Sociedad
Susana Vera (premio Pulitzer): “Hay que publicar las imágenes de muertes para que la gente sea consciente de la gravedad de la pandemia”
La fotoperiodista Susana Vera se convierte en la primera mujer española en ganar el premio Pulitzer con un equipo de la agencia Reuters por su cobertura de las protestas de Hong Kong.
La fotoperiodista Susana Vera (Pamplona, 1974) es bien conocida entre sus colegas en Moncloa, en el Congreso de los Diputados y Diputadas, en los eventos deportivos celebrados en Madrid y en buena parte de las manifestaciones que se celebran en la capital de España. Por el contrario, es poco conocida fuera de este gremio del que apenas resuenan en la opinión pública un puñado de nombres, relacionados fundamentalmente con las coberturas internacionales y de conflictos.
Una invisibilidad muy relacionada también con el hecho de que trabaje para una agencia de noticias, pese a que en su caso sea la internacional Reuters. Durante décadas y aún hoy en muchos casos, los medios de comunicación se limitan a firmar con el nombre de la agencia cuando reproducen las informaciones de sus trabajadores: periodistas a menudo con mucho oficio y brillantes trayectorias a quienes no se les reconoce en el sector como merecerían. Pero todo esto cambió hace una semana, cuando Vera se convirtió en la primera mujer española galardonada con un premio Pulitzer junto a una decena de colegas de Reuters por su cobertura colectiva de las protestas de Hong Kong.
Estudió una doble licenciatura en Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra. Sin embargo, no fue hasta que se trasladó a Estados Unidos para completar sus estudios cuando tuvo una asignatura sobre fotoperiodismo y decidió que ese oficio que obliga a estar en el lugar de los hechos, y muy cerca de sus protagonistas, sería al que dedicaría sus días. ¿Cree que el fotoperiodista ha dejado de ser considerado, como ocurría hasta hace unos años, un profesional menos importante que el redactor? ¿Ha desaparecido del vocabulario de los periodistas esa expresión de vengo con ‘mi fotógrafo/a’?
En mi caso no fue hasta que llegué a España, tras trabajar ocho años como fotoperiodista en Estados Unidos, cuando me tuve que enfrentar a que alguien me presentase como ‘su fotógrafa’. En Norteamérica éramos compañeros, pero aquí fue precisamente una persona que estaba haciendo prácticas, la que me trató así. Me pareció muy curioso que alguien que acababa de salir de la facultad tuviese tan asumida esa concepción del fotoperiodista. Pero todos cometemos errores y estamos aquí para aprender: lo importante es verbalizar las cosas. Así que tuve una conversación con ella y todo quedó claro.
La mayoría de los premios más reconocidos sobre fotoperiodismo se otorgan a coberturas internacionales, de conflictos y este Pulitzer que reconoce su trabajo ahora es prueba de ello. ¿Por qué la cobertura local, de temas políticos y sociales, sigue siendo menos valorada cuando es la más apegada a la realidad de la ciudadanía?
Es cierto que había una tendencia en los premios a reconocer los temas que han determinado la agenda informativa del año. Precisamente a los que acuden muchos fotoperiodistas freelance, o de medios pequeños, que se tienen que endedudar para cubrir historias que saben que pueden interesar informativamente, por lo que podrían recuperar parte de la inversión.
Pero cada vez más, premios como los Pulitzer o los World Press Photo están prestando atención a las coberturas locales. Están tomando nota de que un buen trabajo se realiza en cualquier sitio y que no tienes que irte al otro lado del mundo para hacerlo. Mi día a día no es irme a Hong Kong o a Bangladesh por la crisis de los rohinyás.
¿Por qué su agencia le envía a Hong Kong?
Desde hace dos o tres años, Reuters está desarrollando una política de diversificación de los fotógrafos que cubren estas historias. Durante mucho tiempo, las grandes coberturas las hacían los mismos fotógrafos, del mismo género -masculino-, raza, cultura, bagaje y origen. Ahora se han dado cuenta de que la diversidad de sus trabajadores -mujeres, personas de distinta etnia y demás– enriquecía la visión que podían trasladar del mundo.
En Hong Kong, por ejemplo, rotaron a 28 fotógrafos muy diversos durante seis meses y el galardón en equipo ha sido para fotografías de 11 de nosotros. Ya era hora, por otro lado.
Sí, está bien entrar en el siglo XXI en 2020…
[Risas] Creo en la meritocracia, no en cubrir una cuota, pero al mismo tiempo soy muy consciente de que el mundo en el que vivimos está marcado por el género. Me encantaría tener esta conversación sin que ninguna de las dos tuviéramos que tener presente que soy mujer y que soy la primera española en ganar un Pulitzer, que no tuviéramos que hablar de género porque se hubiera superado como handicap, pero la verdad es que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades. Una vez que las tienes, has de demostrar tu validez con la calidad de tu trabajo.
Es hora de que se equilibre la balanza. La mesa a la que somos invitados es cada vez más pequeña, y los que solían tener oportunidad de comer eran fundamentalmente hombres. Por ello, algunos pueden sentir cierta aprehensión por que sus derechos sean vulnerados. Bueno, la opción de madurar está abierta para todos.
¿Ha vivido esa temor por parte de colegas hombres a ver peligrar sus privilegios?
Llevo mucho tiempo trabajando en el mismo sitio y conociendo bien a los compañeros de la ciudad, y la respuesta que he recibido ha sido totalmente positiva, de celebración. Pero hay un porcentaje pequeñito de personas que piensa que esto es por cuotas y he tenido que tener la conversación de la importancia de la discriminación positiva, no solo con respecto a las mujeres, sino con cualquier colectivo que esté en minoría, para que tengan las mismas oportunidades.
Pero, más allá del machismo que atraviesa toda la sociedad y, por tanto, las empresas mediáticas, y de que el fotoperiodismo se ha concebido tradicionalmente desde el imaginario del ‘macho alfa heteropatriarcal’, ¿por qué siguen siendo minoría las mujeres fotoperiodistas en España? ¿Ha tenido mucho que ver la crisis de la última década?
Es verdad que llevo 25 años de profesión y de que aún hoy trabajo con menos fotógrafas que cuando lo hacía en Estados Unidos. Tiene mucho que ver con las regiones. En agosto estuve en Perú, y me chochó trabajar con un mayor porcentaje de mujeres de lo que lo hago en España.
Hay múltiples factores. La crisis no ha ayudado en absoluto. Es una profesión que implica una vocación muy fuerte, en la que tienes que pelear hoy mucho más que nunca, que la precariedad es absoluta y que seguimos viviendo en un mundo en el que las decisiones personales y profesionales siguen teniendo un coste mayor para las mujeres. Además, los horarios de los fotoperiodistas y periodistas no son los de la mayoría de la gente y para iniciarte en este sector necesitas hacer una inversión económica muy fuerte: dos cuerpos de cámara, objetivos… Y eso no está al alcance de cualquiera: necesitas endeudarte o tener una familia que pueda echarte un cable.
Antiguamente podías realizar prácticas en algunos medios o empezar ofreciendo imágenes a bajo precio o a cambio del crédito por tener una exposición porque sabías que a largo plazo podías establecer con ellos una relación laboral. Pero ahora se ha devaluado tanto el valor de nuestro trabajo que ya no funciona así: cuando la gente joven regala su trabajo, con el gasto en transporte, en tiempo y en equipo que supone, en realidad está pagando por trabajar. Sin apenas oportunidades de que se les vaya a pagar a largo plazo o a contratar. En este contexto, aún es más difícil conciliar.
Hace unos años publicó un magnífico trabajo para el que acompañó durante tres años el proceso de transición de género de Gabriel. ¿Qué acogida tuvo aquella historia?
Al nacer, a Gabriel le asignaron el género femenino y tuvo que pasar toda su vida convenciendo a su entorno de lo que era: un chico que había nacido con genitales femeninos. Fue una historia que vas realizando conforme la vida va cambiando. Comencé la historia con otras dos familias, pero al final solo pude publicar la de él.
Este tipo de historias suele llegar menos que las del tipo de Hong Kong, pero creo que acaban proporcionando más espacios para la reflexión. La posibilidad de mirar al vecino y pensar que lo que le ha pasado a ese chico, su pelea personal por ser quién es es la misma que nos toca a todos, pero con diferentes desafíos. Son las historias que a mí más me recompensan y las más necesarias a nivel social porque tienden puentes de entendimiento.
Está cubriendo la pandemia de COVID-19 en Madrid. ¿Cómo ha cambiado su forma de desarrollar su trabajo, más allá de las exigencias que le imponga trabajar en una agencia?
La pandemia está suponiendo la mayor complejidad a la que me he enfrentado nunca. Es la primera vez que soy consciente de que mi trabajo puede tener un efecto negativo en la persona a la que estoy fotografiando, porque puedo ser asintomática y contagiarla a ella y a su entorno. Hasta ahora, mi trabajo podía conllevar riesgos para mi salud física o psicológica, y acababa en mí, aunque las personas que me rodean pudieran sufrirlo en silencio.
Ahora me toca lidiar con una cobertura en la que yo puedo ser fuente de contagio, y eso nos ha generado mucha incertidumbre a mí y a muchos otros compañeros a la hora de decidir hasta dónde queríamos llegar.
Al principio del confinamiento severo decidí no meterme en casa de nadie por esa razón, a sabiendas de la dimensión de la tragedia que estamos viviendo, de la cantidad de gente que estamos perdiendo por el camino, de que hay que contar todas estas historias de soledad, de muerte, de las residencias de ancianos porque mostrarlas, poner rostro a las cifras, permite que mucha gente que aún no es consciente de la cantidad de gente que está muriendo lo pueda hacer. Eso ha modificado nuestra cobertura. También es cierto que en un momento histórico en el que tendríamos que tener la mayor información posible, ha habido muchas barreras para entrar en esos espacios –hospitales, residencias, cementerios– y para acceder a los datos.
¿Qué opinión le merece la controversia sobre hasta qué punto hay que mostrar las consecuencias de esta pandemia ahora que los muertos se dan en nuestro país?
Los humanos somos hipócritas: tenemos más capacidad para gestionar imágenes duras de personas que viven a miles de kilómetros que de aquellas que se parecen a nosotros y que podrían ser nuestros familiares. Desde los medios, jugamos con esa hipocresía. Hay que publicar las imágenes de muertes, por muy duras que sean, para que la gente sea realmente consciente de la gravedad de la pandemia, de que no es una tontería mantener el distanciamiento social ahora que entramos en el proceso de desescalada, para ver qué hemos hecho mal y evitar que se repita… Y la única manera es que tengamos toda la información, la dura y la menos dura, y eso incluye las imágenes de las muertes por COVID-19 que se produjeron, que se están dando en estos momentos y que van a seguir dándose.
Es una de las partes más duras de nuestro trabajo: ir al cementerio, esperar que lleguen los miembros de la familia, preguntarles si podemos cubrir el aspecto más duro de la pandemia, si tienen algún inconveniente en que fotografiemos el sepelio. No es fácil para nadie. Y cuando los familiares te dicen que no tienen ningún problema es porque creen que la sociedad debe ser consciente. Y para ello necesitamos medios de comunicación que respalden nuestro trabajo y que muestren las fotografías y preguntas difíciles. Siempre respetando toda la dignidad de las personas, independientemente de que vivan en nuestro país o a miles de kilómetros.
Gran parte de esta cobertura la están realizando fotoperiodistas freelance, que asumen todos los costes y que están encontrando grandes dificultades para vender su trabajo, o falsos autónomos en medios de comunicación y agencias, con cada vez peores sueldos. ¿Qué futuro tiene el fotoperiodismo que subsiste en gran medida, gracias a la autoexplotación de sus propios profesionales?
Lo veo muy mal. Este sector, como muchos otros, se está viendo muy perjudicado por las consecuencias económicas de la pandemia. Y ya veníamos de una precariedad absoluta. Ahora que van a cerrar muchos medios, que otros ya están con políticas de reducción de gastos, el panorama resulta aún más crudo. Y no solo los que cubren las consecuencias sociales de la pandemia, sino también los de deporte y cultura.
Necesitamos que la gente sea consciente de que el periodismo de calidad cuesta, que tiene un precio, que no puede ser gratuito. Con el mundo digital, la democratización de la fotografía y la aparición de los mal llamados ‘periodistas ciudadanos’, que no son otra cosa que el testigo ocular de toda la vida que ahora tiene un teléfono móvil, se ha devaluado el papel del periodismo.
Los profesionales tenemos que hacer autocrítica, no podemos vivir de otras fuentes periodísticas, sino volver a realizar nuestro trabajo: somos corresponsables de la pérdida de credibilidad. Pero también hemos sufrido los recortes de plantillas, y un periodista no puede hacer el trabajo de dos o tres personas. Así no se puede hacer un periodismo contrastado y a fuego lento, que es al que nos tenemos que dedicar. La inmediatez ya es una batalla perdida, ahora lo que necesitamos son medios que nos den claves para tener un espacio de reflexión.
¿A qué situación nos aboca esta concentración de los polos de información con la desaparición constante de medios?
Pues a lo que me encuentro cada vez que recibo por WhatsApp vídeos o fotos de los que lo primero que hago es preguntar la fuente. Estamos reenviando mensajes que no son información, vivimos en un mundo de medias verdades, de fake news que nos supeditan a la manipulación y al rebaño.
Estamos en una situación en la que nuestras libertades se han visto totalmente limitadas. La cuestión es cuánto tiempo lo van a estar. Y si le sumamos la falta de medios serios y críticos nos vemos abocados a una sociedad borreguil en el que cada vez tendremos menos herramientas para ser libres. Porque la información te da la capacidad de conocer para actuar en consecuencia y si todo eso te lo eliminan, solo te queda el servilismo.