Análisis
Hacer de la necesidad virtud: ¿Dónde quedarán los territorios rurales en esta crisis global? (7)
''Las sociedades rurales guardan la esencia cotidiana de todos los valores que nos deben servir para recomponer este mundo que nunca volverá a ser igual''.
Este es el séptimo texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.
Pasadas las primeras semanas de confinamiento, empieza a despuntar la reflexión desde los márgenes territoriales de nuestro país. Uno de estos márgenes es, sin duda, la España rural interior. Esa ‘España Vacía’, ‘vaciada’ o ‘llena de recursos’. Esta España que movilizaba conciencias y voluntades políticas hace apenas un año. Una España rural olvidada que consiguió acumular fuerzas suficientes para hacer entender que este era un problema de estado impostergable que tenía que ver con el equilibrio y el modelo de desarrollo territorial. ¿Dónde queda todo este debate ahora? No podemos olvidar todas las reflexiones, análisis y demandas que se concretaron en los meses anteriores al estallido esta crisis. En este momento, precisamente, es cuando debemos retomarlo con más fuerza y hacerlo valer.
¿Podemos pensar que la pandemia de la COVID-19 es esencialmente una crisis sanitaria de carácter urbano? A pesar de la tentación de una respuesta positiva, evidentemente debemos decir que no. Se trata de una crisis global. El mundo rural hace ya décadas que no es un mundo aislado de las ciudades. Todo lo contrario. No solo existe una relación evidente que se refiere al intercambio de bienes, servicios y personas, sino que la misma cultura global es la que permea las sociedades sean estas rurales o urbanas. Me refiero también a que lo que suceda y hacia donde evolucionen las ciudades tras esta crisis afectará, condicionará y, en su caso, ofrecerá oportunidades al mundo rural del futuro.
Es cierto, la crisis sanitaria no es urbana. Sin embargo, tras cinco semanas de la declaración del estado de alarma, con algo de experiencia vital a mis espaldas y el conocimiento directo de la gestión que me da el puesto que ocupo actualmente, creo que es hora de trasladar alguna idea en relación a esto. Me apena decir que la estrategia, las medidas y las decisiones que se han ido tomando tienen un corte ‘urbanocéntrico‘ muy claro. Primero fue el empeño por prohibir los mercados agroalimentarios y tratar de que todos compráramos alimentos en las grandes superficies. Después, la prohibición de pasear por espacios absolutamente solitarios, la imposibilidad de ir al monte para recoger leña. También, la dificultad para hacer entender que vender semilla o plantel es esencial para mantener la producción agraria, y que sin mataderos no hay carne. Finalmente, la obstinación por prohibir el trabajo en los huertos de autoconsumo a pesar de que, en la mayor parte de los casos en el trayecto hasta tu huerta, y estemos o no en estado de alarma, probablemente no te encuentres a nadie.
Poco a poco, las entidades y organizaciones sociales y económicas con presencia y compromiso en el mundo rural han ido tomando conciencia de esta cuestión. Hace una semana, 600 organizaciones protagonizaban la mayor campaña de la historia en defensa de una agricultura y ganadería de proximidad y de un mundo rural vivo. En definitiva, y como alguien tituló en un artículo publicado en El Salto la semana pasada, todo esto puede acabar siendo un ataque a las bases comunitarias de las sociedades rurales y a una economía más autocentrada. ¿Qué podemos esperar de lo que venga después si no hemos sido capaz de integrarlo en la estrategia actual para enfrentar la crisis?
La necesidad debería convertirse en virtud, y entre las enseñanzas que nos coloca la historia de la humanidad delante de nuestras narices, debería estar recuperar y recolocar valores y aspectos esenciales que por definición se guardan en las sociedades rurales y campesinas. Qué mayor signo de esperanza que plantar una semilla y esperar que con tu trabajo, la acción de la naturaleza y venciendo a numerosos imponderables, se convierta en una planta que de fruto y que termine alimentando a la sociedad y haga disfrutar ese alimento en comunidad. Pensemos, si no, en el propio trabajo de la pesca artesanal y lo que supone salir cada día esperando que haya pesca
Las gentes que hemos optado por una ‘militancia rural’ nunca acabamos de entender cómo el resto de la sociedad no lo ve claro. Sin ánimo de caer en un análisis bucólico y simplista, las sociedades rurales guardan la esencia cotidiana de todos los valores que nos deben servir para recomponer este mundo que nunca volverá a ser igual. Podemos empezar por el propio valor de la austeridad, que sin duda es consustancial a nuestras gentes del campo. Sin ese valor es imposible afrontar los ciclos de la agricultura y la ganadería. ¿Podemos imaginar un lugar mejor donde reconstruir una sociedad resiliente y sostenible que en el medio rural? Si volvemos a mirar al modelo que nos proponía hace ya cuatro décadas Max Neef, conocido como Desarrollo a Escala Humana, todos los valores relacionados con lo cercano, lo comunitario, las relaciones vecinales y las estrategias como potencial las actividades de utilidad social, el desarrollo local endógeno, el poner en valor recursos propios que van desde lo material hasta lo inmaterial, resulta ser lo que necesitamos para poder atender esas necesidades humanas que el definía como universales.
Mientras tanto, como le he leído a Yayo Herrero estas semanas en relación a otro asunto, a las sociedades rurales nos queda siempre la “longanimidad”, o lo que es lo mismo, la estrecha relación entre la perseverancia y la constancia de ánimo frente a los obstáculos y adversidades que tan característica es del carácter forjado de nuestros mayores del campo. Hace ya demasiados años, recuerdo la campaña que lanzó el Movimiento Rural Cristiano para el Día del Mundo Rural. Un cartel con una encina inmensa y en el centro una frase “Permanecer es triunfar” La verdad es que esta frase me ha acompañado el resto de mi vida.
Fernando Fernández es experto en Políticas Agrarias y Desarrollo Rural
Excelente reflexión Fernando, que comparto plenamente. Un abrazo.