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¿Vivir con menos?
El autor defiende el decrecimiento en los países más ricos por diferentes motivos
Tiene toda la razón Christian Felber cuando firma que «El confinamiento nos demuestra que sí somos capaces de vivir con menos». Evidentemente podemos vivir con menos. Por supuesto al hacer esta afirmación se está refiriendo a la mayoría de los habitantes del primer mundo. En el tercer mundo, millones y millones de personas necesitan imperiosamente ‘más’ para vivir de una forma mínimamente humana.
Y nosotros no solo podemos, sino que debemos vivir con menos. En primer lugar para que esa multitud de seres humanos que hoy se mueren de hambre, puedan comer. Y para que nuestros hijos y nietos puedan vivir en un mundo habitable tenemos que cambiar este estilo de vida que nos sumerge en la vorágine de un consumo insaciable. Un estilo de vida que, no se cansan de decírnoslo desde el mundo de la ciencia, lleva a nuestro planeta a un colapso ecológico.
¡Vivir con menos! El problema es ¿queremos vivir con menos? ¿Aceptamos vivir con menos? ¿Asumimos la necesidad de vivir con menos? Felber deja muy claro que eso no nos va a convertir en unos seres desgraciados: «Todos los estudios científicos demuestran que cuando renunciamos al exceso de consumo material para enfocarnos en la salud, en las relaciones, en la naturaleza intacta o la participación política, somos más felices. Por eso la renuncia material se convierte en mayor calidad de vida y en más felicidad, consumiendo menos, ganamos más».
Pero ocurre que esos estudios científicos los lee poca gente, y mucho menos los interiorizan y apuestan por llevarlos la práctica. Porque, sí son numerosos los estudios científicos que van en esta línea, pero quedan sepultados por la abrumadora publicidad que el sistema capitalista hace de su forma de vida, de su modelo de bienestar, de su camino hacia la felicidad.
Se calcula en 500.000 millones de dólares la cantidad que se invierte anualmente en publicidad de las marcas y los productos. Y no solo se trata de lo que específicamente se considera publicidad; la mayoría de los medios de comunicación, periódicos, revistas, televisiones… presentan el ideal de una buena vida burguesa como lo máximo a lo que podemos aspirar. Por no hablar de las revistas y los programas dedicados a la ostentación del lujo y el derroche que realizan famosas y famosos de todo tipo.
Todo esto tiene una explicación clara: nosotros no necesitamos vivir atrapados por un consumismo insaciable, pero el sistema capitalista sí lo necesita. El Roto, con su agudeza y contundencia habitual, lo expresaba en uno de sus chistes: «Lo innecesario es imprescindible». Lo innecesario para nosotros es imprescindible para que funcione la compleja maquinaria del sistema capitalista. Una maquinaria que ha llegado a ser una apisonadora de la vida.
Creo que mucha gente puede llegar a ser consciente de esta realidad, pero el atractivo del consumo está tan metido en el imaginario colectivo de nuestra sociedad que no resulta fácil escapar de esa cultura burguesa que nos envuelve. Para superarlo tenemos que ser capaces de imaginar un bienestar que no pase por el disfrute de cada vez más cacharros y más caros. Una alternativa a buscar la felicidad en el consumo.
Reflexionar sobre el camino hacia la vida feliz no es un tema nuevo en el pensamiento humano. Mucho se ha escrito y debatido sobre la manera de alcanzar a la esquiva felicidad. Ya Lucio Anneo Séneca comienza su breve tratado ‘Sobre la vida feliz’ con este párrafo: «Todos quieren vivir felizmente, hermano, pero al considerar qué es lo que produce una vida feliz caminan sin rumbo claro». Hasta que en esta secular búsqueda de la esquiva felicidad irrumpe el hombre burgués con una fórmula humanamente muy burda, pero clara y atractiva: La felicidad se vende, solo necesitas poder adquisitivo para comprarla. Cuanto más poder adquisitivo tengas, más podrás comprar.
Esta fórmula está llevando a la humanidad a la catástrofe. Afortunadamente hay otras fórmulas Lucio Anneo Séneca comienza su breve tratado Acerca de la vida feliz que no exigen la riqueza económica, sino la riqueza humana, los valores éticos de la persona, su sensibilidad, su sentido crítico, la sensatez ante los acontecimientos, el acierto en la orientación de su vida. Felicidad que no requiere competir para alcanzarla, sino todo lo contrario, cooperar, porque la moderna sicología coincide con los pensadores clásicos en que unas buenas relaciones humanas, cordiales, afectuosas son lo que más influye en una vida feliz.