Opinión

The new feminist normal

"Los pactos de estado deben hacer frente a la crisis económica incipiente, atajar la pobreza y la precariedad estructural. También llegar a lo micro, hacer vínculos estratégicos e ir más allá", escribe la autora.

Un niño camina junto a su madre en Barcelona durante la crisis del coronavirus. REUTERS / NACHO DOCE

‘The new normal’ dijo la académica estadounidense en un encuentro virtual de los que comenzaban a ser habituales hace ya un mes. La nueva normalidad ahora es el marco a conquistar. Que un tiempo de dolor, aislamiento, ansiedad, cansancio y pena resulte en una oportunidad para el cambio social es casi tan extraño como esta inédita cotidianidad. El feminismo debe ser pieza clave para construir la nueva normalidad. ¿Qué ocurre en la gestión de la emergencia y hacia dónde orientar la necesaria reorganización social? 

Tomarle el pulso a la pandemia: minuto y resultado de la gestión 

En paralelo a las actuaciones de urgencia sanitaria, el diagnóstico social y económico de lo que sucede en esta vorágine debe llevarse a cabo desde una perspectiva de género que incorpore sus claros impactos de clase y de origen, así como otras posibles desigualdades amplificadas por la pandemia. Hay que situar la vida en el centro a cada paso, desde un prisma interseccional, no dejar a nadie en el camino y sobre todo, que no se dé ni un paso atrás. 

ONU Mujeres, a partir de los conocimientos generados por otras crisis sanitarias, definieron en febrero varios ámbitos de actuación ante el coronavirus. Entre ellos, destacaban aspectos esenciales de la transversalidad de género, a saber: el desglose estadístico por sexo –que en casi todas nuestras administraciones tardó mucho en llegar–, la incorporación sistemática del género en todas las respuestas y asignaciones presupuestarias y el garantizar que la voz de las mujeres –en su diversidad– sea tenida en cuenta en la toma de decisiones. Además, a estos puntos, y de forma novedosa e incipiente, hay que sumar los liderazgos de algunas mujeres en primera línea de la gestión contra la pandemia que están siendo ejemplos de formas menos jerarquizadas, más empáticas, más democráticas y por lo general también más efectivas. Por el contrario, la inacción de algunos gobiernos ante las residencias de personas mayores o las instrucciones sanitarias limitando el acceso a recursos sanitarios de antemano se encuentran en las antípodas de una gestión humana de lo que ya es de por si una crisis encarnizada. 

Gran parte de las instituciones parecen haberse tomado en serio la advertencia del incremento de las violencias machistas en confinamiento, realidad que seguramente no se pueda dimensionar en su magnitud hasta el desconfinamiento. Ojalá los esfuerzos sean suficientes y en la dirección adecuada, ya que en el Estado español el aumento actual del 47% en las llamadas al 016 respecto al mismo período del 2019 augura poco bueno. ¡Cuidado con el ciberacoso! ONU Mujeres también solicita que se aseguren los derechos sexuales y reproductivos durante la emergencia, con poco éxito en lugares donde tienden al recorte de la interrupción voluntaria del embarazo a la primera de cambio como Polonia y algunos estados de EEUU. No hay datos de nuestro contexto, hay que permanecer alerta. 

La tardía desagregación por sexo de las estadísticas indica que la mortalidad por COVID-19 es mayor entre los hombres, parece que por un sistema inmunitario más débil y por comportamientos de una masculinidad de riesgo. Mientras las mujeres aguantan mejor el envite, también están más expuestas ya que, excluyendo el transporte de mercancías y los cuerpos y fuerzas de seguridad, conforman la mayoría de los sectores que están en la atención directa de la crisis: el personal sanitario y social –76,9 %–, las cajeras y reponedoras de los supermercados –65%–, las cuidadoras –85%–, las trabajadoras de las residencias de personas mayores o las limpiadoras –más o menos el 90%–. Muchas de estas ocupaciones, por feminizadas, contemplan las condiciones laborales más precarias, son las más infravaloradas, mal pagadas e invisibilizadas. ¿Han recibido equipos de protección adecuados? ¿Acaso han podido conciliar? ¿Bastan los aplausos a las 8?  

Crisis económicas anteriores también sirven para apreciar si se están desplegando las estrategias necesarias para mitigar las desigualdades económicas de género de la COVID-19 y si las resistencias de las mujeres cuentan con el suficiente apoyo institucional. Tal y como sucedió en 2008, el pasado mes de marzo, mientras el desempleo masculino aumentó un 13,26%, el incremento del femenino fue tan solo del 6,5%. No hay que confiarse: hay medio millón más de mujeres que de hombres en paro en las estadísticas oficiales y estas no recogen cerca de un millón de mujeres más sin contrato, sin acceso a prestaciones, sin derechos. 

Reformular para transformar 

A pesar de que nos encontramos todavía –y por bastante tiempo– en fase de contención de la emergencia sanitaria, se hace imprescindible comenzar a definir la resolución, es decir, diseñar la nueva normalidad. Que no se desperdicie el momento de reformular lo que generaba desigualdades y discriminaciones, obstáculos y deficiencias –sociales, ambientales, económicas, culturales y de género– en la realidad anterior. 

Así, hay que comenzar por dar valor a la vida y su cuidado. Sin colegios, la igualdad de oportunidades para el alumnado y la igualdad entre mujeres y hombres en términos de cuidados, salta por los aires. El trabajo a distancia, de quienes casi han sido privilegiados porque no han tenido que exponerse al coronavirus, genera estrés, cansancio y nadie garantiza, en medio de una crisis de los cuidados en toda regla, que la distribución del trabajo doméstico y del uso del tiempo entre mujeres y hombres se equipare por obra y gracia de la COVID-19. La valoración no requiere ser monetaria, pero sí real: definición clara de servicios esenciales, derechos laborales y de seguridad social tangibles, ayudas y planes de conciliación de la vida laboral, familiar y personal de quiénes sostienen la esencia de la nueva normalidad, inclusión de los cuidados en la renta mínima.  

Con varios motores de la economía del país inactivos, el repensarse se impone y se abren vías para la economía verde, azul, social, la investigación, la cultura y la innovación. Ante todo, no puede haber ni recortes sociales, ni privatizaciones. Los pactos de estado deben hacer frente a la crisis económica incipiente, atajar la pobreza y la precariedad estructural. También llegar a lo micro, hacer vínculos estratégicos e ir más allá. Por ejemplo, con el tráfico detenido en ciudades que por fin respiran, ¿por qué no aprovechar el obligado distanciamiento social para reorganizar el espacio público y la movilidad? Todo lo que cambiemos de ahora en adelante contribuirá, o no, a cimentar una nueva normalidad feminista.

Sonia Ruiz es doctora en Ciencia Política, investigadora asociada en la Oxford Brookes University, responsable de Transversalidad de Género en el Ajuntament de Barcelona y activista feminista. 

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