Sociedad

Ahora que había salido del confinamiento

Belén Lynx narra la historia de un confinamiento anterior a la pandemia: la de su madre como cuidadora, que puede ser la historia de muchas otras mujeres.

La madre de la autora, que ya vivió un confinamiento como cuidadora, saca los brazos por una ventanilla. BELÉN LYNX

En La Marea hemos dedicado un espacio al confinamiento que ya sufrían numerosas personas antes de la pandemia. Este aborda el tema de los cuidados. Aquí puedes leer otro sobre cómo un ascensor puede cambiar el encierro al que viven sometidas muchas personas mayores.

Comienza un nuevo día de confinamiento sin necesidad de alarmas, con la espontaneidad de un despertar temprano a pesar de todo. Un desayuno rápido para comenzar una jornada que reproduce una monotonía agónica. Vas a la cocina para intentar cambiar un poco de escenario en esta casa que se ha convertido en un teatro-cárcel. No hay espectadores, apenas hay actores de reparto y el guion empieza a parecerte aburrido. Al principio éramos positivas, pero te estás dando cuenta de que tú no comprarías este libro y de que la vida no puede ser tan interesante entre cuatro paredes por mucho que te digan que debes, a pesar de todo, seguir siendo productiva.

No importan las circunstancias que rodeen tu confinamiento, siempre debes medir tu tiempo en términos de productividad porque para eso hemos sido domesticados en este sistema; aprende un idioma, toca un instrumento, sumérgete en el mundo tecnológico con cursos online… pero a ti los ordenadores te ponen nerviosa, nunca se te dieron bien. No tienes aptitud para los idiomas y la música tampoco fue tu pasión. Es difícil que en tu horizonte mental aparezcan estas posibilidades como opciones factibles en un contexto de ansiedad y de angustia constantes.

Tras el desayuno, es el momento de empezar a mover el cuerpo. Su cuerpo, cada día más debilitado por la ELA. No el tuyo, aunque la inercia de ser cuidadora hace que tu cuerpo se resienta y los dolores de espalda se intensifiquen. ¿Puede llamarse a eso hacer ejercicio? Quizá aparece pronto un artículo que nos vende las maravillas de la dedicación a los cuidados para ponernos en forma. Quizá tiene hasta un nombre en inglés que lo disfraza de moda fashion y de una alternativa complementaria a la operación bikini.

Sola, exhausta, pero con un cuerpo divino para lucir en el –con suerte– patio de tu casa. Tras un rato de ejercicios, conversaciones y mimos, puedes relajarte un poco en el salón. Tu mente está cansada para leer, te resulta difícil porque sabes que tienes que estar alerta. En cualquier momento tu ayuda puede ser requerida y te da coraje tener que interrumpir constantemente la trama. Piensas que la historia de tu vida sería una novela de capítulos cortos en la que hay muchos días que no pasa nada. ¿Dónde está lo excitante en el confinamiento? ¿Dónde están los vecinos que te cantan desde los balcones cuando no existen balcones y la soledad y el vacío imperan en tu salón?

Preparas la comida, despiertas a los niños, te pones la sonrisa en la cara y sigues en constante alerta. La sensación de vulnerabilidad y de estrés constante inunda tus pensamientos, crees haber leído que los teóricos lo llaman algo así como la carga mental. Y lo cierto es que te pesa: el miedo, la soledad, la incertidumbre del mañana, la obligación de seguir resistiendo cuando hay días en los que las fuerzas flaquean.

La sensación de culpa al ver que no eres la única confinada, que tu cárcel es tu hogar pero la suya es su cuerpo. Tus hombros están arqueados y hay días en los que te cuesta seguir cuidando. Es el momento de incorporarle para ir al baño. Necesitas ayuda humana para realizar esta tarea esencial y puedes recibir la visita de un ayudante. ¡Benditos trabajos esenciales, menos mal que se permiten! Tras el baño, lo subes a la silla de ruedas y comienza el entretenimiento online. De vez en cuando, tienes que intentar ayudarlo a comunicarse, a ejercer su rol familiar, a seguir adelante. Y lo haces con todo el amor que te rebosa el pecho y que te empuja a acostarte con esperanza un nueva noche. Vuelta a empezar.

Hubo un día en el que todo acabó para siempre; los segundos planos, las sonrisas cómplices, el amor confinado, la esperanza, el dolor. Y volviste a salir, a ver la luz del sol más de una hora al día, a interactuar y tejer relaciones sociales, a vivir. Los años pasaron y un día una pandemia mundial llegó para recordarte aquel periodo vital en el que dedicaste tu vida a cuidar; lo que pasó por tu mente, el anquilosamiento, la angustia, la felicidad mezclada en ese pozo de sentimientos contradictorios. Y tu hija te preguntó:

–¿Cómo llevas el confinamiento, mamá?

Al menos ahora estamos todos igual. Al menos ahora no te desgarra ver la normalidad en la acera de enfrente. Al menos ahora no eres la única que no puede salir de casa, que debe estar alerta cuando la incertidumbre inunda las cuatro paredes de tu teatro-cárcel.

Quizá, ahora que en esta obra hay muchos más actores de reparto, el guion de nuestra vida tendría más lectores. Quizá la sociedad pueda empatizar con todas esas mujeres que dieron años de su vida a cuidarnos. Ellas eran las personas esenciales que resistieron, cuando el confinamiento era permanente.

–Lo llevo bien, hija. Tú sabes que yo ya estaba acostumbrada.

Belén Lynx es estudiante de Sociología y Trabajo Social. Este artículo fue publicado en el Especial Libertad de La Marea. Puedes conseguir el número completo aquí. O puedes suscribirte desde 40 euros al año. ¡Gracias!

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