Internacional
Burkina Faso: las grietas del principal bastión contra el yihadismo en el Sahel
Amanece un día más en la Dapoya, entre los llamados a la oración del imán de la Gran Mezquita. Este suburbio de Uagadugú, capital de Burkina Faso, cobra poco a poco vida tras la lluviosa noche. Rastafaris, puestos de comida ambulante, pequeñas tiendas, graffitis en memoria o pidiendo justicia para Sankara y artesanos callejeros van dando dan colorido a las embarradas calles de la zona.
La Dapoya es un conglomerado de edificios inacabados y derruidos, hogueras en las esquinas, pequeñas casas y chabolas donde se hacinan familias numerosas, hombres desocupados… Este barrio es una de las zonas más pobres del país y no tiene vista de mejora. El terrorismo yihadista esta azotando cada vez más fuerte a Burkina y la ya débil economía del país africano ha empeorado brutalmente.
En los últimos meses, Burkina Faso, uno de los países más pobres del mundo, pero más estables del Sahel, está sufriendo un goteo incesante de atentados y ataques terroristas. Son obra de grupos armados que actúan en el norte del país. Exactamente, en las porosas y desérticas fronteras con Malí y Níger, una de las regiones más pobres del mundo que está siendo el epicentro de una crisis sin precedentes.
Nadége vende artesanía tradicional elaborada por ella en las calles de Uagadugú. «Ya apenas vienen turistas a la capital, por culpa del terrorismo no vendemos nada y muchas veces es un sueño comer dos días seguidos» comenta con amabilidad. Pese a ello Nadége tiene la suerte de que «dos organizaciones españolas (Asociación Sansana y Gentinosina Social) compran cada seis meses grandes lotes de mis productos y con ese dinero puedo escolarizar a mis dos hijos y mi sobrina que está a mi cargo». Así puede sacar adelante a su familia, puesto que su marido apenas consigue trabajo. La tasa de paro en Burkina supera el 55%.
Ser artesano es lo más habitual en la zona, precisamente uno de los colectivos más afectados por el aumento de la inseguridad en el país. Burkina es famosa por su artesanía y su trabajo del bronce. Uno de los centros más famosos de ventas de estos productos en Uagadugú es el Jardín de la Amistad, un pequeño recinto ahora cerrado, en el que artesanos y músicos callejeros ofrecían sus trabajos a los escasos turistas, principalmente relacionados con la cooperación internacional.
Allí trabaja Imenga, un músico rastafari que durante el día vende su artesanía en madera, sobre todo instrumentos tradicionales de música africana, y algunas tardes y noches ejerce de músico en el Gran Bazar, el local de música en directo por excelencia de la capital. «Ahora con el Jardín de la Amistad cerrado por falta de demanda, ofrecemos nuestros productos en calles de alrededor del Jardín como podemos. Nos tiramos horas dando vueltas para ganar una miseria que apenas nos da para comer una vez al día», cuenta el artista.
«No hay turismo, la violencia del norte del país está sumiendo en la miseria a la gente», repite una y otra vez Imenga, mientras intenta convencer a un cooperante francés para que compre un cd con su música reggae. «En el 2014 todos los músicos y la gente de la calle arrimamos el hombro para echar al corrupto Campoaré. Arriesgamos mucho y el nuevo gobierno apenas mejoró la situación», recuerda el músico.
«La falta de expectativas para los jóvenes es el caldo ideal para que el mensaje de odio cale y la violencia aumente, hay mucha gente que no tiene nada que perder», afirma el músico mientras hace gestos a otro vendedor para que le traiga cambio. Hubo suerte y el cooperante francés ha comprado tres discos con su música.
La charla con Imenga nos recuerda la relación entre música y activismo, muy arraigada en esta parte de África, y los hechos que acontecieron en 2014. Una serie de revueltas ciudadanas triunfó y logró derrocar a Blaise Campore, que desde 1987 había dirigido con puño de hierro a la antigua colonia francesa. Este hecho fue conocido como la Revolución de los desposeídos.
La Revolución de los desposeídos
Los orígenes de la revolución datan de un año antes, cuando en 2013 un movimiento ciudadano fue tomando fuerza gracias a dos músicos: el rapero Smockey y el cantante de reggae Sams’K le Jah, se alzan como cabezas visibles de un colectivo denominado Le balai citoyen (La escoba ciudadana) con el fin de barrer del poder a Blaise Compaoré y denunciar el mal gobierno del país durante los 27 años de dictadura encubierta. El barrio de la Dapoya fue uno de los centros neurálgicos de la revolución que costó la vida a una treintena de personas.
La sociedad de Burkina restauró la democracia que perdió a finales del año 1987. Cuando Blaise Compaoré, militar y ministro de Justicia aquel año, dio un golpe de Estado que acabó con el asesinato del que fuera antiguo presidente del país, Thomas Sankara. El golpe fue auspiciado por Francia y Estados Unidos. El gobierno de Sankara fue un periodo marcado por el crecimiento económico y las reformas sociales a favor de los más desfavorecidos. Cambió el nombre del país, Alto Volta por Burkina Faso, que significa tierra de los hombres íntegros, intentando dar carpetazo final al pasado colonial francés.
La caída del turismo como fuente de ingresos
Burkina Faso según el economista Paul Colier es miembro del llamado «Club de la pobreza» junto a Chad, Malí, Mauritania y Níger. Estos cinco países tienen el dudoso honor de estar entre los 10 países más pobres del mundo. La economía de Burkina se fundamenta en la agricultura, la ganadería y en una pequeña industria minera relacionada con el oro. La otra fuente de riqueza era el turismo, que como en todo el continente se empezó a desarrollar de manera masiva a principios del siglo XX.
Una de las bases fundamentales para esta industria del turismo era la seguridad que durante muchos años hubo en Burkina. Hasta el 15 de enero de 2016. Cuando tres hombres armados con rifles atacaron el restaurante Cappuccino, y el Splendid Hotel en el centro de Uagadugú. La zona era un lugar donde se reunían habitualmente cooperantes, soldados franceses y estadounidenses, miembros de la ONU y diplomáticos locales.
En el atentado fueron asesinadas 30 personas y unas 50 resultaron heridas. Un total de 176 rehenes fueron liberados del hotel en un contraataque de las fuerzas de seguridad locales apoyadas por franceses y estadounidenses. Durante la operación de rescate fueron abatidos los tres terroristas. El ataque fue perpetrado por el batallón Al Murabitun que se sumó a Al Qaeda del Magreb Islámico en diciembre de 2015.
La cónsul de honor de Burkina en España, Karidia Friggit, nos relata como vivió los hechos. «Fue traumático para el país, Burkina es un sitio pobre pero históricamente tranquilo, aquí las diferentes etnias y religiones hemos convivido pacíficamente» explica la cónsul. Además, Friggit remarca que «no estábamos acostumbrados a este tipo de violencia que veíamos en países vecinos como Malí».
«Para remontar esta situación hemos intentado venir con más frecuencia a estos locales para mostrar a los terroristas que no van a cambiar nuestros hábitos», sostiene Karidia con rostro serio y recordando que un año y medio después el terrorismo yihadista volvió a atacar en la misma calle asesinando a una quincena de personas.
La cooperación internacional como soporte económico del país
Tras la visita a la cónsul en el Café Cappucchino volvemos a la Dapoya, al hotel Rosa de Arena. Allí nos espera uno de los pocos guías turísticos del país, Boubacar Kambou, que también es presidente de la contraparte local de la ONG Asociación Escuela Sansana, entidad que tiene su matriz en Madrid y que está enfocada a la construcción de escuelas en Burkina. Además, Kambou colabora con Gentinosina Social, una entidad sin ánimo de lucro que intenta dar voz a los colectivos más vulnerables y que tiene varios proyectos relacionados con el emprendimiento de mujeres en el país africano.
Boubacar conoce bien el día a día del país, que ha recorrido cientos de veces enseñando a sus clientes. «La violencia yihadista de la región norte del país ha arruinado a una industria como el turismo que hace cuatro años era incipiente», indica Bouba. «En el norte están parte de nuestras mayores riquezas culturales y ahora es una zona de guerra, nadie puede ir allí«, asegura Kambou. Según Bouba muchas de las personas de esa zona sobreviven gracias a la cooperación de diversas ONG internacionales.
Y es que el conflicto se ha cobrado ya más de 6.500 muertos en la zona del Sahel y 2.200 concretamente en Burkina desde 2016 –600 en 2019–. Además, al terrorismo yihadista hay que sumar las tensiones interétnicas en el país entre los peul y los dogón. Los peul son pastores y cercanos a los tuaregs de religión musulmana. Los dogón, agricultores, en su mayoría cristianos y animistas.
«Durante los últimos tiempos el país ha sobrevivido en parte al turismo con viajes por la zona sur del país, aprovechando las riquezas naturales y animales de la zona, visitando las antiguas ciudades de Bobo y Tiebelé. Pero tras el aumento a finales del 2019 de los ataques en el norte el miedo se ha extendido y ya no viene nadie«, según relata Kambou.
Las cifras de la crisis se han desbordado desde 2019, y a los muertos citados anteriormente, hay que sumar 300.000 desplazados por el conflicto: dos millones en total en el Sahel. La mayoría de estos refugiados burkinabeses son de la zona norte del país, donde la vida se ha paralizado y cerca de 1.000 escuelas públicas cerraron. Todo esto, sumidos en una hambruna severa que afecta a más de un millón y medio de personas en el norte y centro de la antigua colonia francesa. La pandemia de COVID-19 puede subir esta cifra hasta los 5 millones en el Sahel, según ha advertido la ONU.
En la actualidad los únicos viajes turísticos que Boubacar realiza son los de algunos voluntarios y cooperantes que vienen de España. «Yo siempre insisto que el sur del país es un lugar seguro, pero la gente tiene temor y no quiere venir», lamenta el guía. Como presidente de la filial local de la ONG española Escuela Sansana, Boubacar se dedica a la «escolarización de los niños y niñas», que considera fundamental porque «una buena educación les alejará de los extremistas religiosos», apunta.
A Boubacar le preocupa la proliferación de escuelas coránicas en su país. El aumento de la pobreza desemboca en que muchos padres y madres se vean obligados a abandonar a sus criaturas, que terminan vagando por las calles de Burkina sin rumbo, ni comida ni escuela a la que ir. «Cada vez hay más escuelas coránicas, los niños mendigan para ellos y por la tarde estudian el Corán, interpretando el libro de una forma radical muchas veces, y desarrollando una dependencia hacía los maestros», asegura Kambou con rostro serio. «Los niños hambrientos son muy manipulables y fáciles de convencer para hacer locuras cuando crecen», afirma el guía. «Es necesario que la cooperación al desarrollo haga incidencia en estos colectivos abandonados por nuestro gobierno», advierte Boubacar.
Según datos de la ONU, el Sahel pasará de los 80 millones de habitantes actuales a 120 en 2050. La mayoría de ellos ya se encuentran en situación de pobreza extrema, un caldo de cultivo ideal para los diferentes grupos yihadistas que operan desde 2012 en la zona del Sahel y el lago Chad. Hasta 2016 Burkina Faso era un territorio seguro y un bastión para las fuerzas internacionales de paz, en su mayoría francesas.
Bouba no entiende la retirada de Europa de la región. «Burkina es el único bastión decente para luchar contra el yihadismo en el Sahel, necesitamos ayuda para paliar la hambruna y medios materiales para combatir a los grupos terroristas del norte» afirma con fuerza. En el país operan Ansarul Islam, un grupo terrorista autóctono, así como el Grupo para el Apoyo del Islam y los Musulmanes (JNIM), una organización yihadista que aglutina a otras cuatro, entre ellas Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y Al Murabitún. Y en menor medida, Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS).
El Sahel es una de las fronteras transnacionalizadas de la Unión Europea, por la que pasan muchas de las personas migrantes que intentan llegar a su territorio por la frontera sur. Precisamente por este cierre de fronteras, en los últimos años han proliferado las mafias dedicadas al tráfico ilegal de las personas migrantes y drogas, y con vínculos en algunos casos con el terrorismo. «Europa se arrepentirá si los violentos toman el control a las puertas de su continente», concluye Boubacar mientras la noche cae en las embarradas calles de la capital.
Que en tiempos como los que vivimos, en los que nos quejamos por todo lamentándonos por nuestra suerte, nos den un bofetón de realidad y nos recuerden que vivimos en el lado afortunado del mundo. Se agradece profundamente.
Enhorabuena por el reportaje, merece la pena leer y aprender sobre lo que es la realidad.
Gracias por dar visibilidad a países a historias de personas que de otro modo nunca llegaríamos a conocer ni oír.
http://www.gentinosina.com/colabora.html
http://escuelasansana.org/?page_id=218