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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 21.
Vigesimoprimera entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.
¡Vicenta y yo recién nos mudamos a una «comunidad autónoma»! O así la llaman, porque claro que no es autónoma, es más bien una ecoaldea experimental semiclandestina. Para Rosario es una referencia a las que así se llamaron en Chiapas y un juego de palabras, porque Comunidades Autónomas era como llamaban en España a las entidades territoriales administrativas hace un siglo. Lo de «Guillem Agulló» es por un antifascista que asesinaron por esa misma época.
¿Cómo esconder una aldea entera de clandestinos? Esto no habría sido posible en otros tiempos, y de hecho seguro que en la Supremacía se enteran de todo lo que hacemos. Para el Estado Español, con sus medios limitados, somos un poblado de chabolas insignificante entre Picassent y Montserrat. Es duro, porque la huerta ya hace tiempo que agoniza, pero al menos desde hace dos o tres años la sequía nos está dando un respiro.
A Vicenta le está sentando muy bien, o eso parece. Ya sabemos por experiencia que una mejoría temporal no tiene por qué significar una recuperación a largo plazo. Yo, desde luego, sí que estoy mejor. Estos días estuvimos echando una platicada de mis recuerdos de mi mamita, creo que para mí eso es sanador también. Le contaba las cien veces que vimos juntas mi mamita y yo Fury Road, Django y Ex Machina. Películas clásicas de levantamientos populares, cuando todavía estaba bien visto, cuando todavía se hacía ese tipo de cine. Vicenta no las conocía, claro.
Rosario, que normalmente es de ceño arrugado, está rebosante de sonrisas. Para sorpresa de todes, hoy estuvo sacándonos unas risas haciendo un repaso histórico sobre los modelos supuestamente científicos del clima que hacían los capitalistas a principios de siglo. Estuvo bastante interesante, me sorprendió aprender cosas. Parece ser que, incluso cuando empezaron a aceptar que habría que reducir las emisiones de CO2, siguieron en plena negación patológica de la realidad. Se inventaron una serie de tecnologías para «secuestrar» el CO2 de la atmósfera y, sin haberlas demostrado más que a pequeña escala, introdujeron en sus cálculos el efecto de su uso masivo, durante décadas. Esas tecnologías nunca llegaron a usarse a gran escala, claro, pero según aquellas cuentas ahorita mismo debíamos estar empleándolas para absorber más de 10 gigatoneladas de CO2 cada año, y todavía nos quedaría otro medio siglo de lo mismo. Un mundo de fantasía que les sirvió para creerse podrían quedarse en los 2ºC de calentamiento global y seguir viviendo igual unos años más.
Obviamente, nos siguió contando Rosario, la fijación de CO2 fue imposible de implementar dentro del capitalismo de libre mercado. Dentro del libre mercado es imposible dejar que quemar fósiles, porque quemar fósiles, si es posible, siempre es más rentable que no quemar fósiles. La consecuencia de limitar los modelos a lo que llamaban «posible políticamente» fue que, al ser inviables las propuestas aceptables, surgió lo «imposible políticamente», lo inaceptable, el colapso en menos de una generación de todas las democracias capitalistas. Se acabó un mundo de libre irresponsabilidad. ¡Puf! Fascismo por todas partes. También nos hizo echar unas risas contando anécdotas y citas de Trump, menudo personaje para el fin de la Historia. Nos contó cómo, tras el susto de Trump, Norteamérica consiguió «evitar» el fascismo (aunque cayó en la Supremacía) por no atreverse a imaginar nada más allá de la democracia representativa ni del capitalismo corporativista.
La última tanda de risas fue sobre cómo la Supremacía aún es Suprema, pero pues bueno, pues menos Suprema que antes, ¿no? Al haber perdido todo el comercio internacional, las corporaciones tienen bloqueado casi todo el poder que tuvieron. Desde hace décadas, las estrellas de la tele compiten por la presidencia, y cuando hay algún movimiento político verdaderamente dañino o algún político peligroso, o lo desactivamos los anarquistas, como ayudé a hacer yo con mi pastelazo (ovación espontánea a la «heroína»), o lo asesinan los fascistas.
También se pasó a lo personal. Nos contó, con voz temblorosa, su lectura favorita de infancia, «Los tambores», con el lema que le marcó de por vida «¡Dejamos esto! ¡Nos vamos a otro país!». La pasión por el viaje, el abandono, la fundación de una comunidad experimental, y también la importancia del contagio de La Idea, como algo irrenunciable en la vida. Y las ideas que sacó de su historia adolescente favorita: el cómic «While the world burns». El desprecio al reformismo, al autoengaño, a la irresponsabilidad, a la crueldad y a lo cruento. La importancia de la empatía, el compromiso y la sinceridad. Nos confesó también el efecto rebote que ha sufrido elle personalmente en malos momentos, cuando desespera de las dificultades de la organización colectiva y cae en el cinismo individualista. Me sorprendió enterarme de esas contradicciones internas suyas que no conocía.
Luego han platicado de temas más serios y más bajito. Parece que, muy paulatinamente, llevan un par de años penetrando al cuerpo de antidisturbios con propaganda revolucionaria. Según dicen están llegando al punto en el que un buen número se reconocerá como parte del pueblo, el día en el que la cosa se ponga seria. Empleando material recuperado, están perfeccionando esquemas para la construcción rápida de barricadas bastante resistentes empleando exclusivamente escudos, cascos, porras y bridas. Que no es tan resistente como otras barricadas más funcionales, pero que aportará un poderoso efecto psicológico de «¡que soy compañero!» ante quienes vayan a derribarlas.