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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 24.

Vigesimocuarta entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.

Uppsala, abril de 2089. PIXABAY / Licencia CC0

Estamos algo mejor, Rosario y yo. Rosario se ha puesto a estudiarse y a contarme la historia de Stig Dagerman y el anarcosindicalismo sueco. Dice que las raíces de la revolución en el norte tuvieron poco que ver con las de la revolución en el sur.

Yo, no sé cómo, pero a estas alturas me sigo sorprendiendo por el clima. Sorprende que todavía pueda hacer este frío en alguna parte de la Tierra. Me pasa casi a diario el volver a casa y tener los labios tan insensibles que no se entiende lo que digo. Pero es que en enero me pasaba que me dolieran los pelitos de la nariz al salir de casa, porque se me llenaban de cristalitos de hielo. Lo peor de los dos mundos: el calentamiento global nos trajo sequías e incendios, pero donde te pelabas de frío te sigues pelando de frío.

Pero por otro lado, también me sorprende que aquí no nieve más que en Nueva York, y que llueva menos. Eso sí, como aquí hay más bicis, tenemos la congelante experiencia de pedalear bajo el aguanieve. En realidad, después de Valencia, Uppsala es el sitio más seco en el que viví. Tras una vida de calor y humedad, la combinación ideal de frío y sequedad, «para secar jamones» como decían los fascistas en España. Aquí no se comen los muslos de nadie, aunque por cómo miran algunos profesores a sus alumnas parecería que piensan precisamente en eso.

Lo más interesante, desde mi punto de vista microbiológico-céntrico, son los problemas con el compost. Comparadas con un cacajón de poposta que conocí en Centroamérica, aquí las pilas son mucho más grandes, para acumular calor. Esto hace que sean más difíciles de ventilar adecuadamente y que el día que toca voltear se te parta la espalda si no llevas cuidado. También las tienen aisladas del suelo congelado por una capa gruesa de madera, algo que ayuda pero definitivamente no basta. Y cuando desarrollan una corteza de hielo tienes una pila de una tonelada, dura como una piedra por fuera y más húmeda y mullida por dentro, como los helados crocanti del arcón congelador del supermarket de la esquina en el NY de mi infancia.


Departamento Annemarie Götze, Universidad Libre, Uppsala, junio de 2090

¡El trabajo avanza! Ya tenemos funcionando la maquinaria para enviar y recibir pulsos de luz en nuestras E coli Q3. Las modificaciones que necesitábamos del complejo protéico-procesador, por fin las tenemos. 

Hubo una fase larga, ya con luz, de analizar lo que se llaman «testigos» de la coherencia cuántica. Nos estuvimos basando en artículos teóricos de hace un siglo, lo último que se escribió sobre cosas tan básicas. A falta de poder hacer una tomografía cuántica de los estados de nuestros procesadores, para ver si son superposiciones cuánticas coherentes, intentamos hacer pruebas de correlación entre el sistema en un momento dado y en un momento posterior, como propuso Nori en 2012. Fracasamos en eso, y lo intentamos con la tomografía de procesos cuánticos: examinar un proceso cuántico con todo el detalle posible. Un clásico, como la propuesta de Nori: ya lo sugerían Cirac y Zoller de 1996. Esto sí funcionó. Y con ayuda de un grupo de especialistas en pulsos láser, pudimos recurrir al isomorfismo de Choi-Jamiolkowski, que requiere luz entrelazada cuánticamente pero que nos permitió hacer la traducción de la información cuántica entre un proceso y un estado. 

Así que, ahorita que hemos aprendido a obtener datos sobre qué están haciendo en cada paso nuestros procesadores cuánticos, andamos jugando con la interferencia cuántica en el procesado, para obtener cepas con cada vez mejor comportamiento. Controlando el medio de cultivo, hacemos que el resultado correcto signifique una mayor eficacia a la hora de aprovechar los nutrientes disponibles o resistencia a un antibiótico presente, mientras que si detectamos resistencia espontanea a antibióticos forzamos señales de apoptosis, de forma que las colis que mejor procesan la información son las más favorecidas por nuestra selección artificial. Usamos algoritmos sencillos para permitir al cultivo sobrevivir a los antibióticos y a las gastroenteritis, aunque ahorita que el cultivo está multiplicado en muchos sistemas digestivos y muchas placas ya no hay riesgo de perderlo.

El trabajo avanza más en verano que en invierno, por lo menos por mi parte. Estos ciclos de luz/oscuridad son una locura, tengo grandes dificultades para llevar una jornada de trabajo sensata y productiva. Cada cual trabaja a su ritmo, pero al menos yo estoy empezando a acompasar mis horas de trabajo a las de luz, es decir, tomar muchos estimulantes en verano y practicar mucho ocio nocturno en invierno. Por lo menos me da tiempo para hacer amigos.

Comenté esto con Rosario, porque es verdad que cada cual trabaja a su ritmo, pero también hay unos usos y costumbres, y podría sugerir mis ideas en asamblea, contar cómo me fue y ver si más gente se anima a probar. Me llevó a una explicación interesante con elle sobre cómo funciona aquí la anarquía. Resulta que aquí en el norte no tienen tradición oral, en comparación con nuestra tierra. Esto les hace dependientes de la letra impresa, y el resultado sorprendente es que sus consensos interasamblea son simplemente leer y condensar actas. Esto, claro, tiene su parte potente y positiva, porque comparado con nuestras interasambleas de portavoces les permite decisiones vertiginosas. Pero Rosario lo ve sobre todo como una pérdida importante de comunicación y de contenido. Un cerebro siempre contiene más que un papel, especialmente en cuanto a lo que no se dice, a los consensos implícitos. Los consensos por letra impresa parten de suponer homogeneidad cultural, porque dan por hecho todo el marco de discusión. No hay atajos para el consenso real.

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