Análisis

Hacer de la necesidad virtud recuperando el valor de la solidaridad (12)

«La percepción de nuestra vulnerabilidad nos ha hecho redescubrir el valor de la solidaridad y de lo comunitario», reflexiona el profesor Pedro Arrojo.

Este es el duodécimo y último texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.

Hace unas semanas, en el programa de la Cadena SER A vivir que son dos días, un médico cubano, que llegaba a Italia para colaborar en la lucha contra la pandemia, dijo una frase que se me quedó grabada: «Solidaridad no es dar lo que te sobra, sino compartir lo que tienes».

Desde el aislamiento de nuestras viviendas, hemos sentido más que nunca el valor de la calle como lugar de encuentro y nos hemos emocionado junto a nuestros vecinos y vecinas, a muchos de los cuales ni siquiera conocíamos, en los aplausos de cada tarde desde ventanas y balcones. Que somos vulnerables era y es una evidencia; sin embargo sentirnos tan vulnerables como nos hemos sentido y nos sentimos, ante esta pandemia, es una novedad en las últimas décadas, sobre todo en los países más ricos y desarrollados, como el nuestro.

Sin necesidad de escarbar mucho en la historia, en todas las culturas se encuentran raíces en las que el valor de lo comunitario era parte esencial de la vida. Sin embargo, hoy, en nuestro mundo desarrollado, bajo el imperio del mercado y de la competencia individualista, el valor de la solidaridad y de lo comunitario ha pasado a verse como anticuado, o en el mejor de los casos, como expresión de buenismo estéril o de caridad religiosa. Sin embargo, las comunidades más vulnerables, como las indígenas, conservan como un tesoro el sentido comunitario de la vida y el valor de la solidaridad.

Desde lo que podríamos llamar la cultura occidental, hemos pervertido el valor de la persona y de la libertad individual, que promovieron hace siglos el Renacimiento y la Ilustración, como bandera de la modernidad, en la medida que hemos olvidado o relegado la evidencia de nuestra vulnerabilidad y de nuestra sociabilidad. La mitificación individualista de la competencia y del enriquecimiento personal como clave de éxito y felicidad, en una sociedad gobernada por la lógica del mercado, nos ha llevado a devaluar la solidaridad y el valor de lo público y de lo colectivo.

La agresividad competitiva como clave del progreso la expresó Hobbes ya en el siglo XVII con esa frase tan famosa como brutal: «El hombre es un lobo para el hombre». Un siglo más tarde, Adam Smith sentaría las bases de la moderna economía liberal usando la metáfora de la mano invisible que, según él, acaba haciendo de la ambición individual el mejor motor del desarrollo y del bien común. A lo largo de las últimas décadas, hemos vivido la expresión más radical de ese individualismo mercantilista que caracteriza al capitalismo. El llamado neoliberalismo, que domina el modelo de globalización vigente, acabó tirando por la borda los últimos principios humanistas del liberalismo para ampliar el espacio del mercado, minimizando el papel del Estado y promoviendo las políticas de privatización de servicios públicos que hemos conocido últimamente.

La idea de que cada cual puede ser lo que se proponga, compitiendo despiadadamente con los demás, y la correspondiente mitificación del winner, el triunfador, frente a la imagen del looser, el perdedor, que hacen depender la felicidad o la desgracia del implacable veredicto de la competencia, ha empapado la conciencia y la ideología social dominante.  Sin embargo, esa filosofía, que animó los procesos de privatización de la sanidad por parte de PP, ha fracasado ante la pandemia. Todos y todas hemos comprendido, sin que nadie nos lo explique, que el lema de sálvese quien pueda, es decir, quien tenga dinero, no sirve frente al virus.

Podríamos decir, en suma, que la percepción de nuestra vulnerabilidad nos ha hecho redescubrir el valor de la solidaridad y de lo comunitario. Incluso, más allá de la utilidad de la lucha solidaria y del valor de la generosidad, hemos descubierto la emoción de sentirnos unidos en comunidad, aunque sólo sea aplaudiéndonos unos a otros y de forma muy especial a quienes arriesgan más en pro del bien común, desde ventanas y balcones.

La pandemia puede acabar siendo un hito histórico que haga entrar en crisis el individualismo neoliberal y nos permita recuperar el valor de la solidaridad y la dimensión social de nuestras vidas. De nosotros y nosotras depende. 

Pedro Arrojo Agudo es profesor emérito de la Universidad de Zaragoza

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