Análisis

Lo común en bandeja de plata: cómo distinguir el grito de rabia del ladrido del odio

"Mientras que la ira y la rabia se llevan dentro y a veces se exteriorizan, el odio se lanza y encarna contra alguien a quien quiere herirse no tanto por lo que hace, sino por lo que representa".

Una de las manifestantes del barrio de Salamanca, en Madrid. EDUARDO ROBAINA

Audre Lorde distingue entre rabia y odio. La primera, sostiene la escritora, es la reacción a los actos de injusticia estructural y como tal constituye el paso necesario para propiciar el cambio y el progreso allí donde la opresión, la desigualdad y la falta de libertades se abren camino. Por eso, por mucha bilis que supuren sus palabras, y aunque las frases que ellas entretejan muerdan y hagan daño, su espacio es, pese a todo, el del diálogo.

Se busca ser escuchado porque hay algo que decir. Ese algo puede ser simbólico, como golpear una cazuela que quizá vacía por el hambre se utilizaba como reclamo al mismo tiempo que lanzaba un mensaje claro: si la cazuela cumpliera su función, si hubiera trabajo, si se repartieran los recursos, entonces no habría motivos para golpearla porque estaría llena.

La rabia tiene razones para desencadenarse: las del dolor de la injusticia y de la opresión. Por eso, prosigue Lorde, si la ira es la reacción ante un acto injusto que precede a la rabia, y esta nace cuando los hechos derivados de aquel acto no cambian, toda ira es un indicador de malestar y está cargada de información. El odio no funciona del mismo modo. No obedece a razones, sino que desencadena pasiones que con violencia y agresividad son fuente de daño. No emerge para solucionar la injusticia. 

Mientras que la ira y la rabia se llevan dentro y a veces se exteriorizan, el odio se lanza y encarna contra alguien a quien quiere herirse no tanto por lo que hace, sino por lo que representa. Su propósito último, afirma Lorde, es la muerte. No me resisto a citar a Lorde: “Trabajamos, pues, en un contexto de oposición y amenazas, y ciertamente el motivo no es la ira que nosotras podamos llevar dentro, sino el virulento odio que se lanza […] contra todos aquellos que pretendemos analizar en profundidad nuestra vida”.

He vuelto estos días al texto Usos de la ira: las mujeres responden al racismo de Lorde y, al hacerlo, me he preguntado si existen usos del odio o si usar el odio es un abuso de la ira y de la rabia, si hay odios que las azuzan y manipulan para conseguir no el beneficio común, sino el propio. Se dirá con excesiva rapidez que sí. Pero el problema es cómo identificar sus modos. 

El odio excluye lo común o lo reduce tanto que acaba coincidiendo con el territorio parcial de lo propio como si su “mundo” fuera el todo de lo que hay. Y no se ven las verdaderas injusticias: se pasa por ellas de largo porque el odio ciega. Y no se ofrecen razones y argumentos que discutir: se agrede con el lenguaje porque no se quiere diálogo. Y no se escucha: se ridiculiza todo lo dicho porque no se quiere construir lo común, sino reforzar lo propio destruyendo lo otro. No hay nada de lo que hablar. 

El odio hace ruido como la rabia, pero más cercano al ladrido que al grito su aspiración es distinta. Si la rabia hace ruido como último recurso, el odio hace de él el hilo vertebral de su discurso. De ahí que para Lorde se pueda hablar con rabia e incluso gritar por ella, mientras que el que odia quiere ruido y ladra. Nada de lo que se diga o haga cambiará su propósito: avivar la frustración. Vive de ella.

Como las Erinias de las que habla Esquilo en Las Euménides, el odio es obsesivo y destructor y su existencia se reduce a infligir dolor y desgracia. Para referirse a ellas Esquilo emplea términos que aluden al ruido de los perros: aúllan, ladran y gimen. De ahí que en el contexto histórico en el que aparece esta obra sea necesario, para la consumación de la democracia, que las “odiosas deidades” de la muerte y de la tierra se transformen en Euménides, las Benévolas, que hablan, escuchan y deliberan para cuidar la democracia y mirar hacia el futuro.

Hay varios motivos para hacer ruido cuando no se escuchan razones, cuando la injusticia y la opresión mueven a la acción. Y hay motivos que parasitan otros para instrumentalizarlos. La rabia de la que habla Lorde coincidiría con lo que los estoicos llamaron ménis. Ella sería un indicador de una injusticia previa que nos afecta muy directamente mientras que el odio, del griego misos, solo necesita una excusa para transformarla en arma. Y lo hace además avivando la rabia de algunos e instrumentalizando la frustración de una situación para verter su veneno y obtener un beneficio propio y nunca común. 

La rabia es la reacción del impulso cuando sentimos dolor. El odio, la acción medida del resentimiento que lo agrava. Dos gotas bastan en el momento oportuno. No son gotas que caigan azarosas ni tampoco son producto de un proceso inmediato, sino de una larga destilación. Etimológicamente, el término odio procede del término latino odium cuyo verbo, odiare, es defectivo: carece de presente y por tanto ha de emplear el perfecto para suplir esta falta. Para el mundo latino del que procedemos, el odio puede ser entendido entonces como la consecuencia en el presente de algo que en realidad está vuelto hacia el pasado

Si se golpea la cacerola con la rabia de la que habla Lorde se mira hacia el futuro para ser visto y poder, como las Euménides, hablar y transformar. Si se hace desde el odio, la mirada se dirige hacia atrás como la de las Erinias. Por eso, mientras que la rabia nace en una situación presente sobre la que se enfocan los esfuerzos de transformación en el futuro, el odio siempre aprovecha e instrumentaliza esa misma situación para saldar cuentas, para abanderar un pasado mejor.

Es peligroso no solo porque, como decía Lorde, destruya, sino porque además su violencia va dirigida a alguien que fue hace tiempo demonizado. Un enemigo cuya mera existencia es insoportable. Carl Schmitt lo denominaría hostis: no meramente un adversario a quien puede no odiarse (inimicus) sino aquel que constituye un opuesto existencial declarado y visible. De ahí que Kolnai sostenga que “al que odiamos profundamente no queremos educarlo y ennoblecerlo en absoluto, sino más bien todo lo contrario, pues no son sus defectos los que nos molestan, sino sus valores; y no lo queremos ver mejor, sino objetivamente peor”. 

El golpe que mueve el odio no va precedido de propuestas o advertencias, ni siquiera de oposiciones. Su posición es la única y es excluyente. Nunca quiso lo común, sino defender lo que considera suyo. Y es eso lo que pone en la bandeja de plata aquel que la golpea: que muerde por odio y vela por lo propio. El golpe del odio nunca es por lo común, sino contra él. El ruido es ruido, pero para saber su origen quizá sea bueno pensar hacia qué (rabia) o hacia quién (odio) va dirigido. El odio que muerde, el odio ciego y sordo, pero no mudo, debe desterrarse de la democracia. Esto ya lo sabía Esquilo en el siglo V a.C.

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Comentarios
  1. Hola,
    Muy interesante texto, al cual llegué a través de Twitter donde tenía el hashtag #desruption lo cual captó mi interés ya que veo una disrupción en la “Spät Modrene”; Es decir el avance constante es una idea central de la ciudadanía la cual está unida al capitalismo. Dicha está como parada en el Confinamiento. Dicho causa inseguridad a través de todos los entornos sociales, estos han evolucionado a monolitos aislados dentro de l sociedad.
    Me parece tener en cuenta dicha inseguridad en el momento de ver el odio en el contexto de las protestas ya que el ruido no es causado por el individuo si no por una masa, interesante ver también la presencia extrema de banderas. Me pregunto si dicha inseguridad es potenciada por la
    Necesidad de reforzar Identidad – visto desde Francis Fokushima.

    Bueno me gustaría profundizar pero me llama el avance.

    Saludos

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