Economía
¿Hay algún sistema económico que garantice la libertad?
La catedrática Lina Gálvez y los profesores Fernando Luengo y Luis Ángel Hierro coinciden en lo que debe ser la columna vertebral: el Estado, lo público, los cuidados.
Puedes leer el Especial Libertad de La Marea aquí o suscribirte desde 40 euros al año. ¡Gracias!
«Está tan lejos de ser nueva esta cuestión –escribía John Stuart Mill en Sobre la libertad en 1858– que en cierto sentido ha dividido a la humanidad, casi desde las más remotas edades […] La lucha entre la libertad y la autoridad es el rasgo más saliente de esas partes de la Historia con las cuales llegamos antes a familiarizarnos, especialmente en las historias de Grecia, Roma e Inglaterra”.
El economista, en su ensayo más difundido, defiende que “el único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, interfiera en la libertad de acción de cualquiera de sus miembros, es la propia protección. “La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás. Su propio bien, físico o moral, no es justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fuera mejor para él, porque le haría feliz, porque, en opinión de los demás, hacerlo sería más acertado o más justo”.
¿Qué ha pasado con los mercados estos últimos años? ¿Ha estado viviendo el ‘libre mercado’ a costa de nuestra libertad, perjudicando a los más desfavorecidos? “El concepto de libre mercado no existe, forma parte del imaginario ideológico, no solo del neoliberalismo sino, en un sentido más amplio, del capitalismo”, reflexiona el profesor de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid Fernando Luengo.
“La condición de existencia del mercado no es la libertad, salvo que esta se entienda como ‘venta’ libre de la capacidad de trabajo o movimiento sin restricciones de los bienes, servicios y capitales, que no de las personas. Nada pone de manifiesto con mayor nitidez la contraposición entre mercado y libertad que la captura de las políticas públicas por las corporaciones y los grupos de presión”, añade el economista.
El profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla Luis Ángel Hierro es rotundo: “La economía de mercado no sirve para solucionar problemas de crisis, sirve para gestionar momentos de tranquilidad. Siempre que todo esté bien funciona; pero cuando se produce un desequilibrio, bien por el propio sistema, bien por un shock externo, como el petróleo, manda a millones de personas al paro y todo lo que parecía funcionar deja de funcionar”.
No obstante, le reconoce una ‘virtud’: “Es un sistema descentralizado de toma de decisiones que amplifica la libertad individual; es decir, si yo te ofrezco un boli negro o rojo, aumento más tu libertad que si solo te pongo un boli rojo. Pero, claro, ese sistema es a costa de la igualdad”. Desde su punto de vista, las libertades no marcan la capacidad de elección: “Es la economía pública la que tiene capacidad de dotar de determinados niveles de libertad. Para ser libre, tengo que estar sano, tengo que alcanzar el mayor grado de educación posible”.
La catedrática de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Pablo de Olavide y eurodiputada por el PSOE, Lina Gálvez, comienza con una aclaración que mete, además, el dedo en la llaga: “Los mercados no son sujetos como nosotros sino unas instituciones donde operan agentes con distintos grados de libertad. Y esas diferencias varían en el tiempo y entre países, y también varían en función del rol con el que participemos en esos mismos mercados, porque cada uno de nosotros puede ser al mismo tiempo empresario y consumidor, o trabajador y consumidor, o participar desde el ámbito público o desde ámbitos de la economía no remunerados”.
Considera que en estas últimas décadas, y especialmente en contextos institucionales y regulatorios como los EEUU, las empresas han tenido en muchos casos más libertad que otros agentes y eso ha permitido que, primero allí y luego en todo el mundo, hayan surgido “nuevas formas empresariales que se han colado por las rendijas de la regulación y que gozan de mucha libertad restringiendo, por ejemplo, la de sus trabajadores. Pero que han sido recibida con los brazos abiertos por muchos de esos mismos trabajadores en su faceta de consumidores”. “Como consumidores –prosigue–, exigimos una libertad o desarrollamos una serie de comportamientos que no siempre favorecen nuestra libertad como trabajadores”.
Es decir, como consumidores queremos que los bienes y servicios a los que accedemos sean buenos, baratos y que los recibamos pronto, sostiene Gálvez. “Y, por ello, florecen empresas de envío de comidas a domicilio, alternativas al taxi, y podemos pedir lo que queramos en portales como Amazon. Pero si somos trabajadores de esas compañías, a lo mejor no estamos tan felices con esos sistemas aunque sean los que nos proporcionan trabajo, porque lo hacen de forma precaria y sin garantías”, concluye.
Su definición de libertad está basada en la no dominación o en el concepto que defiende el Nobel de Economía Amartya Sen de libertad como capacidad, como expansión de las oportunidades reales con las que las personas pueden asumir el tipo de vida que consideran deseable: “Lo interesante del enfoque de Sen es que desde el concepto de libertad individual trata de construir un enfoque de la justicia social basado en el bienestar de las personas”.
Ricos y pobres
¿Propone el sistema capitalista una libertad para ricos y otra para pobres? Es decir, ¿éramos libres de verdad antes de este confinamiento? ¿O solo eran libres los ricos? Los tres expertos coinciden: los ricos eran más libres que los pobres. Pero no todas las diferencias en el grado de libertad vienen determinadas por mayor o menor renta, matiza la catedrática Gálvez: “El género es otro vector generador de desigualdades, como también lo es la raza o la discapacidad. Ninguno de esos vectores es inamovible y, por tanto, están sujetos a mejorar o empeorar en función de la acción política. Claro que no éramos libres antes del confinamiento en muchos ámbitos y lo éramos de manera muy desigual”.
Para el profesor Luengo, el confinamiento simboliza los límites y debilidades del capitalismo: “¿Qué decir de los miles de millones de personas que viven en la miseria más absoluta y ese pequeñísimo porcentaje de población que concentran la mayor parte de la renta y la riqueza? Hablemos de libertad a los que nada tienen. O por poner un ejemplo más próximo, hablemos de libertad a los muchos trabajadores que se ven obligados a realizar horas extraordinarias no pagadas. Y, por supuesto, con el confinamiento, la situación, lejos de mejorar, ha empeorado sustancialmente; la capacidad de enfrentar la enfermedad y la crisis económica asociada a la misma es muy distinta dependiendo de la clase social a la que se pertenece”, resume.
No es lo mismo estar confinado en un palacio que en una infravivienda, reconoce Gálvez, pero considera que el contagio en sí no está variando mucho por clases: “Normalmente pensamos que el acceso a recursos es menor en las zonas rurales que en las urbanas y en cambio ahora eso puede invertirse porque en las zonas rurales tienen más acceso a espacios libres que los que tenemos en las ciudades”. El profesor Hierro, por su parte, opina que ahora nadie es libre, por muy confinado en un yate que esté el rico.
También los tres sostienen que no existe un sistema económico perfecto, pero para garantizar en lo máximo posible la libertad, el Estado, lo público, lo común, los cuidados deben ser la columna vertebral, como está quedando demostrado en esta crisis con el sistema sanitario y la atención a las personas mayores. “Pensemos en la venerada democracia ateniense, que era un sistema esclavista donde ni las mujeres, ni los esclavos ni los metecos o extranjeros eran considerados ciudadanos y, por tanto, no tenían los derechos y libertades asociados a esa categoría”, recuerda Gálvez.
“La Historia económica es una historia de mestizaje –continúa–. El socialismo de estado no garantizaba la libertad, pero el capitalismo tampoco la garantiza a todos por igual. Podemos pensar que el capitalismo de postguerra con un fuerte sector público, servicios de sanidad o educación universales y con la libertad de las empresas más limitada era un sistema que garantizaba más la libertad que el capitalismo actual, pero no era así para las mujeres, que accedían a gran parte de esos servicios por parentesco y no como sujetos poseedores de derechos individuales”.
Por tanto, concluye, debe ser un sistema que, si genera desigualdades, tenga capacidad de corregirlas, y no solo las de clase: “Un sistema que se concentre más en las capacidades que en los resultados, aunque estos cuenten, porque es bueno que exista un margen para la libertad y la iniciativa individual. Un sistema con acceso garantizado a los recursos materiales básicos, que garantice el disfrute de los derechos humanos y con una fuerte provisión de servicios públicos que igualen a la población, incluyendo una organización social del cuidado que no lo haga recaer de manera tan mayoritaria y desproporcionada en los hombros de las mujeres por haber nacido mujeres y haber sido socializadas como lo que la sociedad patriarcal espera de nosotras”.
Qué libertad nos espera
¿Seremos menos libres después? “Tenemos la oportunidad de que las cosas cambien a mejor, pero las fuerzas y las inercias que hay que enfrentar son muy potentes, fuerzas que harán todo lo posible por mantener, en su propio beneficio, la idea de la excepcionalidad. Me preocupa, especialmente, que se instale entre nosotros el trade-off entre libertad y seguridad y entre salarios y empleo; si tienes una cosa, tienes que aceptar renuncias en la otra”, plantea Luengo, que insiste: “Buena parte de la nueva economía que tanto ensalza el pensamiento conservador se sostiene en la mercantilización de nuestra privacidad y en el big data. Las empresas transnacionales más poderosas y con modelos de negocio más permeables y difíciles de controlar por los poderes públicos están situadas en este ámbito”.
¿Recuerdan los eslóganes sobre la vieja fachada blanca del Ministerio de la Verdad? “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”. ¿Quién no ha pensado en este 2020 –incluso antes– en 1984? ¿Cómo se articularán la libertad y la seguridad en el nuevo escenario que nos espera? “El riesgo de adentrarnos en un renacido Leviatán estatal que controle todos los espacios y decisiones de nuestras vidas está hoy mucho más cerca, y son especialmente preocupantes las simpatías que están despertando sistemas autoritarios como el chino, supuestamente más eficaces en la defensa de la salud pública”, sostiene el profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Extremadura Gabriel Moreno.
“Si siempre debemos vigilar la marcha de nuestras democracias, vigilando que los poderes no se extralimiten y cuidando por el recto actuar de lo común, esa supervisión deberá incrementarse tras la crisis, pues las presiones en dirección contraria serán mayores y encontrarán un relato, el de la seguridad, más propicio para su justificación –añade–. Las crisis siempre son excusas para que pretendidas soluciones temporales, coyunturales, se conviertan en permanentes y estructurales, y sobre esa intención debemos ser singularmente celosos. De momento, intentemos también que la excepcionalidad que vivimos respecto a nuestra libertad personal siga estando dentro de los límites constitucionales que la explican y posibilitan, pues estado de alarma no es ausencia de Estado de Derecho”. El profesor subraya que las decisiones y actuaciones de los poderes públicos, incluidas muy especialmente las de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, siguen estando sometidas a los principios de legalidad y proporcionalidad y a su posible control jurisdiccional por los tribunales de justicia.
La catedrática Gálvez muestra más optimismo: “En Europa tenemos una legislación de protección de datos muy garantista con nuestra privacidad y el uso de nuestros datos personales, y ahora se va a seguir avanzando en esa línea, permitir el avance y la innovación en equilibrio y con garantía de nuestras libertades personales. Si sabemos hacer bien las cosas seremos más libres. Si conseguimos una transformación de nuestra economía a una más sostenible en todos los ámbitos, seremos más libres. Si conseguimos apostar por los servicios públicos y una fiscalidad y retórica fiscal que los sostenga, seremos más libres. Si conseguimos que se impongan los valores de solidaridad y comunidad que se están mostrando, seremos más libres”.
Hierro habla directamente del Gran Hermano: “Está entrando, sin darnos cuenta, por la vía del mercado. Es que Google está diciendo si estamos más en casa o en la farmacia, nos están espiando a ver si decimos más la palabra vivienda o divorcio. Eso es lo verdaderamente peligroso. Y aquí lo que dan miedo no son las empresas, el mercado, sino que se usen tus datos con el fin del poder, para condicionar tu voto o, para lo que es peor, quitártelo. El que te tiene que proteger ya no te protege. Y esto no tiene que ver con la pandemia. Como no sepamos aguantar, 1984 está aquí”.
Muy cierto. La libertad no existe sin límites. Límites que proporcione el Estado, para que nadie se quede en la cuneta.