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Hacer de la necesidad virtud, hacia un sistema alimentario local y sostenible (11)

''La gran duda es si, una vez pasada la crisis, mantendremos el debate en el mismo nivel que estas semanas'', asegura el autor.

Horta de Sant Joan. Foto: Ramon Oromí.

Este es el undécimo texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.

Una de las virtudes del concepto de soberanía alimentaria es que conecta con el sentido común de la gente. Esta es una baza que no solo no podemos perder, sino que debemos potenciar en momentos de crisis como el actual. Cualquier persona común, mi madre, mis hijos, mi vecina María, no pueden entender cómo habiendo naranjas aquí, tenemos que traerlas desde miles y miles de kilómetros de distancia, teniendo que desperdiciar las que se producen más cerca de nosotros.

Esta misma gente no entiende como los agricultores reciben un precio por estas naranjas que no llega a cubrir ni los costes de producción, mientras que las que vienen desde miles de kilómetros de distancia son más baratas, y eso, con los enormes costes ambientales que conlleva. Realmente es de locos. Relocalizar el sistema alimentario resulta hoy una necesidad evidente.

No es el momento de reproducir los miles de análisis y estudios sobre cómo funciona el sistema alimentario global. Es suficiente con describir lo que ha sucedido en las últimas semanas de confinamiento, y de una forma muy doméstica sacar algunas conclusiones para hacer de la necesidad virtud.

Resulta curioso cómo han transcurrido los acontecimientos. Tuvimos siete semanas seguidas de movilizaciones con el lema de ‘Agricultores al Límite’. Esas movilizaciones lograron trasladar al conjunto de la sociedad sus problemas, generando una ola de solidaridad con el sector agrario y ganadero sin precedentes. El foco de las movilizaciones no eran las ayudas, sino los precios injustos y las injustas relaciones dentro de la cadena agroalimentaria.

Esta cadena alimentaria cada vez da más poder al eslabón de la distribución, acumulando gran parte de la plusvalía generada por los eslabones anteriores de la producción y la transformación. Fuimos conscientes, y durante semanas se habló de cómo el precio del brócoli se multiplica por 4,8 cuando llega al consumidor. Sin embargo, acto seguido, y sin apenas cambio de escenario, hemos pasado a ver imágenes de una fiebre compulsiva que agolpaba a los consumidores españoles en los supermercados. Colas de consumidores para acumular productos de todo tipo hasta dejar los lineales de los supermercados vacíos, ante la perplejidad de los gestores de estas empresas que se veían incapaces de organizar siquiera la reposición del producto.

Los datos cantan y el consumo de alimentos de las familias españolas ha crecido un 18% de media durante la crisis y el de las hortalizas y frutas un 44%. No solo ha crecido lo que gastamos, sino el volumen de comida que compramos. De pronto, casi terminamos aplaudiendo también a los superhéroes de los supermercados. Sin embargo, en medio de esta fiebre compulsiva por comprar alimentos, hemos sabido que el precio de las hortalizas y las frutas pagado a los agricultores y agricultoras ha caído un 77% en estas semanas, mientras que el precio al consumidor empieza a dar señales de incremento. Es decir, los márgenes se están ampliando en más de 5 puntos en todos los productos.

Pero las grietas siguen asomando. A los pocos días de iniciarse la crisis, cerró el canal de la Hostelería, la Restauración y el Cátering (Canal HORECA) y, de pronto, todas las producciones destinadas a esta vía de comercialización, desde el cordero hasta el vino, las hortalizas o los lácteos, empezaron a acumular excedentes. Pasamos así a ser conscientes de lo importante que era este canal de comercialización para la producción agroalimentaria.

Mientras tanto, aunque las grandes cadenas de distribución aumentaban su demanda de alimentos, apenas había absorción y transferencia de un canal a otro. En pocos días era obligado que se alzaran las voces para pedir a las grandes cadenas de comercio minorista un esfuerzo por integrar las producciones locales. Sin embargo, las normas y estándares que utilizan para integrar los productos alimentarios no son fáciles de cumplir. Por un lado, los requisitos para dar de alta a agricultores, agricultoras o cooperativas como nuevos proveedores no son automáticos. Por otro lado, los márgenes que aplican sobre el precio y los porcentajes de ‘rapel‘, el descuento al agricultor por la merma del producto fresco, o el pago de personal a reponedores que exige en muchos casos la gran distribución, hacen muy difícil la rentabilidad para los pequeños y medianos productores.

En todo caso, puedo asegurar, con conocimiento de causa, que ha habido de todo. Hay cadenas que, efectivamente, han arrimado el hombro, y mucho, mientras otras simplemente se han reunido, y reunido, y reunido, han pedido datos, y datos, y datos, para terminar no moviendo nada. Como en todos los sectores, no todos somos iguales.

Paradójicamente, la estrategia urbanocéntrica de confinamiento nos la ha jugado. En primer lugar, nos cerraron los mercados agroalimentarios semanales; es decir, esos mercados de agricultores, mercados agroecológicos, que se instalan en miles y miles de pueblos de España, y que tantos años costó levantar. Salvo en tres Comunidades Autónomas donde pudimos proponer una alternativa para mantenerlos, permanecerán cerrados hasta la fase I de desconfinamiento.

En segundo lugar, se prohibió acudir a los huertos de autoconsumo, los huertos comunitarios o los huertos sociales, que representan el primer escalón de la soberanía alimentaria y son una fuente de alimentos frescos y de temporada muy importante para muchos hogares. Estas decisiones se han tomado con el absurdo argumento de evitar desplazamientos, salidas innecesarias y aglomeraciones. ¿Pero es que no han visto las imágenes de las grandes superficies? De verdad que ir al huerto en un pueblo aragonés, o en Tierra de Campos implica mayor riesgo que ir al supermercado? ¿Acaso no saben que para ir a una gran superficie desde un pueblo de Castilla hay que recorrer en muchos casos varias decenas de kilómetros en coche?

El absurdo se hace más profundo cuando te encuentras por la calle a un policía y te pide explicaciones de por qué caminas hasta la frutería o la carnicería, en vez de ir al supermercado que hay a la salida del pueblo, en coche; y cuando le dices que tú en general no compras en las grandes superficies, salvo los productos no frescos, entonces te mira, como si estuvieras loco, y trata de imponerte que lo argumentes, que lo dice la instrucción.

Pero volvamos a la idea de hacer de la necesidad virtud. Los productores y productoras de alimentos, sus organizaciones, las estructuras cooperativas, las asociaciones de consumidores, muchas entidades sociales e instituciones administrativas de todo nivel se han lanzado a promocionar el consumo de producto local y las iniciativas de cadenas cortas de comercialización, multiplicándose las iniciativas de venta a domicilio. Surgió la tentación de prohibir la venta a domicilio, pero en este caso la presión de plataformas como Amazón o Ebay, que resultaban muy perjudicadas, evitó la prohibición. El éxito de estas iniciativas y de las campañas de promoción han calado en la sociedad. Me consta, por lo que conozco del territorio donde trabajo, que las ventas en cadenas cortas de comercialización se han incrementado en más del doble, y que el cordero de la tierra, las hortalizas, o el aceite, o el vino ha salido en cantidades increíbles por este canal. La respuesta social está siendo impresionante porque estas iniciativas conectan con el sentido común de la gente.

La gran duda es si, una vez pasada la crisis, mantendremos el debate en el mismo nivel que estas semanas. En todo caso, habrá que retomar las demandas de ‘Agricultores Al Limite’ que se quedaron arrinconadas con la crisis. Volveremos a trabajar sobre el futuro de la Ley de cadena alimentaria, y habrá que poner toda la carne en el asador.  Habrá que volver a plantear, sin lugar a dudas, que el canal HORECA debe estar incluido dentro de la Ley de cadena alimentaria. Habrá que cuestionar los propios contratos y condiciones de la gran distribución, trabajar para que la sociedad sea más exigente con ellas y se cumpla de forma responsable con el sector agrario.

El sistema alimentario lo forman numerosos actores, y soy de los que considero que todos son necesarios y cumplen su papel. Sin embargo, la crisis ha dado más razones todavía para aplicar en dicho sistema el sentido común. En primer lugar, garantizando justicia y transparencia en su funcionamiento. En segundo lugar, promoviendo una mayor relocalización del conjunto de nuestro sistema alimentario.

Fernando Fernández es experto en Políticas Agrarias y Desarrollo Rural

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Comentarios
  1. Los alimentos de huerta y frutales se han encarecido y no lo han incrementado en el P;B,I, Y es un consumo de supervivencia.

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