Análisis
Hacer de la necesidad virtud: coronavirus, feminismo y vulnerabilidad (8)
''Hoy vemos cómo el sistema global, lejano y cercano se desmorona porque no está preparado para afrontar la vulnerabilidad humana'', reflexiona la autora.
Este es el octavo texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.
Cuando salgamos de esta crisis provocada por la COVID-19, tendremos oportunidad de hacer virtud de la necesidad en muchas vertientes. Una de ellas tiene rango de raíz: es fundamental para construir el mundo que queremos. Después de lo que estamos viviendo globalmente, no nos queda otra que reconocer y asumir de una vez por todas que el ser humano es radicalmente vulnerable e interdependiente. Estos rasgos, tan claros para quienes se hacen cargo de ellos, han sido históricamente ignorados por un sistema que pone en el centro la acumulación económica, al tiempo que jerarquiza y desdeña precisamente lo que nos une a todos.
Fueron feministas quienes pusieron el énfasis en que los humanos, además de seres racionales -que es en lo que se queda el pensamiento instituido dominante- somos seres vulnerables e interdependientes. Lo somos desde el nacimiento, cuando no sobreviviríamos sin los cuidados materiales y afectivos de las personas adultas, pasando por etapas de la vida en las que sufrimos enfermedades, o la dependencia en la vejez, sin olvidar que también en el día a día hemos de alimentarnos, vivir en entornos sanos y crecer en espacios de relación afectiva necesarios para un desarrollo integral. Y fue sobre las espaldas y las vidas de una mayoría de mujeres sobre las que recayeron estas tareas.
Como movimiento social crítico del estado de cosas existente, para detectar lo que chirriaba en el sistema, las visiones feministas fueron siempre más agudas y penetrantes que las instituidas. La reflexión feminista partió de la materialidad de los trabajos de cuidado que necesita un ser vulnerable, desde la experiencia vital de una mayoría de mujeres en la historia. Partir de las vidas de las mujeres posibilitó rescatar las tareas de cuidado y formular su crucial importancia para el desarrollo de la vida de todos. Fueron feministas las que hablaron de que era preciso poner la vida en el centro, un pensamiento intrínsecamente unido a valorar su cuidado, tanto en la concepción y reparto del trabajo cotidiano como en el cómputo global de la economía. Eran conscientes de que este trabajo invisible se había impuesto a las mujeres por los roles de género, y que era tal su importancia que no quedaba otra que ponerlo sobre la mesa, atribuirle valor y universalizarlo (compartirlo), porque ellas sí comprendían la radical vulnerabilidad humana.
El relato dominante estructurador de la sociedad actual habla de grupos vulnerables, pero no de vulnerabilidad radical. Se mantiene en la prepotencia de pensar que son sólo algunos los vulnerables, y que el resto se libra. Ahora estamos viendo que no es así. Por eso importa distinguir entre una vulnerabilidad construida socialmente nacida de la discriminación, la que sufren determinados grupos humanos, como las personas empobrecidas, migrantes, refugiadas, mujeres… nacida de la discriminación y la desigual distribución de la riqueza -esta sí, eliminable- y la vulnerabilidad radical con la que forzosamente tenemos que convivir. Y frente a la que hemos de prepararnos.
Hoy vemos cómo el sistema global, lejano y cercano se desmorona porque no está preparado para afrontar la vulnerabilidad humana. Vemos cómo se gasta más en armas que en respiradores, cómo se adelgazan los sistemas públicos de salud, cómo la persecución de la acumulación económica impone valores, ritmos y horarios que impiden organizar el cuidado como merece. Vemos que nuestra acción política no parte de asumir la vulnerabilidad.
Es tiempo de aprender lo que el feminismo lleva tiempo afirmando: que la radical vulnerabilidad individual y colectiva no es algo coyuntural sino una característica del ser humano de la que es posible y necesario extraer consecuencias para la vida y para las políticas públicas. Que asumirla coherentemente ha de conducir a otro tipo de actitudes y prioridades: a políticas orientadas, no a un crecimiento depredador de la naturaleza y una supremacía dominadora, sino a planificar la centralidad del cuidado; al fortalecimiento de la gobernanza global; a la acogida generosa del Otro que mañana, hoy, puedo ser yo en una frontera; en suma, a plasmar de modo pragmático en la acción política que somos una humanidad interdependiente habitando un planeta común.
Carmen Magallón es profesora de Física. Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz (SIP). Relaciones entre género, ciencia y cultura de paz: Mujeres en pie de paz. Grupo de la revista En pie de paz.