Internacional
[Adelanto editorial] ‘El mapa fantasma’, de Steven Johnson
Steven Johnson cuenta en 'El mapa fantasma' (Capitán Swing, 2020) cómo enfrentó Londres el brote de cólera de 1854 y qué enseñanzas podemos extraer.
En el verano de 1854, Londres estaba emergiendo como una de las primeras metrópolis modernas del mundo. Pero, al carecer de la infraestructura necesaria para mantener a su población en rápida expansión –eliminación de residuos, agua limpia, alcantarillado–, la ciudad se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para un brote de cólera, una enfermedad aterradora que nadie sabía cómo curar entonces. Steven Johnson, uno de los escritores más interesantes de la actualidad en temas como la cultura popular, la vida urbana y las nuevas tecnologías, nos cuenta en El mapa fantasma la historia de la devastadora epidemia que envolvió Londres en 1854 a través de dos héroes poco probables: el doctor anestesista John Snow y el afable reverendo Henry Whitehead.
Juntos derrotaron a la enfermedad gracias a que combinaron conocimiento local e investigación científica, y se ayudaron de la elaboración de mapas. Llevaron a cabo una fascinante investigación que sacudiría los cimientos de la comunidad científica victoriana y cambió para siempre nuestra perspectiva sobre la vida moderna.
Al relatar su extraordinaria historia, Johnson explora de paso todo un universo de ideas y realidades conectadas, desde el terror urbano a la enfermedad hasta los microbios y los ecosistemas, el Gran Hedor, los fenómenos culturales y la vida en la calle bajo una epidemia.
Traducido por Cristina Mbarichi Lumu y editado por Capitán Swing, publicamos íntegro el preámbulo y un extracto del epílogo de este interesantísimo libro.
PREÁMBULO
Esta es una historia con cuatro protagonistas: una bacteria letal, una inmensa ciudad y dos hombres con un talento muy especial, aunque muy distintos el uno del otro. Una oscura semana, hace ciento cincuenta años, en medio del miedo y del sufrimiento humano, sus vidas se encontraron en Broad Street, una calle de Londres en el margen oeste del Soho.
Este libro es un intento de contar la historia de ese encuentro de forma que haga justicia a las múltiples escalas de existencia que lo hicieron posible: desde el reino invisible de las bacterias microscópicas hasta la tragedia, el coraje y la camaradería de algunos individuos; desde la esfera cultural de las ideas y las ideologías hasta la extensión geográfica de la propia ciudad de Londres.
Es la historia del mapa que se forma en la intersección de todos esos vectores. Un mapa creado para ayudar a dar sentido a una experiencia que desafió al entendimiento humano. Es, al mismo tiempo, un caso práctico que ilustra cómo los cambios se suceden en la sociedad humana y la compleja forma en la que las ideas equivocadas o inútiles son sustituidas por otras correctas, mejores. Pero por encima de todo, es un argumento para ver aquella terrible semana como uno de los momentos que más han influido en la definición de la vida moderna, como hoy la conocemos.
EPÍLOGO. El regreso a Broad Street
[…] Nuestra transformación en planeta urbano no es de ningún modo irreversible. Las mismas fuerzas que promovieron la revolución urbana inicialmente —la escala y la conectividad de la densa vida urbana— se nos pueden volver en contra. Los mortíferos virus y armas podrían volver a convertir las zonas urbanas en lugares de muerte y terror en masa. Pero si hemos de mantener vivo el modelo de la vida metropolitana sostenible que contribuyeron a hacer posible Snow y Whitehead hace ciento cincuenta años, nos corresponde hacer, cuando menos, dos cosas. En primer lugar, debemos aceptar —en términos filosóficos y de política pública— las percepciones científicas, en especial los campos derivados de la gran revolución darwiniana que empezó pocos años después de la muerte de Snow: la genética, la teoría evolutiva, la ciencia medioambiental. Nuestra seguridad depende de nuestra capacidad de predecir el camino evolutivo que seguirán los virus y las bacterias en las próximas décadas, del mismo modo en que la seguridad en los tiempos de Snow dependía de la aplicación racional del método científico a asuntos de salud pública. La superstición, entonces y ahora, no solo amenaza a la verdad. También amenaza a la seguridad nacional.
En segundo lugar, debemos comprometernos de nuevo con los tipos de sistemas de salud pública que se desarrollaron tras el brote de Broad Street, tanto en el mundo desarrollado como en los países en desarrollo: los suministros de agua limpia, los sistemas higiénicos de eliminación de residuos y de reciclaje, los primeros programas de vacunación, la detección de enfermedades y los métodos de localización. El cólera demostró que el mundo del siglo xix estaba más conectado que nunca; que los problemas de salud pública podían extenderse rápidamente por todo el mundo. En una era de megaciudades y de tráfico aéreo, la conectividad es aún más pronunciada, para bien o para mal.
En muchos sentidos, la historia de los últimos años no ha sido edificante en lo que a esos dos objetivos se refiere. La «teoría» del diseño inteligente continúa desafiando al modelo darwiniano, tanto ante los tribunales como ante la opinión pública; parece que Estados Unidos está invirtiendo más tiempo y dinero en la creación de nuevas armas nucleares que en la destrucción de las que ya tenemos; el gasto en sanidad per cápita es inferior; mientras escribo, Angola está sufriendo el peor ataque de cólera de toda una década.
Pero si nuestras perspectivas actuales parecen sombrías, solo tenemos que pensar en Snow y Whitehead por las calles de Londres hace tantos años. En aquel entonces el ataque del cólera también parecía intratable, y la superstición parecía destinada a prevalecer. Pero al final, o al menos tan al final como hemos podido ver hasta ahora, las fuerzas de la razón se alzaron con la victoria. Se inhabilitó la palanca de la bomba; se trazó un mapa; se enterró la teoría del miasma; se construyeron alcantarillas; se consiguió un suministro de agua limpia. Este es el principal consuelo que nos aporta el brote de Broad Street en nuestra actual situación adversa, con todos sus singulares desafíos.
Por graves que sean las amenazas a las que nos enfrentamos en la actualidad, tendrán solución si reconocemos el problema subyacente, si atendemos a la ciencia y no a la superstición, si mantenemos un canal abierto para las voces disidentes que realmente pueden sugerir respuestas verdaderas. Los desafíos globales que se nos presentan no son necesariamente una crisis apocalíptica del capitalismo o el choque final del orgullo desmesurado del género humano contra el espíritu equilibrado de Gea. En el pasado nos hemos enfrentado a crisis igualmente terroríficas. La única cuestión es si podremos sortear esas crisis sin acabar con la vida de al menos diez millones de personas. Así que sigamos luchando