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“Tratamos a los muertos por COVID-19 con mucho cariño ya que no tenían a su familia”

Jordi Fernández está más que habituado a lidiar con la muerte: lleva 16 años trabajando como tanatopractor en funerarias de Barcelona. Pero sostiene que nada de lo vivido hasta ahora es comparable a la pandemia de COVID-19.

Jordi Fernández define su trabajo como las labores necesarias para que «el encuentro del difunto con sus familiares sea lo más dulce posible». Esta pandemia, por primera vez en su larga trayectoria profesional, lo ha hecho imposible. No había posibilidad de encuentro.

Fernández es uno de los trabajadores de Servicios Funerarios de Barcelona-Mémora, la empresa que se vio obligada a convertir el parking del tanatorio de Collserola en una morgue para albergar los casi 200 cadáveres que llegaron a recibir diariamente durante las semanas más devastadoras de la COVID-19. El 17 de mayo fue clausurado ante la caída de muertes, pero están preparados por si hubiese que reabrirlo ante nuevas oleadas de contagios.

¿Cómo ha vivido las peores semanas de la pandemia?

Fueron 45 días devastadores. Había vivido situaciones de crisis como olas de calor, pero esta pandemia ha sido algo inimaginable. Hemos pasado de recoger en Barcelona una media de 36-40 difuntos al día a alcanzar los 190. Nos hemos tenido que adaptar: gente que estaba en recepción de los tanatorios o en protocolos se ha tenido que poner a conducir ambulancias para ayudar. Si no lo hubiésemos hecho, habríamos colapsado.

¿Cuánto han tenido que ampliar el personal? 

Hemos contratado a mucha gente. Solíamos tener cinco equipos de recogida de difuntos en ambulancias y pasamos a quince. Tuvimos que adaptar el parking del tanatorio de Collserola, de 1000 metros cuadrados, para montar una gran morgue. Pusimos un equipo de frío para poder mantenerlo a 6 grados. Hemos llegado a tener 500 difuntos en custodia. Ni los cementerios de Barcelona, ni los hornos ni los equipos de entierro e inhumaciones daban abasto. Un horno crematorio tarda en incinerar a una persona dos horas y media, y hay cuatro en toda la ciudad. Tuvieron que alquilar un quinto, porque el Ayuntamiento había cerrado tres antes de la pandemia. Se han estado incinerando 70 cuerpos diarios. Hubo unos días en los que se enterraban o incineraban unos 130-140 cuerpos, pero llegaban 190. 

¿Cómo lo vivieron en el tanatorio?

Parecía que estuviésemos en guerra. No paraban de venir ambulancias con difuntos dentro. Era como una rueda: llegaban, descargaban, se iban, volvían y así las 24 horas

¿En algún momento pensaron que iban a colapsar?

Barcelona aprendió del caso de Madrid porque íbamos 15 días por detrás. Vimos cómo allí tuvieron que convertir en morgue el Palacio de Hielo y otros espacios. Compañeros de Madrid nos contaron que llegó un momento en el que no sabían dónde tenían los difuntos. Así que diseñamos un meticuloso protocolo para que en todo momento supiéramos dónde estaba cada uno.

Las ambulancias solían venir con varios cuerpos, están adaptadas para trasladar hasta cuatro. Los identificamos con una etiqueta enganchada al sudario, la caja se identificaba con el nombre del fallecido y los depositábamos en las hileras con su documentación. Es en medio de toda esta situación cuando nos dimos cuenta de la dimensión de la tragedia. 

Mientras estás trabajando lo das todo. Llegó un día en que llegamos a tener 500 cajas, no se veía el suelo: en cada hueco había un ataúd, y en cada uno de ellos, una vida, y con cada vida una familia que no había podido despedirse adecuadamente. Cuando volvías a casa, te volvían todas esas imágenes y te daba el bajón. 

Incluso para los que trabajamos cada día con la muerte habrá un antes y un después. Mucha gente necesitará un psicólogo. Ha sido tan devastador porque la mente no es capaz de procesar aún lo que ha pasado.

¿Por qué?

Porque ha sido un virus muy cruel, que no ha afectado a todo el mundo por igual: muchos han fallecido y muchos otros han pasado la enfermedad sin notarla. Y luego, la forma de morir: se han ido solos, sin sus familias, sin sentirse arropados por su gente. Y los que se han quedado, con la pena de no poder despedirles. 

Nos ha pasado de llegar el coche fúnebre a la puerta del cementerio y que cinco o seis familias, que estaban esperando, se  tirasen sobre el chófer preguntando si traían los restos de sus seres queridos. 

En Barcelona la media de edad de los muertos ha sido de 83 años. Estamos preparados por si viene otra ola de difuntos, pero a día de hoy se ha normalizado el número de muertos. 

¿Cómo han gestionado la relación con los familiares? 

El Ministerio de Sanidad no fue muy claro en la redacción de las normas. Se prohibió el velatorio de todos los difuntos por lo que los familiares tenían que confiar en que le entregabas a su ser querido, porque no lo podían ver. En nuestro caso, decidimos que los casos en que la muerte no fuese por coronavirus, permitiríamos que tres familiares pudiesen ver a su difunto y despedirse. Con los muertos por COVID-no se podía hacer nada.

¿Aun así, han llegado familiares de muertos por COVID-19 al tanatorio?

Sí, recuerdo una chica de 25 años cuya abuela había muerto por coronavirus. Quería recuperar una medalla de su abuela por su valor sentimental. Era lo único que tenía de ella. Conseguí hacerlo y aunque no nos pudimos abrazar por el distanciamiento social, solo la mirada que me regaló no tiene precio.

El párking del tanatorio de Collserola convertido en morgue para conservar los cadáveres hasta que son trasladados a los crematorios y el cementerio de Barcelona (P.S.)

Durante las peores semanas de la pandemia, ¿se dieron de baja compañeros suyos?

No, solo gente a la que tuvimos que contratar y que al día siguiente de empezar no venían porque la situación les sobrepasaba. Era gente sin relación con el mundo funerario a la que contratamos para tareas de soporte. 

¿Cuánto tiempo son contagiosos los cadáveres?

Nadie me lo ha sabido decir. Lo que sí sabemos es que pasadas 24 horas es muy difícil que contagien. La empresa hizo un protocolo muy rígido en la recogida de los difuntos. En el momento en el que llegábamos al hospital o la residencia, desinfectábamos el cuerpo, lo metíamos en el sudario, se desinfectaba el sudario…  Tratamos a los muertos por COVID-19 con mucho cariño ya que no tenían a su familia. Y luego desinfectábamos la caja.  

¿Qué siente cuando sale a la calle tras trabajar en el tanatorio?

Creo que la mayoría de la ciudadanía no es consciente de lo que ha pasado porque no ha tenido muertos. Veo situaciones insultantes como ver a gente haciendo un botellón pasándose la botella los unos a los otros. Gente joven que piensa no va con ellos, y no se plantea que están poniendo en riesgo a otras personas. 

¿Cómo ha vivido las críticas al sector funerario?

Se consideran caros sus servicios y no se plantean que en un funeral trabaja una media de 9 personas.Otra cosa es que tuviera que ser público. El 70% de la población tiene seguro de decesos. Es el 30% restante el que tiene que hacerse cargo de los gastos y se puede elegir el tipo de servicio que se desee. El que más tiene más quiere. Se ve mucha la diferencia de servicio por clases sociales por lo que piden y por el tanatorio que eligen.

Hay una relación contradictoria con los funerales que tiene que ver con el rechazo a la muerte. Un velatorio te fuerza a convivir con ella durante unas horas. 

Me sorprende que haya gente que se gaste pastizales en una boda y en cambio, para un funeral, que es también es un encuentro social para despedir a un ser querido, se susciten tantas críticas. Creo que es por el miedo a la muerte. 

¿Va a recibir terapia psicológica?

Supongo que la necesitaré, aunque ahora creo que no, pero tengo sensaciones contrapuestas. Me tomo mi trabajo como que estoy haciendo un bien. En muchos momentos he estado rodeado de cadáveres, a oscuras, en silencio y no les tengo miedo alguno. 

Usted es tanatopractor, ¿en qué consiste su trabajo?

Recepcionamos al difunto, lo desinfectamos, lo taponamos y lo embalsamamos. Los vestimos y maquillamos para que su encuentro con sus familiares sea lo más dulce posible. Debemos borrar las marcas de la muerte del difunto. 

Es un trabajo muy invisibilizado…

En mi entorno saben en qué trabajo, pero a mis dos hijas se lo he ocultado durante muchos años para evitar que tuviesen algún problema porque su padre trabajase con muertos. Me daba miedo que le dijesen algo. Ahora, la de 14 años lo sabe, y la de 8 lo está acabando de descubrir. 

Cuando cuento a lo que me dedico, la gente suele dar un paso atrás de asco. Pero al final, todas las cenas terminan versando sobre mi trabajo: la gente tiene mucha curiosidad por la muerte. 

Tiene que ver con que en este país todo el mundo esconde la muerte. Verás muy pocos niños en los tanatorios para despedir a sus abuelos. La cultura mortuoria en España es de un día de velatorio al fallecido, en seguida se quita de en medio. En cambio, en Francia están cinco días de velatorio. Por algo tenemos el refrán de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. 

¿Cuáles son los requisitos exigidos para su profesión?

La tanatopraxia está reconocida como profesión por el Gobierno desde 2012, pero es una vergüenza que en este país cualquiera pueda manipular a un difunto. No hay ninguna titulación reglada por el Ministerio de Educación y Ciencia para serlo. Hay muchas funerarias en las que la misma persona que recoge el cadáver, que lo viste y que te hace el servicio, es después la que hace el café y te lleva en el coche. Lo que hemos vivido en estos días debería servir para entender la importancia de la profesionalidad. 

Lo único que hay ahora son escuelas y muchas son un engaño. Yo me formé en el Instituto Francés de Tanatopraxia y somos los compañeros los que nos vamos pasando el testigo los unos a los otros.  

¿Cómo le influye en su trabajo ser padre?

Por una parte me ayuda a desconectar porque llego a casa y me tengo que poner a hacer los deberes con ellas. Pero también acentúa las emociones porque cuando te traen el cuerpo de un crío… Yo no me pongo en la piel del muerto, sino del vivo, del que aún tiene sentimientos, de la desesperación que deben estar viviendo esos padres..  Se me pone la piel de gallina y pienso que ojalá no me pase nunca. La muerte no tiene edad: hay que vivir y disfrutar porque mañana podemos no estar aquí. Tenemos que intentar hacer el mayor bien posible, amar y no tener rencor. Yo sufrí un cáncer linfático, hubo un momento en el que parecía que no lo iba a superar… Haber vivido esa situación y trabajar con la muerte me hace tener muy claro que vivir sin rencor es lo mejor que hay. 

¿Es creyente?

Lo era, pero tras enfrentarme a situaciones como ver muertas a criaturas de 3 o 4 años, no puedo pensar que exista un Dios tan cruel. Así dejé de creer. 

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