Entrevistas
“La OMS anticipó una Enfermedad X para que estuviéramos preparados. Y no nos lo hemos tomado en serio”
Luis Suárez, biólogo y zoólogo de formación y jefe de Conservacionismo del Fondo Mundial para la Naturaleza en España, lleva años intentando concienciar sobre el problema.
Explicaba el economista ecuatoriano Alberto Acosta en Reencuentro con la Madre Tierra, tarea urgente para enfrentar las pandemias, que “esta no surge de la nada, no es el producto de un simple complot. La pandemia del Covid-19 nos confronta con una realidad que se ha venido deteriorando aceleradamente desde hace unas siete décadas por lo menos, pero aún con más brutalidad en el último tiempo. No podemos volver a la normalidad porque la normalidad es el problema. En realidad, se trata de una anormalidad producida por el capitalismo”. Una anormalidad potenciada por la voracidad consumista a costa de la destrucción del planeta y por la alteración del equilibrio de la biosfera en nuestro afán de explotar y dominar la naturaleza.
Aunque cueste aceptarlo, es el cuento del lobo hecho realidad, donde el pastor es el ecologismo que lleva años advirtiendo de las consecuencias de la insostenibilidad, del cambio climático y de la destrucción de especies sobre el planeta. Luis Suárez (La Coruña, 1969), biólogo y zoólogo de formación y jefe de Conservacionismo del Fondo Mundial para la Naturaleza en España, lleva años intentando concienciar sobre el problema: su reciente informe Pérdida de la Naturaleza y Pandemias es un puñetazo en el estómago del negacionismo y una alerta sobre las nuevas pandemias que se abatirán sobre los seres humanos.
“El planeta es una biosfera perfectamente organizada, donde todo tiene un equilibrio hasta que la acción del hombre hace saltar ese equilibrio por los aires”, explica en el informe. Consecuencia de ello es que un millón de animales y plantas, huéspedes de microorganismos, estén hoy en peligro de extinción, “un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad”. Esos patógenos buscarán el abrigo de nuevos huéspedes, y los humanos somos los más numerosos candidatos dado que estamos acabando con el resto de especies.
Una de las primeras imágenes que nos dejó el confinamiento fue el regreso de los animales a núcleos urbanos, la recuperación de sus espacios naturales, pero no hubo análisis más allá de la mera sorpresa. ¿Cómo hay que interpretarlo, habida cuenta de que la extinción de especies por la destrucción de sus hábitats está en el origen de la pandemia?
Esta crisis sanitaria está muy relacionada con la alteración del equilibrio natural del planeta. A veces pensamos, sobre todo cuando vivimos en núcleos urbanos, que esos ecosistemas no tienen nada que ver con nosotros, pero somos elementos más de un conjunto y, cuando lo alteramos, nos acaban afectando. Algo que podría parecernos lejano, como el tráfico ilegal de animales o la destrucción de una selva lejana, nos afecta. Esta crisis está muy relacionada con la destrucción de la naturaleza y el cambio climático. Si alteramos los espacios naturales, si traficamos con especies o tenemos un modelo de producción de alimentos agresivo e irracional y eso se suma a una subida de la temperatura del planeta, se produce lo que estamos sufriendo.
Ha habido avisos en forma de epidemias anteriores como el SARS o el MERS, y esto es un escalón más. La OMS ya advirtió (en 2018) de la posible aparición de una Enfermedad X, una pandemia mucho más impactante que la actual, equiparable quizás a la capacidad de propagación del Covid-19 con la letalidad de un Ébola, y eso sí me ha impactado. La OMS, que recopila las enfermedades mundiales, ha documentado más de 200 zoonosis, es decir, enfermedades que saltan de un animal al ser humano, pero desde hace unos años su incidencia es cada vez mayor. Si en los últimos 40 años equivalían al 70% de las enfermedades que afectan a los humanos, en la última década ha aumentado al 75%, es decir, tres de cada cuatro enfermedades son de origen animal. La OMS, en su función de advertir y prevenir, advierte de esa hipotética Enfermedad X para que tengamos las alertas preparadas y permitir que los países puedan reaccionar. El Covid-19 pone de manifiesto que no nos lo hemos tomado en serio.
Los patógenos forman parte del ecosistema y a más especies, más dispersos y por tanto menos contagiosos. Al invadir y destruir los hábitat para explotarlos, entiendo que los virus buscan nuevos huéspedes. ¿Mutan en ese salto o mantienen su identidad original en la nueva especie? ¿Se hacen cada vez más volátiles a medida que se extinguen las especies?
Puede ocurrir que, en el salto, un virus no tan virulento reaccione con el nuevo organismo de forma más agresiva y también puede mutar, porque están en constante proceso de modificación para sorprender las defensas de sus huéspedes. El elemento fundamental es el incremento de capacidad de transmisión porque ahora estamos más en contacto con la naturaleza. A medida que destruimos bosques o selvas es más fácil entrar en contacto con sus animales, y a eso se suma que estamos reduciendo el conjunto de animales, cada vez hay menos especies y menos ejemplares de cada una de ellas, lo cual incrementa la capacidad de los patógenos de entrar en contacto con nosotros.
Si hay muchos animales, muy distribuidos en una superficie muy vasta, se produce el fenómeno de la dilución, lo que implica que el virus no tiene apenas impacto porque su capacidad de transmisión se ve rebajada. Al concentrar estas especies en pequeños espacios y reducir su número, y entrar en contacto con ellos, se multiplica la capacidad de contacto y de contagio a humanos. No sabemos muy bien el origen del Covid-19, pero el SARS pasó de un murciélago a la civeta (apodados gatos-comadrejas) de las palmeras, y de ahí al ser humano. Fue un contacto probablemente sucedido en un mercado de animales vivos. Parece que el MERS tuvo un comportamiento similar. El problema es que se está simplificando de forma dramática el proceso de transmisión. El tráfico y la venta ilegal de especies implica que estos saltos sean cada vez más rápidos.
¿Cómo afectan desastres como los incendios del Amazonas y de Australia, dos tragedias que han acabado con cientos de miles de animales, a la propagación de zoonosis?
De un incendio es muy complicado que salten patógenos al exterior, pero sí afectan de otra forma. Los incendios destruyen el hábitat, de forma que los ejemplares supervivientes se concentran en las pocas hectáreas no destruidas, donde los seres humanos es muy posible que entremos para cortar madera o desarrollar otro tipo de actividades, lo cual implica una concentración y una transmisión mayor. Hay que pensar en la presión que estamos poniendo sobre estas especies y sus hábitats. Cada vez somos más personas y la demanda de alimento es brutal. Se están capturando muchos animales salvajes, en proporciones mayores respecto a años atrás, y además se trasladan por todo el mundo: animales capturados en África que son llevados a Asia (donde la demanda es muy alta) en contenedores y condiciones deplorables, y, como todo ser vivo, el estrés que padecen reducen sus defensas y eso incrementa la capacidad de los patógenos de hacer daño. Creo que estamos poniendo todos los ingredientes para que se expandan cada vez más todas estas enfermedades.
La extinción de especies por la acción del hombre y nuestro sistema neoliberal de consumo es abrumadora: en el informe señalan que el planeta ha perdido un promedio del 60% de las poblaciones de vertebrados en poco más de 40 años (1970-2014). En Asia, la alteración de los hábitats naturales es muy visible con la deforestación y la construcción de presas y otros proyectos relacionados con la explotación de recursos acuíferos o minerales. También ocurre en África. ¿Explica eso que la mayor parte de epidemias hayan surgido en los últimos años en esos dos continentes, donde una ingente actividad industrial responde a los intereses de China y de Occidente?
Sin duda. El mayor ejemplo es el tráfico de especies, global en todo el mundo, pero sabemos que los principales flujos se dan de África a Asia. China y las economías emergentes del sureste asiático demandan todo tipo de productos, desde madera legal o ilegal a especies comerciadas o traficadas, y esos productos terminan apareciendo en Europa o EEUU. Una economía que quiere crecer rápidamente no piensa en las consecuencias de su explotación incontrolada ni cuida el país objeto de su explotación: una vez que termina de hacerlo, se marcha a otro para hacer lo mismo. Ese modelo de economía de explotación rápida está detrás de todo esto; si se hiciera de forma más sostenible no tendríamos ese impacto tan negativo sobre la biodiversidad. Por supuesto necesitamos recursos, pero se pueden obtener de muchas formas.
Señalan el tráfico de especies como otro elemento imprescindible para comprender la propagación de zoonosis. Imagino que debe combinarse con otros elementos como la globalización, que puede llevar esos patógenos desde el mercado de animales de Wuhan o del triángulo de oro de Laos a Madrid. ¿Qué parte de culpa tienen nuestros hábitos de movilidad, muy diferentes en países industrializados a los de países no industrializados?
Contribuyen sin duda porque la capacidad de movilidad se ha disparado. El flujo es brutal y es rapidísimo, y contribuye a la dispersión de problemas y de soluciones. Esa movilidad facilita buscar lo que no tenemos en otros entornos. Siempre pongo el ejemplo de los pangolines, una víctima del tráfico: es el mamífero más castigado del mundo con 100.000 ejemplares masacrados cada año. Hay ocho especies de pangolines en el mundo, cuatro en África y cuatro en Asia. Las asiáticas están al borde de la extinción o han desaparecido por la ansiedad a la hora de consumirlas, y ahora se están traficando las especies africanas en condiciones deplorables pero muy rápidas. Y otro problema es la llegada de especies exóticas invasoras, porque no podemos tener control sobre especies que llegan muchas veces de forma involuntaria gracias a ese trasiego constante de mercancías de un lado al otro del mundo. Creo que hay que poner un poco de raciocinio en nuestra movilidad.
El cambio climático es otro elemento de peso, de hecho lo califican como el super-amplificador. ¿Qué ocurre con los virus desconocidos contenidos en el permafrost, ahora que esa capa de hielo se está derritiendo? Entiendo que ha habido más brotes de coronavirus y que se comportan de una forma similar, provocando neumonías atípicas agudas, pero si se liberan en la atmósfera patógenos de hace miles o millones de años de antigüedad, todo hace pensar que su devastación puede ser total porque podrían provocar enfermedades totalmente desconocidas. ¿Hay investigaciones en marcha?
Hubo una investigación en un glaciar de China y en esas capas de hielo profundas se hallaron 33 especies de virus de los cuales 28 resultaban completamente desconocidos para la ciencia, porque llevan miles o millones de años enterrados. El problema es que, en cualquier momento, si el aumento de temperatura que está sufriendo el planeta sigue derritiendo el hielo, pueden ir liberándose y entrar en contacto con los seres humanos con consecuencias desconocidas. Puede sonar a ciencia ficción, pero es una realidad. En estas últimas semanas sí se ha sabido de investigaciones científicas que estudian distintos virus en distintos tipos de fauna que pueden funcionar como transportadores o vectores y facilitar el salto a los seres humanos pero, en el caso del hielo, no sabemos qué hay escondido e investigarlo es mucho más complicado. Si sigue subiendo la temperatura, no solo hay esperar una crecida del nivel del mar sino también impactos colaterales como el que mencionamos.
Los núcleos urbanos densamente poblados, al tener suburbios con condiciones higiénicas deficientes, son considerados escenarios de potenciales enfermedades. ¿Se debería replantear los sectores económicos para potenciar el regreso al mundo rural, no solo para vivir mejor y ahorrar más sino también para mantener la salud?
No se trata de volver atrás, pero es un hecho que estar concentrados en núcleos urbanos densamente poblados y no necesariamente salubres –porque cuando vives en Europa se piensa que todo está organizado, pero todas las ciudades tienen sus chabolas y eso, proyectado a Asia o África, implica esa degradación muchísimo mayor– representa un riesgo evidente. No sé si la solución es fomentar el regreso al mundo rural, pero el éxodo continuo del mundo rural al urbano implica el abandono del campo, donde sigue habiendo necesidad de trabajar y explotar materias primas y generar alimentos, y también concentrarnos en grandes ciudades con los problemas de contaminación, gestión de recursos y todas las injusticias sociales que eso conlleva. Seguramente sea un modelo que hay que replantearse, pero es una apuesta política que no se está adoptando.
En el informe se denuncia que la forma en la que los animales de granja son criados en las producciones intensivas, con muchos ejemplares de una misma especie hacinados en espacios reducidos, contribuye también a la posible expansión de enfermedades porque reduce la respuesta inmune y aumenta la tasa de transmisión. Pensaba en esas producciones animales como sectores muy controlados por las autoridades sanitarias.
En Occidente hay verdadera obsesión por el control veterinario, para evitar que salten enfermedades de la fauna salvaje a la doméstica. De hecho, uno de los problemas actuales en España es la peste porcina porque somos uno de los principales productores de carne de cerdo. Un contagio implicaría cerrar esas granjas, y muchas veces la solución es atiborrar a los animales de antibióticos, pero eso genera bacterias superresistentes. La obsesión por el control por parte del ser humano nos lleva a situaciones complicadas, y se crea una sensación de control falsa porque es imposible controlar la naturaleza, máxime cuando tenemos una naturaleza alterada. Ahora bien, ¿por qué esas enfermedades vienen de otros países? Porque no aplican nuestros estándares de control, pero hay que contar con que vivimos en un mundo globalizado así que podemos hacer los esfuerzos que queramos en España o en la UE porque si el problema se produce en otro lugar, nos va a terminar llegando.
Leí en En Tiempos de Contagio que el crecimiento del agujero de la capa de ozono se ralentizó una vez que la humanidad tomó conciencia del peligro de los gases en los aerosoles contenidos en las lacas, tan comunes en los años 80. Decía su autor, Paolo Giordani: “Cambiamos de peinado y se solucionó el problema”. Quizás sea una simplificación, pero sí sorprende que sea fácil tomar conciencia de problemas tan graves (el respeto del confinamiento lo demuestra) y nos cueste tanto ver que la destrucción del planeta pone en peligro nuestra existencia. ¿Cree que la pandemia ayudará a promover la sostenibilidad?
Desde hace dos décadas llevamos advirtiendo sobre el problema del cambio climático, y se nos ha acusado de alarmistas e incluso de tener intereses personales. La ciudadanía y los políticos han empezado a actuar cuando nos ha empezado a afectar en forma de tormentas brutales o incendios pavorosos, es decir, cuando el impacto se ha vuelto contra nosotros. Por fin nos hemos dado cuenta de que ya está aquí, y creo que con esto pasará igual aunque quizás ocurra más tarde porque la relación causa-efecto nos parece lejana. Nos estamos dando cuenta de que todo nos afecta, aunque sean problemas lejanos. Es importante tomar conciencia de que la salud del planeta es imprescindible porque de ella depende nuestra propia salud, y si alteramos sus equilibrios naturales nos acaba afectando. Creo que la sociedad sí se está moviendo en ese sentido, y que los políticos tendrán que responder a esa preocupación.
La economía de mercado nos aboca a las pandemias, porque mientras tengamos esa necesidad de consumir cada vez más y eso nos lleve a invadir más hábitats, el control establecido por la naturaleza se descompensa. Pero es muy complicado concienciar de que hay que moderar el consumo, porque tenemos una economía basada en el consumo. Y muy poca gente va a querer renunciar a un modelo de vida. ¿Qué solución hay?
El consumo es un arma muy poderosa en manos de cada uno de nosotros, porque todos consumimos a diario y tenemos poder de decisión sobre el mismo. Ahora bien, ¿es necesario consumir todo lo que consumimos? Creo que el confinamiento nos demuestra que podemos vivir con mucho menos y que hay cosas más importantes que las propiedades, como nuestros seres queridos. Reducir el consumo y llevarlo a lo esencial es fundamental, y eso debe aplicarse también a los viajes. No es lógico volar a un destino por menos de lo que te cuesta la compra. ¿Es imprescindible nuestra obsesión por coleccionar fotos, o por reunirnos en persona cuando esta situación demuestra que lo podemos hacer por videollamada? Por otro lado, hay que pensar qué consumir, y tratar de consumir cosas que garanticen la sostenibilidad. Tenemos que pensar de dónde viene lo que compramos, cuántos kilómetros recorre para que lo podamos comprar y en qué condiciones se ha producido, porque no hay por qué consumir ciertos productos aunque estén a nuestro alcance. Deberíamos buscar una forma de llegar a una sociedad de menos consumo, que pague más por menos productos en vez de menos por muchos productos. Implica un sacrificio personal, pero hay que ser conscientes de que tenerlo todo hoy puede implicar perderlo todo mañana. Y quizás lo veamos nosotros, porque el proceso es mucho más rápido de lo que creíamos. Debemos interiorizar ese mensaje y aplicarlo en el día a día, de forma individual, en lugar de delegar en la clase política.
Explican en el informe que las zoonosis, el salto de las enfermedades de animales a humanos, han determinado el curso de la Historia, entre ellas la peste bubónica que mató a la tercera parte de la población europea. Otras han sido la rabia, el ántrax, el Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS), el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS), la fiebre amarilla, el dengue, el SIDA, el ébola… Por eso sorprende mucho que la pandemia, pese a los avances científicos, haya tomado a los países occidentales desprevenidos, pese a que las últimas epidemias se produjeron pocos años atrás. ¿Qué ha ocurrido para que se haya abandonado la prevención sanitaria y la investigación científica como prioridad?
Creo que ha habido una falsa sensación de seguridad porque las anteriores zoonosis no se convirtieron en pandemia, y nos hizo pensar que todo estaba bajo control. Esta pandemia pone de manifiesto que los sistemas de control y respuesta no son tan potentes como pensábamos. No estábamos preparados para una verdadera pandemia. Los casos anteriores se controlaron razonablemente rápido y quedaron acotados a nivel local, pero esta vez no es así. Hay que asumir que no solo se va a quedar esta enfermedad, sino que pueden surgir más.