliz, para ejemplificar nuestro estado de ánimo nos cuesta mucho transmitir cómo estamos, es decir, lo que somos de una forma continuada, aunque con variaciones.

El estado es inasible y variable, es difuso, no se ajusta a las reglas de la sintaxis, tiene una cronología y una causalidad nebulosas; se prolonga en el tiempo pero parece morderse la cola, está hecho de silencios y también de repeticiones obsesivas de ideas y de imágenes. Sentimos malestar cuya causa concreta desconocemos, miedos a los que es difícil poner nombre, sensaciones contradictorias (aborrecemos el confinamiento pero somos reacios a retomar la vida social), y además tenemos la impresión de que nuestras sensaciones y nuestro ánimo no dependen solo del acontecimiento, sino que ya había antes de él un germen igualmente difuso: arrastramos esperanzas y desesperanzas previas que se mezclan con el ahora.

Es difícil narrar el estado porque es difícil narrarnos de verdad, sin el asidero fácil de los hechos; por eso hay siempre una parte nuestra que está sola; la persona que tenemos al lado y que quizá nos quiere y desea comprendernos siempre será “otra”, no seremos capaces de transmitirle lo más íntimo o profundo, el poso turbio de nuestra identidad. Y esa sensación, que a menudo y por fortuna conseguimos silenciar gracias a actividades, compromisos, planes, prisas, aflora en el momento en el que se desarbola nuestra estrategia de vida.

Si es probable que en las condiciones actuales una parte de la población necesite ayuda psicológica o la necesite más que antes, se debe en parte a que de pronto el yo que desea ser expresado pero al mismo tiempo es consciente de la imposibilidad de hacerlo se presenta en medio de la habitación y exige el protagonismo: eres ese o esa, ese ser solo en medio de la gente, ese proyecto incompleto e incomprensible, esa persona que no sabe qué hacer consigo misma.

Desde que empezó el confinamiento vengo grabando imágenes y sonidos; no sabía por qué lo hacía, solo tenía la impresión de que no iba a poder contar de una forma satisfactoria los días que se avecinaban. Y también sin darme cuenta me fui volviendo consciente de que ese breve documental, si llego de verdad a montarlo un día, no pretende ser una narración cronológica ni tampoco lógica, ni busca la comprensión. Sería, en todo caso, un reflejo desordenado y contradictorio de sensaciones.

Porque aunque sea cierto que “de lo que no se puede hablar es mejor callarse”, tiene que haber alguna forma de tantear en la oscuridad para no perder lo que nos une a otros, también justamente aquello que somos incapaces de decirnos. Si no podemos compartir la narración, podemos compartir su imposibilidad, reconocer entonces las soledades que somos y saludarnos desde lejos.

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Comentarios
  1. Es todo dolorosamente cierto. La convivencia en estas circunstancias, es un estado atroz y se puede volver insoportable. Probablemente el desentendimiento venía de antes y explotó ahora. Conozco parejas que se separaron y pasaron por situaciones negrísimas. Nada volverá a ser igual. Jamás. Habrá más cambios. Vendrá lo nunca sentido. Y se manifestará diferente, amorfo, brutal.
    Mantener la coherencia es vital.
    Cada vez más.

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