Política
Gente de palabra
Laura Casielles pone el foco en el pacto con Bildu y la palabra dada: "Ya era una cláusula del acuerdo de gobierno firmado entre PSOE y Unidas Podemos".
Se ha dicho de muchas maneras, pero a mí me gusta especialmente la que eligió Ryszard Kapuscinski, el periodista polaco: “Hay que tener presente que el conflicto, el choque, no es más que una forma de contacto entre civilizaciones. La otra, que se da incluso con más frecuencia, consiste en el intercambio, que a menudo se produce al mismo tiempo y en el mismo marco que el choque”.
En Encuentro con el otro (y, en realidad, en buena parte de su obra), desarrolla cómo hay un momento en el que dos personas o dos grupos que están frente a frente deciden bajar las armas y negociar. Es el comienzo del intercambio económico, o del pacto político. Y ese gesto, por el que se puede empezar a trocar mercancías o a delimitar lindes, tiene una condición sine qua non: establecer de algún modo un mínimo de mutua confianza, aunque sea instrumental.
Ese es el cambio radical que permite pasar de la guerra al comercio o a la diplomacia –escribe Kapuscinski–: poder creer que quien tienes enfrente no va a sacar otra vez las armas cuando te des la vuelta. O que lo que lleva en los baúles que te da es lo que dice que es.
¿Que te puede engañar? Seguro. Pero si no se puede abstraer esa posibilidad y hacer desde la confianza, no es posible la economía, ni la política. La palabra dada es el patrón oro de los intercambios humanos.
En plena noche, tras largos días de polémica sobre si se alargaba o no el estado de alarma por la crisis del coronavirus, el ruido imparable de la información se vio atravesado por una noticia que parecía llamativa hasta dentro del hartazgo que ya vamos teniendo. Que el PSOE y Bildu habían acordado, como condición para que los segundos dijeran que sí a continuar con el estado de alarma, la derogación total de la reforma laboral. Pero que luego los socialistas, con la votación ya hecha, lo habían matizado. Que igual derogación total no.
De esto (de lo que fuera), por lo demás, no parecía que se hubiera avisado en tiempo y forma al socio de gobierno, Unidas Podemos, porque su secretario general se veía obligado a recordar, en una entrevista radiofónica, que “lo firmado obliga”. En realidad, si levantamos un mínimo la mirada, vemos que obligar, ya obligaba desde antes. Aunque no existiera ese pacto con Bildu, ya era una cláusula del acuerdo de gobierno firmado entre PSOE y Unidas Podemos. Y que, de hecho, la obligación se estaba cumpliendo, porque el Ministerio de Trabajo ya estaba avanzando en el –largo pero único posible– camino del diálogo social.
Pero, en este tiempo de fake news, “la verdad anda zascandileando como un canguro que ha extraviado a sus crías”, como dice un poema de Juan Carlos Mestre. El problema de la lógica de los bulos y los desmentidos es que se nos mete en la cabeza y en el cuerpo: el patrón oro de la palabra dada ya no vale, no se puede confiar. Escribía Estefanía S. Vasconcellos: “Los mentirosos profesionales no esperan que creamos que ellos son las únicas fuentes fiables de información, lo que quieren es anular el concepto de verdad”. Todo podría ser cierto, todo podría ser falso, y mientras tanto las cosas ocurren en otra parte. Al fin y al cabo, ni siquiera se distingue muy bien lo que son hechos de lo que son solo palabras.
Hubo un tiempo, sin embargo, en que ser “hombre de palabra” era un concepto importante. Esos políticos de antes a los que admiramos lo llevaban a gala. Como una forma del honor, pero también de la utilidad. Se puede estar en desacuerdo, se puede incluso ser ideológicamente despreciable para el otro, y aun así cumplir con las reglas del juego. Por respeto al juego. Para no romperlo por completo.
Hoy, decir esto parece casi anacrónico. Igual que las guerras pasaron a ser deshonestas (desde los primeros aviones hasta los drones que matan por ordenador), la política también. Y el periodismo, muchas veces. Frente a los “hombres de palabra”, juegos de trileros. Si no se puede confiar en lo dicho, estamos en otra cosa: en la mercadería, en las bombas de napalm sobre la dignidad.
Nos urge recuperar aquel legado, el de la buena fe. Y hacernos cargo de él, lo que implica, además, actualizarlo. Ya no podemos, tampoco, ser “hombres de honor” de los de puerta cerrada y componenda de élites. Tenemos que ser también mujeres y hombres de palabra capaces de convertir el concepto en 2.0 con los aprendizajes del feminismo, de la nueva política. Salvaguardar la palabra dada como condición de posibilidad de la confianza colectiva. Por la que quienes se estrechan la mano tienen que cumplir lo dicho no ya porque se lo deban entre sí, como en un pacto de caballeros, sino porque nos lo deben a todos y todas nosotras, como en un contrato social.
Ser gente de palabra que hoy, en un mundo tan líquido y tan acelerado, sepa que respetar y respetarse tiene que ver con darle a lo que se dice el peso que tiene. “No afirmar nada que no se pueda caminar”, como escuché decir una vez. Y, una vez dicho, no dejarlo disolverse en la torrentera que arrastra a los trending topics.
Que la palabra dada signifique algo a lo que nos podamos agarrar, pero no por una falsa idea de coherencia esclavizante, de solidez sin fisuras de las ideas, sino por lealtad a un horizonte. Por el compromiso de las palabras con las cosas. Por que la verdad no sea otra mercancía, ni la política el mercado en el que se trafica con ella.
Por que podamos confiar, porque si no, no hay quien viva.
No es Sánchez, es el PSOE, siento decirlo así, pero creo que el PSOE te engañará siempre que pueda.
Si el PSOE tiene algo más de palabra es por la presión de Podemos, de sus votantes y por la subida de la extrema derecha, y todo esto seguirá sin ser suficiente, porque a la oligarquía que le financia nunca le faltará a la palabra…
Hay que especificar la palabra «íntegra» en «derogación íntegra», aunque sea redundante e innecesaria, porque se está firmando un acuerdo con el PSOE, que a estas alturas sabemos (y demuestran una vez más) que carecen totalmente de integridad. El espectáculo político que hemos visto estos días nos muestra con qué facilidad Sánchez traiciona a sus actuales aliados y aliena a los potenciales aliados futuros. A qué acuerdo posible, qué dirección para llevar adelante el país vas a acordar con alguien a quien lo mismo le da Ciudadanos que Bildu. Qué le vas a prometer a Teruel Existe o al PRC cuando saben que en menos de veinticuatro horas negarás el acuerdo que firmes.
El PSOE está en el gobierno para ocupar sillas, llenar huecos en el gobierno, y hacer tiempo, logrando cambiar lo menos posible en cuatro años. Si la izquierda de este país no puede ver más allá del PSOE no vamos a ninguna parte.
En un país, España, en el que no hay castigo moral, más bien hay premio, hacia quienes justifican los asesinatos fascistas del franquismo, en un país, España, en el que «cuánto más te robo , más me votas», cómo va a importarle a nadie unas mentirijillas por aquí o por allá, cómo va a «condenar» nadie a quien no tiene palabra, cómo va a «castigar» electoralmente, que es de la forma en la que las sociedades maduras, serias y cultas, castigan, unas mentiras… cómo, cómo va a hacer eso, si esa sociedad ha tragado, y aplaudido, lo execrable.
Lo primero sería enseñar en la escuela, y en casa, qué es la dignidad, que es el honor, qué es la palabra, qué es el respeto hacia uno mismo, luego, quizás, ensalzaríamos a Nicolás Salmerón y el valor de la palabra dada.