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Adictos al suavizante

"Aceptar un regalo, una invitación o una atención en cualquier ámbito sitúa al receptor en una situación de deuda con el emisor, que requiere cierta reciprocidad".

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El otro día Magda Bandera publicó un sugerente artículo bajo el título Sabemos cómo huele el suavizante de las ‘rooms‘. Un texto que venía a identificar las invitaciones a los congresos periodísticos organizados por grandes grupos como un mecanismo para agasajar  e incluso cooptar  a los periodistas, también a aquellos que proceden de medios alternativos, trasladándoles una falsa sensación de formar parte de una élite que de alguna manera ejerce el poder. No me voy a extender mucho más porque ella en su artículo lo cuenta mucho mejor que yo.

El artículo de Magda me hizo reflexionar sobre los mecanismos del poder y cómo se despliegan en todos los ámbitos de la vida, también en la militancia política. Una de las definiciones más simples pero efectivas del poder proviene del sociólogo Max Weber y afirma que es la capacidad de que una persona o colectivo haga algo incluso contra su propia voluntad. También nos hablaba de que el poder podría tener dos expresiones: la coacción y el pacto. Cuando Magda nos habla del “olor a suavizante” nos habla de un mecanismo muy efectivo para crear consensos, que no es exclusivo del ámbito periodístico sino que se puede extender a prácticamente cualquier actividad humana, incluido el ejercicio de la política representativa y, en este caso concreto, a dos dimensiones.

La primera es quizás la más evidente para el público: la dimensión externa. La Gürtel, los ERES y la Púnica nos sitúan ante tramas con decenas o cientos de imputados y cantidades millonarias expoliadas de lo público para llenar las cuentas de resultados de la élite económica de este país. No obstante, si nos sumergimos en los sumarios, podremos observar que estas tramas están conformadas en sus comienzos por miles de pequeñas dosis de suavizante. Normalmente, ningún gran empresario se acercaba a un responsable político para decirle: “aquí tienes tantos miles de euros en comisión a cambio de este contrato o recalificación”.  Estas cuestiones empezaba con acciones más sutiles como viajes, palcos en espectáculos deportivos o regalos, y entre medias solía haber personajes, como Francisco Correa, encargados de distribuir y gestionar el suavizante, así como de cortar su suministro si era necesario.

No todos los que reciben las atenciones de estas tramas pasan a las siguientes fases, pero sí la mayoría de los que lo hacen en algún momento de su trayectoria. Las normalizan e incluso las entienden como algo inherente a su cargo. Una vez en esta fase es más fácil acceder a peticiones como “adaptar” unos pliegos, fraccionar unos contratos menores o “agilizar” un proyecto urbanístico, lo que sigue es la triste historia reciente y no tan reciente de nuestro país.

Existe, no obstante, otra dimensión más desconocida de este fenómeno de la política que se da en el interior de los partidos y sirve para cimentar lo que el politólogo Robert Michels llamó «la ley de hierro de la oligarquía».  El suavizante, esta vez, usa otros mecanismos pero son igualmente efectivos. Por ejemplo, la invitación a cenas exclusivas o a las cañas con dirigentes tras una manifestación, peticiones de «aportaciones» para documentos  internos antes de ser expuestos al debate público, o mi favorito: la inclusión en grupos de WhatsApp o Telegram restringidos donde “realmente” se toman las decisiones. 

Hay algo que me gusta contar a las personas que asumen responsabilidades de dirección política por primera vez y es que si no están en ningún grupo de Telegram alternativo y más restringido que el oficial, significa que existe uno o más en los que ellos no están. Cuando interiorizan esta realidad, e incluso cuando les incluyen en ese grupo secreto, viene la segunda ley, y es que si participan de alguno “no oficial” pero no se habla en ellos de manera constante hasta de las cosas más banales, lo más probable es que exista otro aún más restringido. He llegado a constatar la demente existencia de al menos dos niveles de decisión por encima del «oficial» y seguramente existían más. 

La dinámica de cohesión y pacto que generan estos grupos se basa en una exigencia del secreto de las deliberaciones de esos grupos restringidos –incluida su existencia–, y la adhesión inquebrantable a lo “decidido” en el seno de dichos grupos. Este sistema conforma una especie de hoyo de la deliberación democrática, que por cada nivel va dejando un margen cada vez más estrecho de decisión en su descenso hacia el espacio formal y orgánico de toma de decisiones. 

Los mecanismos antropológicos y sociológicos que hacen funcionar estos sistemas en ambas dimensiones son múltiples, pero voy a destacar dos que están relacionados con el binomio pacto-coacción:

Aceptar un regalo, una invitación o una atención en cualquier ámbito sitúa al receptor en una situación de deuda con el emisor, que requiere cierta reciprocidad, es un mecanismo que ha sido estudiado por la antropología. Así, cuando un líder nos envía un documento e introduce una o dos de nuestras ideas en él, por reciprocidad nos resulta mucho más difícil criticar aquellas parte en las que no estamos de acuerdo. También, cuando una presidenta de una comunidad ha estado dos meses sin pagar en dos apartamentos de lujo o recibe una tarifa inusitadamente más barata, ve como normal utilizar todo el dispositivo público para defender los que percibe como legítimos intereses de quien le ha facilitado dichas atenciones.

El segundo mecanismo tiene que ver con la falacia del coste hundido.  Alcanzar la posición donde se forma parte de estos ámbitos de decisión restringida o que te lleva a recibir determinados regalos ha requerido una buena dosis de esfuerzo que necesitamos sentir recompensada de alguna manera. El riesgo de dejar de participar de estas prácticas, incluso cuando empezamos a percibir sus efectos perversos y reprobables, confrontan con el enorme sacrificio que hemos tenido que invertir para llegar a esa posición y el riesgo de perderla que conlleva no seguir las instrucciones. En otras ocasiones también nos mueve, como nos explicaba el sociólogo Zygmunt Bauman en su obra Modernidad y Holocausto, la  dificultad psicosocial de confrontar con toda una cadena de decisiones que a la luz de los hechos nos resultan reprobables, por lo que hacemos una especie de huida hacia adelante.

Termino con dos reflexiones que ni de lejos pueden solucionar este enorme dilema y una proviene de Lenin: “Salvo el poder, todo es ilusión”. Sobre esto, que quede claro que la mayor ilusión supone aquellos mecanismos que nos hacen creer que ejercemos el poder: de la adicción al olor al suavizante se puede salir.

PD: Mientras terminaba de escribir el primer borrador de este texto, me llegó la noticia del fallecimiento de Julio Anguita. Durante toda la redacción me venía el recuerdo vago de unas declaraciones suyas que decían: “Ustedes ejerzan la política, hablen con la gente y váyanse a comer a su casa”. Estoy seguro de que lo dijo en más ocasiones, pero lo he encontrado en este extracto de La Sexta Noche. Sirva esto como un homenaje a un enorme maestro no solo de la teoría, sino de la práctica.

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