Sociedad
La pandemia en la UCI del Hospital Sant Pau: “Que la gente no se vaya de vacaciones”
En las UCI de los hospitales siguen muriendo y sobreviviendo personas enfermas de COVID-19. Visitamos la del Hospital Santa Creu i Sant Pau de Barcelona y hablamos con el personal sanitario sobre estas semanas de pandemia y sobre su programa de apoyo psicológico para trabajadores, pacientes y familiares.
La sala de la UCI del hospital Sant Pau de Barcelona parece tranquila ahora. Hay habitaciones vacías. Pero la vida y la muerte siguen debatiéndose entre sus paredes. De manera silenciosa. A veces, lo más trascendente no se hace oír.
Un hombre entubado con las piernas separadas mira al frente con un rictus permanente de horror. Otro, nos observa desde su cama con los ojos muy abiertos. Una mujer mayor es cambiada de posición por varias trabajadoras sanitarias. Un cuarto duerme mientras el monitor nos muestra el correcto funcionamiento de sus constantes vitales. En total, 25 pacientes de COVID-19. Pero hace apenas unas semanas, estas salas acogieron a más de 100 a la vez, 250 desde que se decretó el estado de alarma. La media anual de esta UCI en circunstancias normales es de unos 500. “Hemos tenido un volumen de trabajo cinco veces superior al habitual”, resume Jordi Mancebo, director del Servicio de Medicina Intensiva del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau desde 2009.
Este reconocido especialista en insuficiencia respiratoria aguda, ventilación artificial invasiva y no invasiva y soporte ventilatorio extracorpóreo no hace alharacas del trabajo realizado ni críticas gratuitas. Pero tampoco se olvida del contexto del que veníamos: “Todo el sistema sanitario público español ha sufrido grandes recortes desde hace diez años y de esto no nos hemos recuperado. No hemos de olvidar que este país ha tenido un gran rescate bancario y ha habido tiempos en los que los beneficios se privatizaban y las pérdidas se socializaban. Y quizás esto no está bien. Pero esto depende de usted y de mí. Que, cada cuatro años, cuando vamos a votar digamos lo que creamos conveniente”, espeta, con tanta serenidad como contundencia.
Ahora, como puntualiza Mancebo, el personal del Sant Pau, como el del resto de los hospitales del Estado español, cuenta con trajes y equipos de protección. Durante las primeras semanas de pandemia hubo escasez, pero no solo de EPI, mascarillas, gafas o guantes, sino que también “estuvimos a punto de quedarnos sin medicación, sin respiradores… Hemos estado muy cerca del borde del precipicio”, explica, subrayando que no va hacer “leña del árbol caído”, pero que “los responsables deberían dar explicaciones”.
Mancebo recuerda cómo siguió la evolución de la pandemia en el norte de Italia a través de conversaciones con colegas radicados allí, cómo hasta el 13 de marzo apenas tenían dos o tres pacientes, y cómo de repente todo saltó por los aires. Ahora, ante la advertencia de expertos y expertas de que vendrán nuevas oleadas de contagios, su principal recomendación está clara: “Que la gente no se vaya de vacaciones, tendrán que quedarse en sus casas. Este virus se mueve con las personas, y medidas eficaces como una vacuna van a tardar muchos meses en poderse desarrollar”.
Si alguien sabe bien que la pandemia no se ha acabado son quienes trabajan en los hospitales y centros de atención primaria, que siguen recibiendo a personas enfermas, poniendo todo su conocimiento y energías en curarlas, así como exponiéndose a contagiarse, a contagiar a sus seres queridos y a morir, como ya han muerto al menos 35 profesionales sanitarios en todo el territorio español. Según CCOO, son más de 51.000 los contagiados.
Este escenario fue el que hizo que la dirección del Hospital Sant Pau, como muchas otras en todo el país, decidiese crear un programa de atención psicológica para su personal, los pacientes y sus familiares. En este caso fue el psicólogo Joaquim Solé, responsable de la Unidad de Trastorno Clínico, el encargado de coordinar al equipo de más de 15 psicólogos y psiquiatras que han intentando contener los efectos de esta crisis sociosanitaria.
“Una situación de crisis genera forzosamente emociones intensas que pueden ser puntuales y mitigarse con el tiempo, o cronificarse. Nuestro objetivo era evitar lo segundo”, explica este experto en trastorno límite de personalidad justo antes de iniciar una sesión de terapia grupal con personal sanitario que ha tenido que trabajar a destajo en estos más de dos meses de pandemia.
En las primeras semanas, lo que más temía el equipo de apoyo psicológico era que los turnos de hasta doce horas en un contexto nuevo y de alta tensión, pudiesen provocarles estrés postraumático. Mancebo considera que es pronto para extraer conclusiones, pero intuye que su incidencia ha sido menor de la temida gracias a las medidas adoptadas.
Inicialmente, elaboraron una guía orientativa para el personal dirigida a reducir los efectos del estrés. En ella, se recomienda conocer el trabajo que van a tener que hacer antes de abordarlo para evitar «situaciones ambivalentes o impredecibles. Cuando puedes anticipar, reduces la ansiedad”, explica. El documento subraya los beneficios del trabajo en equipo para poder manejar las situaciones más tensas, hacer pausas en las que beber agua y cubrir las necesidades fisiológicas, salir a que les diese el sol para no romper con el ciclo circadiano… “Si no monitorizas tus emociones, van escalando y cuando estás arriba, es más difícil regularte emocionalmente”.
Unos consejos aplicables a cualquier faceta de la vida, en realidad. Como la importancia de autocuidarse a la salida del trabajo: “puedes necesitar o no hablar del tema, pero no hay que reverberar sobre la misma cuestión. También es importante no recurrir a estrategias evitativas como beber y no imponerte cosas muy demandantes”, expone Solé.
Sin embargo, los profesionales de la limpieza, la administración, la enfermería y la medicina, además de enfrentarse a un contexto para el que nadie está preparado –“como nadie está preparado para un tsunami”, recuerda Mancebo–, soportaban la ansiedad por poder contagiarse y contagiar a sus seres queridos, verse en la tesitura de tener que atender a compañeros enfermos… Para ayudar a manejar estas situaciones, se montaron grupos de apoyo psicológico, tanto presenciales como virtuales, que siguen funcionando a día de hoy.
La enfermera Mar Vega Castosa, supervisora de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Sant Pau, ha sido una de sus usuarias. “Cuando estás trabajando no te das cuenta del desgaste. Es cuando llegas a casa cuando entiendes que necesitas hablarlo, de otra manera”, explica en su despacho, a apenas unos metros de donde los pacientes siguen muriendo y sobreviviendo a la COVID-19.
“Hemos tenido pacientes de muchas edades. Y siempre hacías el símil con alguien: tu pareja, tu padre, tus amigos… Pero no había tiempo de nada porque no paraba de llegar gente. Era la primera vez que vivíamos algo así. Esta pandemia nos pasará factura a todos: hay un antes y un después. Todos hemos cambiado”, explica con voz pausada y la mascarilla puesta.
Como todas las personas que he entrevistado y que han estado en relación directa con el virus, el miedo es la palabra que más repite. “Espero que con el tiempo pase el miedo, que sigue ahí porque es un virus que desconocemos aún. Pero no hay que perderle el respeto”.
Como la mayoría de los profesionales de la medicina consultados, duda que la vacuna pueda estar lista para su distribución en unos pocos meses, por eso llama a a la responsabilidad de la ciudadanía. “La clave está en que la gente entienda que tiene que protegerse, en que sean responsables”.
Vega, como cualquier trabajador de una UCI, está muy acostumbrada a lidiar con la muerte. Y aun así le sorprende la virulencia de este virus: “La gente llegaba muy grave. No había ni milimésimas de segundos, había que hacer rápidamente el tratamiento para intentar salvar sus vidas”, explica.
Esa es una de las razones por la que muchos de los pacientes de coronavirus no han podido siquiera recibir atención psicológica, porque inmediatamente había que sedarlos para entubarlos. Y muchos de los que sí recibieron este apoyo, fue a través del equipo psicológico de cuidados paliativos.
“La atención psicológica en estas circunstancias va a depender de cada paciente. Hay personas que no están preparadas para aceptar esta información. El personal tiene que ser sensible a lo que cada uno puede procesar”, explica el psicólogo Solé. “Se trata de transmitir la información con empatía y de manera progresiva, sin mentir y validando su sufrimiento. Eso es casi más importante que intentar resolver cuando las opciones de resolución son escasas”, añade.
Pero la mayoría de las peticiones de apoyo que ha recibido este equipo psicológico creado por el Hospital Sant Pau no han sido de personal sanitario ni de pacientes, sino de familiares de los difuntos. “Los duelos por COVID-19 tienen más posibilidades de complicarse porque no hay un soporte social: no puedes ver a tus familiares, el personal sanitario te mantiene informado pero de forma interrumpida y eso te genera una sensación de incertidumbre que no facilita el duelo”, explica Solé. “Intentamos mitigar, en la medida de lo posible, las reacciones para que sean las normales de tristeza, pero que no se conviertan en un duelo complicado”.
El doctor Mancebo pasa revisión por la UCI a sus pacientes. Cuando le pedimos tomarle una fotografía, insiste en ser ser retratado con algunos de sus compañeros. “Con esta pandemia hemos aprendido que todos somos muy vulnerables y que mañana todos podemos morir por una enfermedad infecciosa”, sentencia con sencillez el también editor asociado de la revista American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine. «Por ahora solo podemos contener esta pandemia mediante el confinamiento y el distanciamiento social, a sabiendas de que tiene consecuencias sociales y económicas, posiblemente, a muy largo plazo. Son decisiones que no son sencillas. Y de ahí nuestra vulnerabilidad ante un virus que es invisible a los ojos humanos», concluye.
A su alrededor, pacientes de diferentes edades siguen vivos gracias a respiradores y a la atención de su equipo. A unos metros, en las calles del centro de Barcelona, parece que hay quienes han perdido el miedo al virus. Y el respeto.
No vayamos nunca mejor ni trabajemos aún mejor.
Esta enfermedad el cuerpo no la detecta por eso no se defiende bien… Quedan secuelas.