Análisis
Hacer de la necesidad virtud para reconstruir la Unión Europea (9)
''La UE se encuentra en un punto crucial en el que, como 'Hamlet', debe plantearse su 'ser o no ser' ante la pandemia y sus consecuencias socioeconómicas''.
Este es el noveno texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.
La Unión Europea, tras el Brexit, se encuentra en un punto crucial en el que, como Hamlet, debe plantearse su ser o no ser ante la crisis de la pandemia y sus consecuencias socioeconómicas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en 1951 se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), semilla del nacimiento, en 1957, de la Comunidad Económica Europea (CEE) y, más tarde, en 1992, de la Unión Europea. Un complejo camino que buscaba construir un futuro de paz en el continente que había promovido más guerras en el mundo y que las había vivido en propia carne. La estrategia se basaba en compartir relaciones comerciales e intereses económicos.
En realidad, ya desde el siglo XIX, hay antecedentes europeístas con un profundo calado ético y político, como el representado por el socialista utópico Henri de Saint-Simon o por el mismísimo Víctor Hugo, promoviendo una Europa Federal y Democrática que hiciera progresar la paz. La idea creció tras la Primera Guerra Mundial, sobre todo en Francia, donde el propio Primer Ministro, Aristide Briand, la defendió. Pero los Acuerdos de Versailles, criticados por la Liga de Mujeres por la Paz y la Libertad -WILPF (1919), imponiendo condiciones humillantes y ruinosas para Alemania, harían crecer el apoyo popular y de las élites económicas a Hitler, creando las bases que abocaron a la Segunda Guerra.
Con el tiempo, la estrategia basada en la motivación económica, aunque funcionó en un principio, fue demostrándose insuficiente. Faltaba alma social, política y cultural. Ello llevaría a los Tratados de Maastricht (1992) y Lisboa (2007) en los que se comprometía la creación de un espacio de libertad, seguridad y justicia común, más allá de los intereses comerciales y económicos. En esta línea, se crearon los Fondos de Cohesión con el fin de reforzar la cohesión social, económica y territorial de la UE, fomentar el desarrollo sostenible y reducir las diferencias socioeconómicas entre los Estados de la UE.
En 1995 entró en vigor el Tratado de Schengen que borraba fronteras interiores, y en 2002 emergió el Euro. En 2012, Dur?o Barroso, presidente de la Comisión Europea, defendió incluso la creación de una Federación de Estados-nación en Europa. Sin embargo, ya por entonces, las políticas mal llamadas de austeridad, como base para afrontar la crisis económico-financiera del 2009, habían condenado al fracaso ese pretendido federalismo europeo. Previamente, desde 2004, la apresurada entrada de los países del Este, guiada por el afán político de separarlos de Rusia y, sobre todo, de ampliar el espacio de negocio de las grandes multinacionales y bancos europeos, introdujo, no sólo complejidad, sino, sobre todo, profundas contradicciones políticas.
Así, el propio argumento económico que vertebró la estrategia europeísta en un principio, en manos de las élites neoliberales, nos ha traído al punto crítico en el que estamos. Tanto la entrada apresurada e inmadura de los países del Este, como la creación del Euro sin una política fiscal común, o cuando menos coordinada entre los diversos estados y, sobre todo, la estrategia de austeridad, basada en recortar derechos y recursos a la gente para rescatar a los bancos, auténticos responsables de la crisis, han sido las claves que nos han traído a la actual encrucijada en la que la UE debe plantearse su ser o no ser.
Hoy, en la antesala de una nueva gran crisis, de envergadura probablemente superior a todas las vividas hasta la fecha, es preciso, de entrada, reconocer el claro fracaso de la UE en la anterior crisis. Hoy resulta evidente la creciente desafección popular hacia esa UE que dejó de hablar de Fondos de Cohesión para rescatar bancos y enviar hombres de negro a los países más pobres, los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España). Una UE que rechaza refugiados que huyen de la guerra y el hambre, que relativiza los derechos humanos y en la que se vuelven a levantar fronteras, al tiempo que crece el patriotismo neofascista por doquier.
En este contexto, la pandemia que no respeta fronteras ni condición social, nos coloca ante un reto que puede ser al tiempo una gran oportunidad: la de hacer de la necesidad virtud y atrevernos a afrontar esta crisis de forma radicalmente distinta, sobre base de principios de solidaridad, sin dejar por el camino a los más débiles. La oportunidad de retomar las mejores ideas que inspiraron esta aventura apasionante, sin precedentes en el mundo, debería basarse hoy en la emergente Teoría Monetaria Moderna (TMM).
Será preciso priorizar el impulso de esa Europa deseada sobre la base de las capacidades monetarias y fiscales que tenemos, más que sobre los mercados de deuda. Ello supone, eso sí, atreverse a reestructurar la arquitectura del euro y preparar una especie de Gran Acuerdo Verde Europeo, en línea con los grandes retos del cambio de época que vivimos, como propone Bernie Sanders en EEUU. Mancomunar la deuda, como apuntan los gobiernos de España, Italia, Portugal e incluso Francia, siendo un paso positivo, sería insuficiente, dada la envergadura de la crisis. Será necesario apoyarse en la monetización de parte de esa deuda, como de hecho ha anunciado ya el Banco de Inglaterra en Reino Unido.
Pero, para todo ello, ante todo, tendremos que volver a soñar e ilusionarnos con esa Europa Confederal o Federal, defensora de los derechos humanos y de la paz, sobre la base de esos principios de libertad, fraternidad/sororidad e igualdad en la diversidad que necesita el mundo ante retos como esta pandemia o la crisis climática, en la antesala del cambio de época que se perfila.
Pedro Arrojo Agudo es profesor emérito de la Universidad de Zaragoza