Sociedad
Montserrat Cabré: “Las pandemias realzan problemas que ya existen”
Montserrat Cabré, profesora de Historia de la Ciencia en la Universidad de Cantabria, analiza en esta entrevista las similitudes de los comportamientos en las pandemias del Medievo y las actuales.
“El miedo infecta la sangre y calienta los humores: lo dicen todos los libros. Predispone a quedar bajo la influencia de la enfermedad; y para que el cuerpo venza la infección, el alma tiene que ser fuerte”. Miedo, enfermedad, infección y fuerza. La frase de Albert Camus, incluida en La Peste, el libro de referencia estos días, resume los nuevos vértices de la anormalidad en que nos ha sumido la COVID-19. Las pandemias acompañan al ser humano a lo largo de su historia, diezmando poblaciones y modelando sociedades como cualquier otra tragedia ya fuera en forma de guerra, desastre natural o hambruna, y generando una pauta de comportamiento inquietamente parecida por parte de personas y administraciones.
La peste bubónica es quizás el mayor exponente: los 80 millones de europeos de la época quedaron reducidos a solo 30 entre 1347 y 1353. En la península Ibérica, se estima que se pasó de seis millones de habitantes a dos y medio, lo cual implica un nivel de mortalidad de entre el 60 y el 65% de la población. Los brotes posteriores dificultaron la recuperación demográfica de Europa, que no se consolidó hasta casi un siglo más tarde.
Poniéndolo en perspectiva, la COVID-19 es una amenaza aún menor. La gran diferencia respecto a los brotes anteriores es la evolución de la medicina y la solidez de un sistema sanitario capaz de enfrentarse –con más o menos problemas– a contingencias médicas capaces de aniquilar a un importante porcentaje de la población en un breve periodo de tiempo. La escasa memoria histórica nos impide vernos reflejados en dichos procesos epidémicos, a pesar de que permanecieron activos durante décadas –cuando no siglos– y que algunos de ellos fueron erradicados hace apenas 50 años. La peste negra mató a entre 75 y 100 millones de personas, el sarampión aniquiló a 200 millones de personas, la gripe española mató a hasta 50 millones, el SIDA hizo lo propio con 25 millones, la viruela –erradicada en 1977– devoró a 300 millones de almas…
Para Montserrat Cabré (Barcelona, 1962), doctora en Historia Medieval por la Universidad de Barcelona, resulta fascinante la similitud de los comportamientos en las epidemias del Medievo y las actuales. Desde las tácticas para evitar los contagios hasta los bulos y la estigmatización de colectivos, pasando por el cierre de fronteras, poco se ha inventado en la contención de las pandemias. Si en 1918 había quien recomendaba frotar cebolla cruda en el pecho para escapar a la gripe española, hoy en día un presidente ha llegado a sugerir inyectar desinfectante en vena. Durante aquella epidemia, se acusó a las ondas de radio de propagar la enfermedad, hoy culpamos a las redes 5G.
Entonces y ahora, en cada una de las enfermedades infecciosas, el distanciamiento social, el lavado de manos y las máscaras son las únicas medidas efectivas para escapar del contagio, recuerda la profesora. Similitudes sorprendentes porque chocan contra el desarrollo de la ciencia, la investigación y la tecnología que nos proyectan una falsa sensación de control de la naturaleza y de seguridad. Como escribía John M. Barry en su libro La Gran Gripe, “ahora tenemos planes, incluso planes de guerra, gastamos miles de millones en prepararnos para lo que está sucediendo, las instituciones tienen capacidad de gestionar todas estas cosas, y como resultado tenemos… prácticamente nada” cuando llega la enfermedad.
Cabré es experta en Historia de la Medicina y, muy en particular, en el papel que han desarrollado las mujeres en este y otros ámbitos de la historia. Miembro de la Asociación Española de Investigación de la Historia de las Mujeres, es profesora de Historia de la Ciencia en la Universidad de Cantabria, donde ejerce como Directora Académica de Igualdad de Género y Responsabilidad Social. Su trabajo, reconocido con diferentes menciones, ha sido completado por sus investigaciones en diferentes universidades extranjeras como Cambridge, Harvard o MIT.
La Peste de Justiniano, que mató al 40% de la población entre los siglos VI y VII, se considera el desencadenante del fin del Imperio Bizantino. Algunos historiadores creen que eso promovió un cambio de era, el ocaso de la Antigüedad y el florecimiento de la Edad Media. La peste bubónica del siglo XIV también fue un catalizador de las reformas sociales, económicas, artísticas y culturales de la Europa Medieval. ¿Se puede esperar un cambio de esa envergadura tras la actual pandemia?
Las pandemias han provocado crisis profundas y las crisis provocan cambios. Pero, en general, las pandemias realzan problemas que existen previamente en las sociedades, y dichos problemas adquieren mayor relevancia y mayor incidencia, como se ha demostrado en la actualidad con el sistema sanitario. Pero son problemas que arrastramos de antes, y que una crisis sanitaria las pone encima de la mesa en toda su crudeza.
Pero también nos ayudan a mirar de una forma nueva a una realidad que no es del todo nueva, porque agudizan problemas con los que estamos conviviendo. Hay diferentes tipos de cambios: a nivel demográfico, la peste negra puso en tensión las estructuras sociales y políticas, como está ocurriendo ahora, pero los cambios sociales en aquel momento fueron más lentos, aunque las reformas sociales son siempre lentas. Eso nos hace pensar que los grandes golpes tienen un efecto inmediato en las personas pero una reestructuración más lenta a nivel social.
Fue la peste la que repercutió, por la elevadísima mortandad, en una falta de mano de obra que derivó en una mejora de las condiciones laborales de quienes sobrevivieron. Se produjo una fuerte emigración del campo a las ciudades, y una parte de los campesinos pobres pudieron acceder a terrenos abandonados, convirtiéndolos en propietarios de tierras medianas e impulsando la economía rural. Algunos estudiosos afirman que la mortandad por la peste pudo haber acelerado el inicio del Renacimiento y de la modernización de Europa.
En cuestiones concretas, hay transformaciones inmediatas clarísimas. Durante la peste negra, las estructuras económicas se desorganizaron, la gran mortandad creó una crisis en el mercado, lo cual creó situaciones inflacionistas terribles para una economía. Las clases dirigentes se marcharon de las ciudades, porque los núcleos urbanos son mucho más susceptibles a los contagios por motivos obvios, y las clases dirigentes se lo podían permitir.
El impacto inmediato sobre las clases sociales es muy dispar porque este tipo de crisis siempre ponen de relieve las diferencias, como ocurre ahora, cuando nos afecta de forma dispar porque no todos tenemos las mismas condiciones previas para asumirla o combatirla ni la misma capacidad de acción para evitarla. Y en aquellos momentos, la forma de evitar el contagio era abandonar las ciudades donde se había declarado un brote epidémico. En la Edad Media, los brotes de peste de 1347 y 1348 y los múltiples brotes que sucedieron en Europa hasta el siglo XVIII permanecieron en las ciudades.
¿Han sido las epidemias potenciadores de conflictos en el pasado, por esa tensión social que se exacerba durante la contingencia?
Conflictos en las propias ciudades, desde luego, y han sido una característica histórica que se ha repetido hasta la actualidad. Por ejemplo, ha ocurrido en forma de saqueos de lugares de abastecimiento. Se han documentado muy bien los desórdenes sociales durante los brotes epidémicos y también se fomentaban legislaciones para atacar esos desórdenes y controlar a la población. Hay muchísimas legislaciones represivas de cualquier manifestación de descontento o inquietud social.
Las manifestaciones violentas y culpabilizadoras que responsabilizan de la calamidad son también un clásico. Y esos culpables son siempre minorías, en Europa fueron los judíos a quienes se culpó de la propagación de la peste. También se consideraba que las infecciones epidémicas era resultado de una producción humana: en la baja Edad Media, había una teoría que responsabilizaba a los judíos de la creación artificial de la peste, se les acusaba de contaminar aguas, pozos y reductos de agua. Tanto que hubo matanzas de judíos.
«Culpabilizar al ‘otro’ ante la llegada de una pandemia ha sido una constante histórica»
Entonces el hecho de que se haya culpado a China de esta pandemia tiene precedentes.
Culpabilizar al ‘otro’ ante la llegada de una pandemia ha sido una constante histórica. Un azote de mortalidad nos enfrenta de manera desnuda a nuestra propia vulnerabilidad y este es un gran nudo de nuestra propia humanidad que ni las sociedades del pasado ni las de ahora han aceptado fácilmente. Responsabilizar y culpar a alguien de esa calamidad ha sido una estrategia perversa para dar explicación a algo que nos resulta difícil de asumir. Con la segunda pandemia de peste, la que irrumpe en Europa a partir de 1347, se produjo una escalada de ataques hacia la minoría judía. Algunos comportaron verdaderas masacres: por ejemplo, en 1348 se produjo una especialmente cruenta en el barrio judío de Tárrega, en la provincia de Lleida, que comportó el asesinato de buena parte de la comunidad judía y que tenemos muy bien documentada a nivel arqueológico.
¿Hay pautas comunes de actuación entre los seres humanos durante las pandemias, según se desprende de los relatos históricos?
Las regulaciones, a nivel social, de la vida durante la pandemia no son nada nuevo. De hecho, las herramientas que estamos usando para protegernos de la pandemia no son muy diferentes a las que se utilizaron en la Edad Media. Una diferencia importante es que, por la situación política tan dispar, las medidas que se adoptaban en aquella época eran a nivel local, porque no había, como ahora, una política estatal u organismos internacionales. En aquella época, eran los municipios los encargados de regular la vida social, la higiene, la limpieza de espacios públicos y el resto de medidas. Por ejemplo, se ponía especial hincapié en la limpieza de los mercados, donde había mercancía corrompible. La imposición de normas más estrictas tanto en la vida social como en la vida económica es típico de una situación de pandemia.
«Las herramientas que estamos usando para protegernos de la pandemia no son muy diferentes a las que se utilizaron en la Edad Media»
Entonces, en cierto modo, esas pandemias nos ayudaron a construir un modelo de salubridad.
Si hablamos de higiene pública, sin duda alguna. Ayudaba a definir cómo se gestionan los residuos urbanos, la limpieza de espacios públicos, cómo se enterraba a los muertos… Todas las capacidades de la estructura se sobrepasaban en las epidemias, como hoy nos ocurre con las UCI, y toda la organización social se pone al límite. La forma de reaccionar era con más reglamentación y más represión para ordenar con fuerza los caos. Ante las crisis, igual que ante los conflictos bélicos, las medidas represivas son más intensas que nunca.
¿Quién aplicaba esas medidas?
Se manejaban a nivel local, y las legislaciones nos hablan de multas económicas, igual que ocurre ahora. Los ingresos municipales bajaban muchísimo y la crisis económica era también una crisis de los poderes públicos, que antes del siglo XVII eran manejados por los ayuntamientos. Todo desafío a las medidas de higiene y control social era castigado con multas. La primera cuarentena, que se declaró en Dubrovnik en 1377, cuando la ciudad entonces se llamaba Ragusa, fue el inicio de otras cuarentenas en ciudades portuarias que se podían convertir en los puntos de entrada epidémicos. [Ragusa aprobó una ley pionera en su tipo para frenar el avance de la pandemia, que estipulaba que todas las embarcaciones y caravanas comerciales provenientes de zonas infectadas fueran sometidas a un mes de aislamiento].
Se declaraban las cuarentenas a los barcos que llegaban, se pedía el aislamiento de 30 días de sus ocupantes y se prohibía al resto visitarles. A quienes no respetaban esa distancia y esas reglas, se les obligaba a su vez a pasar por otra cuarentena forzosa, lo cual recuerda mucho a lo que ha pasado en esta pandemia.
Confinamientos, cuarentenas, el aislamiento de enfermos en sus casas, regulaciones, el cierre de fronteras, los barcos como núcleos de entrada de las enfermedades… Me llama la atención que es exactamente lo que ha ocurrido ahora. ¿Qué novedades hay respecto a las epidemias del pasado?
Seguramente, la esperanza en la vacuna y en los tratamientos médicos. Esta esperanza no existía antes, la única esperanza eran las peticiones a dios en la Europa cristiana, a quien se encomendaban para que la enfermedad se acabase. La confianza en la religión y en la capacidad de dios era el nodo que estructuraba la cultura y la sociedad de la época; por tanto, se pedía y se invertía mediante procesiones, donaciones a la Iglesia, etc. En nuestra sociedad, que confía en la ciencia, se invierte en investigación sanitaria. Es una diferencia que tiene que ver en el entramado cultural en el que vivimos.
«La esperanza en la vacuna y en los tratamientos médicos no existía antes. La única esperanza eran las peticiones a dios en la Europa cristiana»
¿Cuándo comenzaron a utilizarse las mascarillas? Hace unos días vi una imagen tomada durante la gripe española, en la que un grupo de personas posaba ataviadas con mascarillas cubriéndoles el rostro. Una de ellas llevaba un cartel con el lema Usa la máscara o ve a la cárcel.
Creo que se comenzaron a usar en Asia, en China, a finales del siglo XIX, pero no fue una práctica habitual. Sí se generalizó un uniforme entre los médicos de peste, con aquella máscara que evocaba un pájaro. Se debe a que se creía que era el aire corrupto el que transmitía la enfermedad y que ese aire corrupto se manifestaba con malos olores, por lo cual se combatía con buenos olores. En esos vestidos de médico del siglo XVII que tenían una máscara con forma de pico, el pico contenía sustancias olorosas. Y antes de eso, se usaban pomas o esponjas olorosas para respirar, y también en las casas se quemaban sustancias olorosas para purificar el aire.
Entiendo que todas las pandemias implican crisis económicas, ante la paralización o la falta de mano de obra. ¿Cómo se alimentaban las poblaciones? ¿Se sumaba el hambre a la enfermedad?
Inmediatamente sí, porque se trata de una crisis inmediata. Aquí la primera medida fue asegurar el abastecimiento de los alimentos, y ocurrió porque, históricamente, durante las pandemias el abastecimiento quedaba destruido ante la desestructuración del sistema económico. En aquellos tiempos, se recurre al cultivo de proximidad, algo que también se está generalizando aquí.
La dependencia de la capacidad de producción de alimentos a nivel local resultaba fundamental para sobrevivir. La supervivencia quedaba marcada por ese autoabastecimiento, y ese problema se reflejaba especialmente en las ciudades, como ocurre ahora. En una situación epidémica, los núcleos urbanos resultan muy afectados mientras que hay pueblos donde no se registran casos.
¿Cómo se trataba a los enfermos contagiosos en las pandemias anteriores a la medicina moderna?
Al contrario de lo que se piensa a veces, la medicina premoderna no se inhibió frente a las pandemias sino que desarrolló tratamientos. Para manejar la peste negra fundamentalmente fueron preventivos, como protegerse del aire putrefacto que se consideraba que transmitía la enfermedad, evitar las personas infectadas y los objetos que hubieran estado en contacto con ellas y fortalecer el cuerpo para que pudiera hacer frente al contagio. Pero también la administración de purgantes para expulsar el veneno y la elaboración muy sofisticada de antídotos para neutralizar sus efectos.
¿Cuánto había de superstición y cuánto de ciencia?
Es difícil discernirlo, porque ambas estaban ligadas. Lo que hacían ellos era perfectamente lógico en su marco de pensamiento. Las medidas ante una situación que se les iba de las manos son las mismas que tomamos nosotros cuando no tenemos nada más que hacer. Por supuesto, ahora atendemos mejor a personas que hace 500 años habrían muerto en días. Entre los siglos XV y XVII empezaron a aparecer hospitales para peste, y allí se les proporcionaba comida y agua fresca, una cama limpia y ventilación. Es decir, se garantizaba el consumo de alimentos no contaminados y limpieza. Los médicos de entonces establecieron tratamientos según los estudios que hicieron, y su eficacia era relativa, como también lo es ahora: hay casos de supervivencia que no tienen una explicación.
Quiero pensar que, hasta hace relativamente poco tiempo, el recuento de las víctimas en las pandemias era mucho más complejo y menos fiable. ¿Cómo se realizaba?
El recuento recaía en las parroquias. Todo el sistema de defunciones y todo el sistema de control de la población fue asumido por la Iglesia, que ofrecía los rituales del final de la vida y el entierro, hasta el crecimiento y la centralización de los Estados. Los registros de defunción y las primeras fuentes demográficas que tenemos son los registros parroquiales. Las causas de la muerte se empiezan a registrar gracias a las mujeres, en los primeros trabajos de investigación epidemiológica, se podría decir. En Inglaterra está muy bien estudiado: se contrataban desde las parroquias a mujeres para buscar muertos, para indagar las causas de la muerte y esclarecer si había sido por peste.
Esa información era transmitida a las parroquias para su registro. Era una forma de controlar los brotes de peste. Eran mujeres muy pobres y, en realidad, formaban parte del sistema caritativo de la época: ellas recibían ayudas para salir de la pobreza, y a cambio se les pedía que hicieran el trabajo de búsqueda y el trabajo de cuidados. Ellas cuidaban a los enfermos, detectaban las muertes y transmitían la información al registro de defunciones, lo cual equivale a la formación de un sistema epidemiológico que permitía saber dónde estaba el foco de la enfermedad. Se elegía a las mujeres porque eran más vulnerables a la pobreza, sobre todo en las ciudades, y porque se nos ha asignado la función de cuidadoras.
«Las causas de la muerte se empiezan a registrar gracias a las mujeres, en los primeros trabajos de investigación epidemiológica»
¿En qué se traducía ese papel? ¿Morían más mujeres, respecto al número de hombres?
Es muy difícil determinar la mortalidad porque en aquella época había pocos índices estadísticos, pero mira lo que nos cuesta ahora (ríe). Los cálculos de mortalidad eran altísimos, pero depende de años y lugares concretos, aunque las mortalidades de la peste fueron impresionantes. Históricamente, parece que la mortalidad masculina ha sido siempre mayor, como estamos viendo con la COVID-19, pero para el periodo premoderno resulta más difícil todavía de calcular con precisión.
Sin embargo, estudios recientes muy interesantes han mostrado cómo la mortalidad de las mujeres se incrementó en términos relativos durante la pandemia de la peste negra, probablemente como resultado de situaciones previas de peor estado de nutrición en las mujeres o de mayor contacto de ellas con la enfermedad infecciosa.
¿Cuándo cambia esa función de cuidadora a proveedora de atención médica?
Como elemento constante en el hospital, la presencia de las mujeres es histórica. En los hospitales medievales y de la era moderna contrataban a las mujeres para hacer lo mismo que en casa, dar cuidados. El rol de cuidadora es equiparable, en cierto modo, al que hoy entendemos como cuidados de enfermería. En cuanto a la medicina, empezó a haber médicas universitarias a finales del siglo XIX de forma desigual, dependiendo de los países. Por ejemplo en Rusia hubo muchas más en la primera mitad del siglo XX que en Estados Unidos.
Pero su papel ha quedado invisibilizado en la ciencia, como en el resto de profesiones.
Sí, pero en la Medicina es más llamativo, porque las mujeres son mayoría en el sistema sanitario, excepto en las posiciones más altas de la jerarquía médica. En la enfermería están en el 80 y pico por ciento, pero en todas las profesiones médicas, e incluso en Medicina, son abrumadora mayoría. Es una profesión feminizada desde hace años. Cuando se abrió la Universidad a la mujer, de las pocas que empezaron a estudiar, la mayoría estudió Medicina.
Es como si hubiéramos interiorizado ese papel que nos han asignado de proveer cuidados.
Totalmente, pero también la sociedad ha entendido, en las negociaciones de los roles, que es legítimo que las mujeres hagamos ese trabajo. Y cuidado, que hubo mucho debate sobre si podían ser médicas las mujeres, porque eso les obligaba a renunciar a la maternidad, por la dureza del trabajo, por el contacto con cuerpos enfermos o cadáveres… Como si no lo hubieran estado nunca.
Es curioso, porque en situación de conflicto son ellas quienes asumen lo más crudo a la hora de tratar enfermos, lavar cadáveres, amortajarlos…
Ese papel fue muy importante en épocas anteriores. El contacto de las mujeres con la muerte, con el momento final de la vida, era total: ellas gestionaban ese proceso, y no ellos.
¿Qué papel tenían las religiones en las pandemias pasadas?
Tenían un papel muy importante, aunque las medidas de los municipios también lo eran. La vida religiosa estaba totalmente imbricada en la sociedad, así que se celebraban procesiones especiales, se recibían donaciones, se entendía la epidemia como un castigo enviado por dios por los pecados de la sociedad, pecados que debían expiarse… y eso fueron también medidas de manejo de la epidemia.
Por ejemplo, se promovieron leyes contra la lujuria o se prohibió el juego, así como otros ordenamientos de represión de determinadas conductas sociales que antes eran comunes, como expiación de una culpa a la que se atribuía la pandemia y como un elemento que puede ayudar a superar una epidemia enviada por dios. Eran medidas de austeridad, de algún modo. También se reguló tocar las campanas por los muertos para proteger emocionalmente a la población, porque se entendía que recordaba continuamente la presencia de la muerte.
Otra de las tentaciones en tiempos de contagio es buscar refugio en el campo, huyendo de núcleos de alta densidad de población. En esta ocasión, el cierre de territorios recuerda a aquellos movimientos de población. ¿Cómo reaccionaron los lugareños ante la llegada de viajeros de la ciudad?
El extranjero siempre es, en general, mirado con precaución y en tiempos de pandemia más. Pero creo que agudizamos tendencias previas, más que una novedad. La visión del extraño como portador de enfermedad, de corrupción moral, de que nos puede causar un daño es un prejuicio de muchas comunidades. En momentos en los que hay un miedo acuciante a algo, esos prejuicios previos se acrecientan. Por eso se culpa al otro, a los chinos, a los judíos… Recordemos la epidemia del sida, lo primero es buscar culpables en un grupo social que previamente es discriminado socialmente.
En Occidente se ha invisibilizado la muerte, pese a que siempre está omnipresente.
La epidemia lo pone en evidencia. Hemos escondido progresivamente la muerte, creyendo que esta medicina en la que creemos nos protege de todo. La biomedicina ha hecho cosas increíbles para mejorar la calidad de vida de la población, pero nos hace vivir con unas promesas de inmortalidad imposibles. Y una pandemia se lo lleva todo por delante desde el primer día.
«La biomedicina ha hecho cosas increíbles para mejorar la calidad de vida de la población, pero nos hace vivir con unas promesas de inmortalidad imposibles»
Se ha alabado mucho la gestión actual de gobiernos que levantan hospitales en 10 días o habilitan recintos públicos como hospitales, pero también fue otra constante en las pandemias. ¿Qué precedentes son los más remarcables?
La organización rápida de hospitales para concentrar en un espacio a las personas que enfermaban, similares a los hospitales de campaña que se organizaban en situaciones de guerra, ha sido un recurso sanitario utilizado para atender a pacientes contagiados. Durante la llamada gripe española de 1918, de una letalidad altísima y que llegó a Europa con los militares estadounidenses que participaron en la Primera Guerra Mundial, se organizaron hospitales en grandes espacios públicos dedicados a otras actividades, como iglesias o auditorios municipales. Las fotografías de esas iniciativas recuerdan mucho al hospital montado en IFEMA.
A la hora de manejar la lepra, entre los siglos XII y XV también se construyeron hospitales destinados a esta enfermedad de forma recurrente para tener a los pacientes recluidos pero cuidados. Hubo una red de leproserías en toda Europa que era parte de lo que una sociedad debe hacer para cuidar a parte de sus ciudadanos sometidos a una contingencia sanitaria. Se entiende en términos de caridad porque era el lenguaje de la época. Hoy nuestro lenguaje laico se refiere a lo mismo como solidaridad.