Sociedad
“Honrar al trabajo está antes que honrar a los muertos”
El antropólogo Félix Talego reflexiona en esta entrevista sobre los conceptos de libertad, trabajo y la "ideología del bienestar".
La entrevista a Félix Talego sobre libertad y trabajo está incluida en el #EspecialLibertad de La Marea. Puedes conseguir el número completo aquí. O suscribirte desde 40 euros en nuestra tienda online.
¿Cómo definiría la libertad desde el punto de vista antropológico?
Definirla requiere caracterizar primero otros atributos humanos, como voluntad, albedrío y responsabilidad. La voluntad nos permite actuar, un atributo exclusivamente humano, porque orienta nuestros pasos en función de significados, de ideas, no de apetitos o estados anímicos. El albedrío es ese proceder que la voluntad orienta. Voluntad y albedrío engendran la responsabilidad, porque la persona siempre es autora de sus actos. Albedrío y responsabilidad acompañan indeclinablemente a todo ser humano, desde el esclavo al rey, pues toda persona puede decir no o decir sí, aun en las situaciones más extremas. No necesariamente hay libertad entre quienes no ofrecen resistencia. Pero siempre hay responsabilidad. En estos casos, parafraseando a Miguel de Unamuno, quien domina, no solo ha vencido, sino que ha convencido, porque el dominio verdaderamente logrado es el que obtiene obediencia previsible.
Ahora bien, “torcer la voluntad” de alguien es violencia y, si no es para evitar que cometa un crimen, es siempre un grave atentado, no solo contra su albedrío, sino contra su libertad. Porque, aunque hoy se conduzca como esclavo, la libertad es siempre una posibilidad en potencia. Por tanto, albedrío y libertad no son lo mismo: puede haber un albedrío esclavo, no una libertad esclava. Las personas alienadas o esclavas tienen albedrío, y por él se conducen en su proceder heterónomo. Pero no tienen libertad, que, aun requiriendo albedrío, es otra cosa. Voluntad y albedrío son necesarios para la libertad, pero no suficientes. La libertad, el grado de libertad, no es un atributo del sujeto sino de la comunidad, como la lengua: el sujeto la usa y con ello la modula infinitesimalmente. La libertad de la comunidad se extiende o empequeñece según las condiciones institucionales permitan el predominio de las promesas y compromisos equilibrados, o las dependencias y deudas impagables, porque el poder es una deuda que no puede saldarse. Por eso, nadie es libre sino entre iguales en atribuciones y responsabilidades: tiranos, patriarcas o puteros hacen su voluntad, pero no son libres. También, al obedecer, hacen su voluntad quienes les están sometidos, sin ser libres.
¿Hay distintas formas de sentir la libertad?
La libertad es anhelada y temida a la vez. Anhelada porque en toda persona late, aunque sea anestesiada, la intuición de su íntimo valor, de su fuerza, de su alegría, de su condición igual a aquel con el que se reconoce. Temida por la incertidumbre a que aboca la persona en su apertura a los valores y fines de la vida, y porque conlleva mirar de frente la responsabilidad, que tantas veces se quisiera esquivar.
El trabajo os hará libres… Auschwitz. No es comparable, pero ¿considera que el capitalismo vende algo así? ¿una esclavitud encubierta?
El término trabajo procede del latín tripalium, un instrumento de tortura, pero la idea de trabajo hoy no tiene más de dos siglos: la fraguaron los fisiócratas, la maduró Adam Smith y la plagió Karl Marx. El éxito de esta abstracción que llamamos trabajo ha sido fulgurante, hasta su entronización como una clave de bóveda que sostiene el orden de sentido de la modernidad. En torno a ese eje gira la vida de las personas, nuestro modo casi universal de servidumbre. Solo estas cuatro situaciones son lícitas: prepararse para trabajar, trabajar efectivamente, buscar trabajo o demostrar que no se puede trabajar. Toda otra situación en que se encuentre una persona es reprobable y sospechosa. “Trabajar” para “producir” y “producir para trabajar”, esta es la circularidad distópica sobre la que se fundamenta la legitimidad de la autoridad en nuestro mundo, pero no solo en las diversas variedades de capitalismo, también en todos los socialismos, tanto los reales como los imaginados, y aun en toda esa corriente llamada anarcosindicalismo.
Solo algunas corrientes anarquistas, republicanistas y de liberalismo político han escapado a la servidumbre del trabajocentrismo, afín al industrialismo y la tecnolatría cientifista, la tríada que alumbra el camino de la escatología en la modernidad. La ideología del bienestar, según se configura en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial, es una síntesis trabajocéntrica y salutífera que asfixia no solo la libertad, sino el valor de la libertad, para sustituirlo por el de la necesidad de salud y confort.
¿Seremos menos libres ahora que antes?
Frente al coronavirus, los gobiernos, con algunas diferencias menores, han seguido la estrategia del despotismo salutífero, que justifica su autoritarismo en que asegura proteger nuestra salud. Es una de las caras de la ideología bienestarista, junto a la del trabajo: los gobernantes nos prometen incremento de profilaxis e incremento de producción, hacia la abundancia definitivamente progresada (escatológica) de salud y confort para todos. Pero la libertad bien entendida recela la figura del gobernante que se justifica ante quienes domina en la presunción, real o supuesta, de que se sacrifica por ellos. Grandes pensadores han denunciado esta forma de dominio. Yo destacaré a Dostoievski en el relato de El Gran Inquisidor, que inserta en Los hermanos Karamazov.
Nuestra calidad ciudadana se ahoga cuando se nos evalúa –y, más grave, nos evaluamos– exclusiva o fundamentalmente por nuestro perfil socio-profesional y de salud. Ciertamente, el valor de la salud es un bien primario, pero también lo es el de la libertad. Este segundo ha sido obliterado. Si hubiese contado la libertad entre los bienes a salvaguardar, los gobernantes habrían diseñado medidas que conciliasen el derecho de cada ciudadano o ciudadana a no ser contagiado por los demás con el igual derecho de su conciudadano a contagiarse. Alguien dijo que una vida dedicada prioritariamente a la propia preservación es inhumana. Así también, una comunidad donde el valor hegemónico es su profilaxis, es una sociedad gregarizada que vilipendia el respeto que nos debemos. No vivimos en sociedades democráticas, ni de clases, sino de masas.
También decía el Evangelio: la verdad os hará libres. ¿Estamos condenados a no ser libres en esta era de la desinformación?
“¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”. Antonio Machado nos ha legado este buen axioma de inspiración republicanista. Los grandes medios y agencias, públicos y privados, tienen la capacidad de fabricar eso que llamamos la actualidad, no conspirativamente, sino por el efecto acumulado de sus ingentes recursos humanos y técnicos. Los privados porque están en manos de grandes corporaciones de burocracias colosales dirigidas por buhoneros; los públicos porque, en la práctica, son dirigidos por comisarios políticos a las órdenes de los gobernantes. Además, la información es solo una parte de la industria del entretenimiento de consumidores y votantes. El poder ubicuo de esta megamáquina de siete cabezas no ha cesado de crecer con el desarrollo tecno-industrial a su servicio, hasta lograr que, en cualquier esquina del mundo, de lo único común que se hable es de la actualidad.
El aprecio por la libertad, si hubiera que igualarlo al aprecio imperante por la seguridad productiva y sanitaria, nos exigiría ante todo luchar por un horizonte de medios de comunicación no usurpados por buhoneros y comisarios. Porque la usurpación de la palabra es lo más grave para la libertad; porque no hay igualdad genuina donde no hay igualdad de palabra; porque no hay efectiva ciudadanía sin unos medios de comunicación rigurosamente regulados para garantizar el acceso libre y horizontal de la gente. Y, en fin, porque la única igualdad relevante es la igual libertad.
Con las víctimas del franquismo, siempre se ha hecho hincapié en esa necesidad del duelo. ¿Cree que esta nueva situación horrible de no despedidas puede ayudarnos a entender a esas personas que no pudieron despedirse de sus familiares y que quizá tampoco lo hayan podido hace ahora?
El culto a los muertos es un universal cultural. No hay sociedad pasada ni presente que no rinda culto a sus muertos, aunque en las formas más variadas imaginables. Dos hechos llaman la atención respecto a la memoria de los muertos estos días de confinamiento: uno, que los mismos actores que niegan el derecho a que los descendientes de los torturados, violados y asesinados por el régimen franquista puedan realizar un funeral público que restituya a los suyos a la necrópolis de la comunidad política, lo soliciten para quienes ahora mueren por el contagio; y dos, que el Gobierno permita que nos congreguemos en metros y autobuses para ir al trabajo y nos impida hacerlo en el duelo a nuestros muertos. El primer hecho nos indica que, para tales voces, hay muertos y muertos y que las maneras de reconocer o no reconocer y de categorizarlos enseña mucho sobre la justicia o la iniquidad que reina entre los vivos. El segundo nos recuerda que honrar al trabajo está antes que honrar a los muertos.
¿Hay alguna forma de vivir en plena libertad?
Sí, porque la libertad no es ausencia de necesidad, ni una completa apertura a todo el abanico de alternativas. Aunque con sentidos distintos, Soren Kierkegaard o Simone Weil nos han hecho ver que la libertad bien entendida está atada a la necesidad. Prefiero, para terminar, ceder la palabra a Weil [en Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social]: “Sería completamente libre la persona cuyas acciones procediesen, todas, de un juicio previo respecto al fin que se propone y al encadenamiento de los medios adecuados para conducir a ese fin. Poco importa que [esas acciones]… sean coronadas por el éxito. El dolor y el fracaso pueden hacer a la persona desdichada, pero no pueden humillarla mucho tiempo cuando es ella misma quien dispone de su propia facultad de actuar”.