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¡George Floyd, presente!
"El fuego que encendió George Floyd con su “no puedo respirar” seguirá ardiendo hasta que la plaga del racismo sea purgada de nuestro cuerpo político".
El miércoles por la tarde, Keith Ellison, primer fiscal general afroestadounidense de Minnesota, expresó en conferencia de prensa: “Estamos aquí hoy porque George Floyd no lo está. Debería estar aquí. Debería estar vivo, pero no lo está”. Luego anunció que elevaría a asesinato en segundo grado la acusación contra el exoficial de policía de Minneapolis, Derek Chauvin, que fue separado de su cargo después de la conmoción que generó la muerte de Floyd.
Chauvin presionó su rodilla sobre el cuello de George Floyd durante aproximadamente nueve minutos, lo que le provocó la muerte. En los últimos tres de estos minutos, Floyd, que estaba esposado, yacía inconsciente. Ellison también anunció que presentará cargos por complicidad e instigación al asesinato contra los otros tres agentes involucrados en la muerte de Floyd.
Las comunidades de color, que ya venían golpeadas por el desproporcionado impacto que la pandemia de coronavirus tiene sobre ellas, explotaron en protestas masivas. En medio de la doble pandemia de COVID-19 y violencia policial, el asesinato de George Floyd desencadenó una amplia y diversa rebelión contra el flagelo del racismo sistémico.
El vídeo del asesinato de George Floyd fue visto por cientos de miles de personas en todo el mundo. Pero poco se sabe de la vida de este hombre afroestadounidense de 46 años de edad. Esta semana se llevarán a cabo ceremonias en memoria de George Floyd en diversas ciudades y el martes se realizará el funeral en Houston.
George Perry Floyd, oriundo de Fayetteville, Carolina del Norte, se crió en el vecindario Third Ward de Houston, un área históricamente negra de la ciudad. Tenía dos hijos adultos, Connie y Quincy Mason, y una hija de seis años, Gianna. Hace varios años se había mudado de Houston a Minneapolis, donde trabajaba como personal de seguridad del restaurante Conga Latina Bistro, pero recientemente había perdido su trabajo a causa de la pandemia.
En un mensaje de vídeo sin fecha publicado en las redes sociales, Floyd, que trabajaba como mentor de jóvenes, expresó su rechazo a la violencia con armas de fuego: “Tengo mis defectos y falencias y no soy mejor que nadie, pero, amigo, los tiroteos que están ocurriendo… No me importa de qué religión seas o dónde estés. Te amo y Dios te ama. Bajen las armas”.
El activismo de George Floyd contra las armas de fuego atrajo la atención de dos nativos de Houston, el artista y empresario de hip-hop Corey Paul y el pastor Patrick P.T. Ngwolo, que buscaban contactos en Third Ward para sumar voluntades a su trabajo religioso por la justicia social. En una entrevista concedida a Democracy Now!, Corey Paul expresó: “Fuimos muy afortunados por haber conocido a George. George ya predicaba la paz, el amor, la unidad y a Dios y se manifestaba en contra de la violencia con armas de fuego antes de que apareciéramos nosotros. Así que cuando llegamos, George básicamente dijo: ‘Si le concierne a Dios, entonces me concierne a mí’.
También en una entrevista con Democracy Now!, el pastor Ngwolo agregó: “Como hombre de paz, Big Floyd fue uno de los primeros en ayudarnos a que se nos abran las puertas del vecindario y en decirle a la gente que éramos personas de bien”. La muerte de Big Floyd tendrá un impacto duradero en la comunidad en la que trabajaba. Al respecto, Corey Paul dijo: “George no tiene reemplazo. A los barrios que muchas veces se dice que necesitan una reforma radical no es posible llevar gente o información y pretender lograr un cambio. Tiene que venir desde un lugar genuino y holístico. Y esto era lo que representaba George dentro de su comunidad”.
Una de las tantas fotos de George Floyd que publicaron sus amigos en Internet lo muestra en un bautismo al aire libre junto a un grupo de compañeros. Big Floyd, de 1,95 m. de altura, sostiene una Biblia en alto, que se eleva sobre las cabezas de los demás. La imagen, contrapuesta con la foto del presidente Donald Trump que montó la Casa Blanca esta semana, pone al descubierto el marcado abismo que existe entre la fe genuina y el activismo de Floyd y la burda propaganda de Trump.
Washington D.C. ha sido el escenario de algunas de las protestas más intensas contra el asesinato de Floyd. Día y noche, los manifestantes colmaron el parque Lafayette, frente a la Casa Blanca. El viernes por la noche, el Servicio Secreto acompañó a Trump hacia el búnker de la Casa Blanca mientras la protesta crecía en tamaño y energía. El lunes, agentes federales desalojaron violentamente el parque, según se informa, tras recibir órdenes del fiscal general William Barr.
Con una violencia desenfrenada, la policía antidisturbios cubrió a la multitud de manifestantes pacíficos con gases lacrimógenos y luego cargó contra ellos, abriéndose paso con sus escudos, mientras golpeaba a la gente, disparaba balas de acero recubiertas de goma y le rociaba gas pimienta de forma deliberada. Cuando el parque quedó despejado, Trump y su comitiva, incluido el secretario de Defensa y el jefe del Estado Mayor Conjunto, marcharon hacia la cercana Iglesia Episcopal de San Juan, cuyas puertas y ventanas estaban tapiadas con tablones. Allí, Trump posó para las fotos con un Biblia en alto, sin abrir el libro ni citar ningún verso. Esta escenificación vacía y la violencia policial que la precedieron fueron ampliamente rechazadas por el clero, autoridades electas y miembros de la comunidad.
El Pastor Ngwolo comentó para Democracy Now!: “Si hubiera abierto [la Biblia], habría visto que el país necesita que retroceda en su retórica, que una al pueblo y ojalá logre que esta situación llegue a una resolución pacífica”.
La vitalidad de la protesta y el torrente de indignación por el asesinato de George Floyd a manos de la policía no serán silenciados. Una investigación sólida y un procesamiento contundente de los cuatro exoficiales de policía podrán brindar algo de justicia. Pero el fuego que encendió George Floyd con las palabras que pronunció antes de morir, “no puedo respirar”, seguirá ardiendo hasta que la plaga del racismo sea purgada de nuestro cuerpo político.
Esta columna ha sido publicada originalmente en Democracy Now!