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[Adelanto editorial]: ‘La cruel pedagogía del virus’, de Boaventura de Sousa Santos

Publicamos un fragmento del nuevo libro del sociólogo, editado por Akal, dedicado a las lecciones que podamos extraer ya de esta pandemia.

La intensa pedagogía del virus: las primeras lecciones

Lección 1. El tiempo político y mediático condiciona cómo la sociedad contemporánea percibe los riesgos que corre. Ese camino puede ser fatal. Las crisis graves y agudas, cuya letalidad es muy significativa y rápida, movilizan a los medios de comunicación y los poderes políticos, y llevan a tomar medidas que, en el mejor de los casos, resuelven las consecuencias de la crisis, pero no afectan a sus causas. Por el contrario, las crisis severas pero de progresión lenta tienden a pasar desapercibidas incluso cuando su letalidad es exponencialmente mayor. La pandemia del coronavirus es el ejemplo más reciente del primer tipo de crisis. Mientras escribo esto, ya ha matado a unas 40.000 personas. La contaminación atmosférica es el ejemplo más trágico del segundo tipo. Como informó The Guardian el 5 de marzo, según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación atmosférica, que es sólo una de las dimensiones de la crisis ecológica, cada año mata a 7 millones de personas. Según la Organización Meteorológica Mundial, el hielo antártico se está derritiendo seis veces más rápido que hace cuatro décadas, y el hielo de Groenlandia cuatro veces más rápido de lo previsto. Según la ONU, tenemos diez años para evitar un aumento de 1,5 grados en la temperatura global en relación con la era preindustrial, y, en cualquier caso, sufriremos.

A pesar de todo esto, la crisis climática no genera una respuesta drástica y de emergencia como la que está provocando la pandemia. Lo peor es que, si bien la crisis pandémica puede revertirse o controlarse de alguna manera, la crisis ecológica ya es irreversible y ahora sólo queda intentar mitigarla. Pero resulta aún más grave el hecho de que ambas crisis estén vinculadas.

La pandemia del coronavirus es una manifestación entre muchas del modelo de sociedad que comenzó a imponerse a nivel mundial a partir del siglo XVII y que ahora está llegando a su etapa final; el modelo que hoy está llevando a la humanidad a una catástrofe ecológica. Ahora, una de las características esenciales de este modelo es la explotación ilimitada de los recursos naturales. Esta explotación está violando fatalmente el lugar de la humanidad en el planeta Tierra. Esta violación se traduce en la muerte innecesaria de muchos seres vivos en la Madre Tierra, nuestro hogar común, tal como lo defienden los pueblos indígenas y campesinos de todo el mundo, hoy apoyados por los movimientos ecologistas y la teología ecológica. Esta violación no quedará impune. Las pandemias, como las manifestaciones de la crisis ecológica, son el castigo que sufrimos por tal violación. No se trata de una venganza de la naturaleza. Es pura defensa propia. El planeta debe defenderse para garantizar su vida. La vida humana es una parte ínfima (0,01 por 100) de la vida planetaria a defender.

Lección 2. Las pandemias no matan tan indiscriminadamente como se cree. Es evidente que son menos discriminatorias que otros tipos de violencia cometidos en nuestra sociedad contra trabajadores empobrecidos, mujeres, trabajadores precarios, negros, indígenas, inmigrantes, refugiados, personas sin hogar, campesinos, ancianos, etc. Pero discriminan tanto en términos de su prevención como de su expansión y mitigación. Por ejemplo, en varios países, los ancianos son víctimas del darwinismo social. Gran parte de la población mundial no está en condiciones de seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para defenderse del virus, ya que vive en espacios reducidos o muy contaminados, está obligada a trabajar en condiciones de riesgo para alimentar a sus familias, está detenida en cárceles o en campos de internamiento, no tiene jabón ni agua potable, o la poca agua disponible es para beber y cocinar, etcétera.

Lección 3. Como modelo social, el capitalismo no tiene futuro. En particular, su versión vigente (el neoliberalismo combinado con el dominio del capital financiero) está desacreditada social y políticamente ante la tragedia a la que condujo a la sociedad global y cuyas consecuencias son más evidentes que nunca en este momento de crisis humanitaria mundial.

El capitalismo puede subsistir como uno de los modelos económicos de producción, distribución y consumo, pero no como el único, y mucho menos como el modelo que dicta la lógica de acción del Estado y la sociedad. Esto es lo que ha sucedido en los últimos cuarenta años, especialmente después de la caída del Muro de Berlín. Se impuso la versión más antisocial del capitalismo: el neoliberalismo cada vez más dominado por el capital financiero global. Esta versión del capitalismo sometió todas las áreas sociales (especialmente la salud, la educación y la seguridad social) al modelo de negocio de capital, es decir, las áreas de inversión privada que deben gestionarse para generar el máximo beneficio para los inversores. Este modelo deja de lado cualquier lógica de servicio público e ignora así los principios de ciudadanía y derechos humanos. Deja al Estado sólo las áreas residuales, o a los clientes poco solventes (a menudo la mayoría de la población) les deja aquellas áreas que no generan ganancias.

Como opción ideológica, siguió la demonización de los servicios públicos (el Estado depredador, ineficiente o corrupto); la degradación de las políticas sociales dictadas por las políticas de austeridad con el pretexto de la crisis financiera del Estado; la privatización de los servicios públicos y la subfinanciación de los restantes por no ser de interés para el capital. Y llegamos así al presente, con Estados que no tienen la capacidad efectiva para responder de manera eficaz a la crisis humanitaria que aqueja a sus ciudadanos. La brecha entre la economía de la salud y la salud pública no podría ser mayor. Los gobiernos con menos lealtad a las ideas neoliberales son aquellos que actúan de manera más eficaz contra la pandemia, independientemente del régimen político. Basta con mencionar a Taiwán, Corea del Sur, Singapur y China.

En este momento de conmoción, las instituciones financieras internacionales (FMI), los bancos centrales y el Banco Central Europeo están instando a los países a endeudarse más de lo que ya están para cubrir los gastos de emergencia, si bien permiten extender los plazos de pago. El futuro propuesto por estas instituciones sólo pasará desapercibido para algunos: la poscrisis estará dominada por más políticas de austeridad y una mayor degradación de los servicios públicos en los casos donde aún sea posible.

Es aquí donde la pandemia opera como un analista privilegiado. Los ciudadanos ahora saben lo que está en juego. Habrá más pandemias en el futuro, probablemente más graves, y las políticas neoliberales continuarán socavando la capacidad de respuesta del Estado, y las poblaciones estarán cada vez más indefensas. Semejante ciclo infernal sólo puede interrumpirse si se interrumpe el capitalismo.

Lección 4. La extrema derecha y la derecha hiperneoliberal han sido (con suerte) definitivamente desacreditadas. La extrema derecha ha crecido en todo el mundo. Se caracteriza por el impulso antisistema, la manipulación grosera de los instrumentos democráticos, incluido el sistema judicial, el nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo, la defensa de la seguridad que otorga el estado de excepción, el ataque a la investigación científica independiente y la libertad de expresión, la estigmatización de los opositores, concebidos como enemigos, el discurso del odio, el uso de las redes sociales para la comunicación política en detrimento de las herramientas y los medios convencionales. Defiende, en general, un Estado mínimo, pero aumenta los presupuestos militares y las fuerzas de seguridad. Ocupa un espacio político que a veces le fue ofrecido por el rotundo fracaso de los Gobiernos provenientes de la izquierda que se rindieron al catecismo neoliberal bajo la astuta o ingenua creencia en la posibilidad de un capitalismo con rostro humano, un oxímoron que ha existido siempre o, al menos, existe hoy.

En algunos países, la extrema derecha se asocia a versiones altamente politizadas y conservadoras de la religión, al evangelismo pentecostal en diversos lugares de América Latina, al catolicismo reaccionario en Europa, al hinduismo político en India, al budismo radical en Myanmar, al islam radical en Oriente Medio. Defiende las políticas neoliberales, a veces con un extremismo superior a la ortodoxia del FMI. La extrema derecha coquetea con los partidos convencionales de derecha y se enamora de ellos siempre que necesita apoyo para versiones menos extremas de las políticas neoliberales. En la actual crisis humanitaria, los gobiernos de extrema derecha o derecha neoliberal han fracasado más en la lucha contra la pandemia. Ocultaron información, desprestigiaron a la comunidad científica, minimizaron los posibles efectos de la pandemia, utilizaron la crisis humanitaria para el engaño político.

Con el pretexto de salvar la economía, asumieron riesgos irresponsables por los que, esperamos, serán responsabilizados. Sugirieron que una dosis de darwinismo social sería beneficiosa: la eliminación de sectores de la población que ya no son de interés para la economía, ya sea como trabajadores o consumidores, es decir, poblaciones desechables, como si la economía pudiese prosperar sobre una pila de cadáveres o cuerpos desprovistos de cualquier ingreso. Los ejemplos más llamativos son Inglaterra, Estados Unidos, Brasil, India, Filipinas y Tailandia.

Lección 5. El colonialismo y el patriarcado están vivos y se fortalecen en tiempos de crisis aguda. Las manifestaciones son múltiples y aquí se mencionan algunas de ellas. Las epidemias (el nuevo coronavirus es la manifestación más reciente de ellas) sólo se convierten en problemas globales graves cuando se ven afectadas las poblaciones de los países más ricos del Norte global. Así sucedió con el SIDA. En 2016, la malaria mató a 405.000 personas, la inmensa mayoría en África, y eso no fue noticia. Los ejemplos podrían multiplicarse.

Por otro lado, los cuerpos racializados y sexualizados son siempre los más vulnerables ante el brote de una pandemia. En principio, sus cuerpos resultan más indefensos debido a las condiciones de vida socialmente impuestas por la discriminación racial o sexual a la que están sujetos. Cuando se produce el brote, la vulnerabilidad aumenta, ya que están más expuestos a la propagación del virus y se encuentran en lugares donde nunca llega la atención médica: favelas y asentamientos pobres de la ciudad, aldeas remotas, centros de internamiento de refugiados, prisiones, etc. Realizan tareas que implican más riesgos, sea porque trabajan en condiciones que no les permiten protegerse, sea porque son cuidadores de las vidas de otros que sí cuentan con los medios para protegerse. Finalmente, en situaciones de emergencia, las políticas de prevención o contención nunca son de aplicación universal. Al contrario, son selectivas. Algunas veces son abierta e intencionalmente adeptas al darwinismo social: proponen garantizar la supervivencia de los cuerpos más valorados socialmente, los más aptos y los más necesarios para la economía. En otras ocasiones, olvidan o descuidan los cuerpos menospreciados.

Lección 6. El regreso del Estado y la comunidad. Los tres principios de regulación de las sociedades modernas son el Estado, el mercado y la comunidad. En los últimos cuarenta años, el principio del mercado ha recibido prioridad absoluta en detrimento de los otros dos. La privatización de bienes sociales colectivos, como la salud, la educación, el agua potable, la electricidad, los servicios postales y de telecomunicaciones, y la seguridad social, fue sólo la manifestación más visible de la prioridad dada a la mercantilización de la vida colectiva. Más insidiosamente, el propio Estado y la comunidad o sociedad civil comenzaron a ser gestionados y evaluados por la lógica del mercado y por criterios de rentabilidad del «capital social». Esto sucedió tanto en los servicios públicos como en los de solidaridad social. Fue así como las universidades públicas fueron sometidas a la lógica del capitalismo universitario, con clasificaciones internacionales, la proletarización produc-iva de los docentes y la transformación de los estudiantes en consumidores de servicios universitarios.

Así también surgieron las alianzas público-privadas, casi siempre un mecanismo para transferir recursos públicos al sector privado. De este modo, las organizaciones de solidaridad social finalmente entraron en el comercio de la filantropía y del cuidado.

Las pandemias muestran de forma cruel cómo el capitalismo neoliberal incapacitó al Estado para responder a las emergencias. Las respuestas que los Estados dan a la crisis varían de uno a otro, pero ninguno puede disfrazar su incapacidad, su falta de previsión en relación con las emergencias que se anunciaron como inminentes y muy probables.

Estoy seguro de que, en el futuro cercano, esta pandemia nos dará más lecciones y que siempre lo hará de manera cruel. Si seremos capaces de aprender, es una pregunta que por el momento permanece abierta.

El futuro puede comenzar hoy

La pandemia y la cuarentena revelan que hay alternativas posibles, que las sociedades se adaptan a nuevas formas de vida cuando es necesario y se trata del bien común. Esta situación es propicia para pensar en alternativas a las formas de vivir, producir, consumir y convivir en los primeros años del siglo XXI. En ausencia de tales alternativas, no será posible prevenir la irrupción de nuevas pandemias, que, por cierto, como todo sugiere, pueden ser aún más letales que la actual. Seguramente no falten ideas, pero ¿pueden conducir a una acción política para lograrlas? A corto plazo, lo más probable es que, cuando termine la cuarentena, las personas se quieran asegurar de que el mundo que conocieron no haya desaparecido. Volverán a las calles impacientes, ansiosas por circular libremente otra vez. Irán a parques, restaurantes, centros comerciales, visitarán a familiares y amigos, regresarán a rutinas que, por más que hayan sido tediosas y monótonas, ahora parecerán tranquilas y seductoras.

Sin embargo, volver a la «normalidad» no será igual de fácil para todos. ¿Cuándo se reconstituirán las ganancias anteriores? ¿Estarán los empleos y salarios esperándolos? ¿Cuándo se recuperarán los retrasos educativos y profesionales? ¿Desaparecerá el estado de excepción creado para responder a la pandemia tan rápido como la pandemia? En los casos en que se hayan adoptado medidas de protección para defender la vida por encima de los intereses económicos, ¿el retorno a la normalidad implicará dejar de priorizar la defensa de la vida? ¿Habrá un deseo de pensar en alternativas cuando la alternativa que se busca es la normalidad que existía antes de la cuarentena? ¿Se pensará que esta normalidad fue la que condujo a la pandemia y la que conducirá a otras en el futuro?

Al contrario de lo que cabría pensar, el periodo inmediatamente posterior a la cuarentena no será favorable para discutir alternativas, a menos que la normalidad a la que las personas quieran regresar no sea posible. Tengamos en cuenta que, en el periodo inmediatamente anterior a la pandemia, hubo protestas masivas en muchos países contra las desigualdades sociales, la corrupción y la falta de protección social. Lo más probable es que, cuando finalice la cuarentena, regresen las protestas y los saqueos, sobre todo porque la pobreza y la pobreza extrema aumentarán. Al igual que antes, los gobiernos recurrirán a la represión en la medida de lo posible y, en cualquier caso, intentarán que los ciudadanos reduzcan aún más sus expectativas y se acostumbren a la nueva normalidad.

Ante la ausencia de alternativas, se producirán otras pandemias, pero tal probabilidad ya no es un problema político. Los políticos que afrontaron esta crisis ya no serán los que tendrán que afrontar la próxima. En mi opinión, este no será el caso si la ciudadanía organizada (partidos políticos, movimientos y organizaciones sociales, movilizaciones espontáneas de ciudadanos y ciudadanas) resuelve poner fin a la separación entre los procesos políticos y civilizadores que tuvo lugar simbólicamente con la caí- da del Muro de Berlín. A partir del Norte global, este acontecimiento político consolidó la idea de que no había alternativa al capitalismo y a todo lo que conlleva. Hasta entonces, al menos desde principios del siglo xx, el debate sobre las alternativas al capitalismo tuvo lugar en el seno del proceso político, y este, a medida que las discutía, asumía una dimensión civilizadora. Se incluyeron en la agenda del debate aquellas alternativas económicas, sociales, políticas y culturales que apuntaban a horizontes poscapitalistas, modelos de desarrollo, vida y sociedad que mitigarían la agresión cada vez más intensa contra la naturaleza inducida por el capitalismo y todo lo que él implica. La gran mayoría de estas alternativas no tuvo nada que ver con las soluciones que prevalecieron del otro lado del Muro de Berlín (el socialismo soviético), pero su mera existencia legitimaba que se discutiesen otras alternativas. La articulación entre procesos políticos y procesos civilizadores consistía en ello.

Con la caída del Muro de Berlín, esta articulación se deshizo. Los debates políticos comenzaron a limitarse a la gestión de las soluciones propuestas o impuestas por el (des)orden capitalista vigente, y los debates civilizadores, a medida que continuaban, comenzaron a suceder fuera de los procesos políticos. Esta separación fue fatal porque, con ella, las sociedades dejaron de pensar en alternativas de vida que redujesen fenómenos como el calen- tamiento global, los llamados desastres naturales, la pérdida de biodiversidad, la incidencia cada vez más frecuente de hechos climáticos extremos (tsunamis, ciclones, inundaciones, sequías, aumento del nivel del mar debido al deshielo de los glaciares) y, como resultado, el brote más frecuente de epidemias y pandemias que son cada vez más globales y letales.

Sólo mediante una nueva articulación entre los procesos políticos y los civilizadores será posible comenzar a pensar en una sociedad en la que la humanidad asuma una posición más humilde en el planeta en el que habita. Una humanidad que se acostumbre a dos ideas básicas: en el mundo hay mucha más vida más allá de la humana, que sólo representa el 0,01 por 100 de la vida en el planeta; la defensa de la vida del planeta en su conjunto es la condición para la continuidad de la vida humana. De lo contrario, si la vida humana continúa cuestionando y destruyendo todas las demás vidas que conforman el planeta Tierra, cabe esperar que esas otras vidas se defiendan de la agresión causada por la vida humana y lo hagan de maneras cada vez más letales. En ese caso, el futuro de esta cuarentena será un breve intervalo previo a las cuarentenas futuras.

La nueva articulación presupone un giro epistemológico, cultural e ideológico que respalde las soluciones políticas, económicas y sociales que garanticen la continuidad de una vida humana digna en el planeta. Este cambio tiene múltiples implicaciones. La primera es crear un nuevo sentido común, la idea simple y evidente de que, especialmente en los últimos cuarenta años, hemos vivido en cuarentena, en la cuarentena política, cultural e ideológica de un capitalismo encerrado en sí mismo, así como en la cuarentena de la discriminación racial y sexual sin las que el capitalismo no puede sobrevivir. La cuarentena causada por la pandemia es, después de todo, una cuarentena dentro de otra. Superaremos la cuarentena del capitalismo cuando seamos capaces de imaginar el planeta como nuestro hogar común y la naturaleza como nuestra madre original a la que debemos amor y respeto. No nos pertenece. Le pertenecemos a ella. Cuando superemos esa cuarentena, seremos más libres ante las cuarentenas provocadas por las pandemias.

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Comentarios
  1. Muchas gracias Boaventura por este diagnóstico que llega a las raíces de nuestro mal. Esta zoonosis es el resultado del modelo economico que sobreexplota y arrasa la naturaleza y sus nichos bioculturales, y las condiciones de reproducción social de las mayorías, esto lo que no podemos dejar de gritar y convencer a los ciudadanos del planeta. Hay que enseñar a los bebés y los niños que hay otras maneras de pensar, de consumir, de estudiar, de trabajar y divertirse, hay otras formas de convivir y de cooperar en pos de mayor autonomía, y de gobernarnos en base a democracias más participativa, deliberativa, justa y responsable.

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