Cultura
‘La caja roja’ de la Guerra Civil española
El libro 'La caja roja', publicado por la editorial Comanegra, recupera el trabajo del fotógrafo Antoni Campañà durante la Guerra Civil en Barcelona.
Seguimos escudriñando la Guerra Civil española porque en ella seguimos encontrando tantas respuestas como interrogantes sobre lo que somos como país, como sobre lo que somos como sociedad y seres individuales. Seguimos sumergiéndonos en las instantáneas que la retrataron porque fue el primer conflicto bélico en el que el fotoperiodismo empezó su divorcio de la fotografía propagandística bélica para convertirse en el oficio dirigido a registrar pruebas documentales: los negacionistas tendrían las alas mucho más amplias si solo conserváramos crónicas escritas de lo ocurrido. Seguimos queriendo ver cómo saltó todo por los aires porque, como advirtió Primo Levi sobre el Holocausto, “si ha sucedido, puede volver a suceder”. Y, de hecho, no ha parado de repetirse a lo largo de la historia de la humanidad.
Y una nueva obra nos permite seguir viendo nuestro reflejo en aquel espejo. La caja roja, de Antoni Campañà, editado por Comanegra, nos da a conocer por primera vez el trabajo cotidiano de este fotógrafo catalán sobre los tres años de la contienda en Barcelona. Tras cincuenta años escondidos en dos cajas en su garaje, una selección de aquellos 5.000 negativos nos permiten ahora algo poco habitual: apreciar, paso a paso, cómo la guerra transforma una misma ciudad y a sus habitantes: la polarización política previa, los curiosos observando las momias de monjas disecadas expuestas ante las iglesias, los civiles examinando las primeras barricadas, el entusiasmo de milicianos y milicianas –uno incluso marchando al frente con su perro en la mochila–, el multitudinario entierro del líder anarquista José Buenaventura Durruti, las expectativas de militantes independentistas cargando con sus esteladas, los escombros de los primeros bombardeos fascistas, la búsqueda de supervivientes, el traslado a los hospitales de los niños heridos, los grafitis propagandísticos de los leales a la II República, un motín de mujeres pidiendo el aumento de la ración de pan ante una Consejería… Y atisbar cómo los rostros son cada vez más tensos, angulosos y contritos, hasta llegar al paisaje tras la batalla: los restos de la retirada republicana en Portbou.
Pero Antoni Campañà Bandranas (Arbúcies, 106-Sant Cugat del Vallès, 1989) es en sí una figura que nos habla de la complejidad que hay tras el blanco y negro de sus fotografías. Este simpatizante de Acció Catalana Republicana, es decir, republicano nacionalista catalán de centroizquierda e intelectual, era también un católico practicante. Marcado políticamente por su trabajo documental de la Barcelona republicana, consiguió permanecer en su ciudad tras la victoria de los golpistas después de que un conocido limpiara su expediente. A partir de entonces, se volcaría en la fotografía deportiva y en su negocio de venta de cámaras. Evitaba hablar de política y de su trabajo durante la guerra, pero puso su vida en peligro al desobedecer la orden del régimen de entregar las fotos a Falange. Las mantuvo ocultas durante toda su vida, incluso tras la llegada de la democracia.
Ahora, gracias a su familia y a la labor del periodista Plàcid Garcia-Planas, al historiador Arnau Gonzàlez i Vilalta y el fotógrafo David Ramos, gozamos del privilegio de poder volver a aquellos años, desde una mirada que se posa en la vida ordinaria de la urbe, en la población civil que se convierte poco a poco en actor armado y en víctima de aquel laboratorio de la II Guerra Mundial; en la derrota de la democracia resumida en esas multitudes que dieron la bienvenida a las tropas fascistas con el brazo en alto. Entre ellas, muchos hombres y mujeres sonrientes que, seguro, intentaban ocultar así el terror que hacía temblar sus manos.
Desde 2019, el 5 de mayo es considerado oficialmente el Día de Homenaje a los españoles deportados y fallecidos en campos de concentración y a todas las víctimas españolas del nazismo. Más de 9.300 de nuestros compatriotas, de los cuales al menos 300 eran mujeres, sufrieron años de cautiverio en los campos de la muerte de Hitler.
5.500 de ellos perecieron en ellos de la misma forma que los judíos, los gitanos, los soviéticos, los testigos de Jehová o los homosexuales: en la cámara de gas, ahorcados, apaleados, en macabros experimentos médicos, devorados por los perros, de hambre, de todo tipo de enfermedades… Mauthausen y su letal subcampo de Gusen son el símbolo de la deportación española porque por ellos pasó el 80% del total: más de 7.500 hombres y mujeres. El resto se repartió por Dachau (756), Buchenwald (636), Ravensbrück, Bergen Belsen, Auschwitz, Flossenbürg, Natzweiler, Neuengamme, Sttuthof, Sachsenhausen
La documentación que se conserva en los archivos demuestra que estos hombres y mujeres acabaron en los campos nazis por obra y gracia de un triángulo político formado por Francisco Franco, Adolf Hitler y Philippe Pétain, el líder de la Francia colaboracionista. Sin embargo, en la graduación de responsabilidades el dictador español aparece destacado en primer lugar. (Las pruebas de la responsabilidad franquista en la deportación de españoles a campos nazis, a 75 años de su liberación – eldiario.es)
Es necesario conocer el pasado para comprender el presente y construir un futuro desde limpios y sólidos cimientos.
Aquella dicen que fué la generación más generosa de todos los tiempos.
En realidad por siempre serán los vencedores morales aunque en la práctica siempre acostumbren a vencer los que más poder económico y falta de escrúpulos tienen. Los grandes «capos».
A la democracia aún se la espera en este país, Patricia. No viene por decreto. Es valores y cultura.