Análisis

Hacer de la necesidad virtud pensando en la emergencia climática (4)

El autor apunta a la necesidad de ''afrontar la emergencia climática con el análogo nivel de compromiso que hemos asumido frente al coronavirus''.

Instalación 'Esperando al Cambio Climático' del artista Isaac Cordal / Foto: Objetif Nantes/Flickr (CC BY 2.0)

Este es el cuarto texto de una serie de artículos que intentan hacer de la necesidad virtud en mitad de la crisis. Hacer del trauma reflexión y aprendizaje; y de los duros cambios en nuestra vida cotidiana, por necesidad, lecciones virtuosas para ese futuro que debemos construir.

De la noche a la mañana, hemos sido capaces de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, así como las de contaminantes gravemente lesivos para la salud como el dióxido de nitrógeno. El hecho esperado de que cuando se relajen las restricciones de movilidad y de producción los niveles de emisión vuelvan a crecer, no disculpa prever una transición virtuosa a prácticas, hábitos y uso de tecnologías adecuadas, tanto en la movilidad, como en la producción y en el consumo, que nos permitan afrontar la emergencia climática con el análogo nivel de compromiso que hemos asumido frente al coronavirus. No se trataría de mantener los sacrificios del confinamiento o la paralización de la producción, sino de salir de todo ello desarrollando actitudes, valores y prácticas que habíamos desdeñado hasta ahora, como la compra de cercanía en el barrio, el teletrabajo, o nuevas formas de disfrutar cotidianamente del cariño, la amistad, la solidaridad y los cuidados entre nosotros, en entornos de cercanía, con nuestras familias o con amigos, vecinos y vecinas del barrio.

En materia de movilidad, más allá de moderarla y de disfrutar de la cercanía, podríamos y deberíamos replantearnos nuestros hábitos. De hecho, en nuestra cultura y nuestra práctica cotidiana, coger el coche para ir a cualquier sitio suele ser tan automático como ponernos los zapatos al salir de casa. El punto y aparte del confinamiento debería llevarnos a replantear esos hábitos y tomar en consideración lo saludable que es caminar por la ciudad, o lo práctico que resulta pedalear por carriles bici protegidos, eludiendo los atascos y el estrés del tráfico motorizado; o combinar todo ello con un transporte público que tendremos que potenciar y prestigiar en sus condiciones sanitarias y de comodidad, evitando que el miedo que cundió en la pandemia se adueñe de nuestro futuro.

Entre los muchos temas de reflexión a los que habremos dado vueltas durante el confinamiento, sin duda el de nuestra salud dejará huella. Sobre esa base, no sería por tanto difícil proponer y promover una transición alimentaria saludable. El tema estaba ya entre las preocupaciones de un número creciente de personas. Sería cuestión de darle un impulso definitivo integrando motivaciones complementarias referentes a la salud del planeta y de nuestro medio rural. Consumir alimentos de cercanía o de producción ecológica, no sólo supone mejorar la calidad de nuestra alimentación, sino también fortalecer el tejido de pequeños y medianos productores en nuestro entorno, al tiempo que evita emisiones por transportes innecesarias y vertidos contaminantes que acaban afectando también a nuestra salud.

Si en estos días hemos apreciado y apreciamos el valor de la salud pública como un bien cuya gestión no debe someterse a la lógica del mercado, sino a la del interés general, será también ocasión para valorar la importancia de disponer de servicios de agua y saneamiento gestionados desde esa misma lógica, como un servicio público de interés general, que debe gestionarse sin ánimo de lucro. Un servicio que debe de ser de acceso universal, especialmente si tenemos en cuenta que Naciones Unidas caracteriza el acceso al agua potable y al saneamiento como un derecho humano.

Por otro lado, siendo que el vector principal en la generación del cambio climático es el vector energía, el que genera los mayores impactos socio-económicos y de salud pública es el vector agua. Por ello, haciendo de la necesidad virtud, será necesario y urgente, no sólo impulsar la transición energética hacia las energías renovables, sino también una transición hidrológica hacia la nueva cultura del agua, que permita establecer estrategias de adaptación que minimicen nuestra vulnerabilidad frente a los riesgos de sequía e inundación, que crecerán en intensidad y frecuencia, sobre la base recuperar el buen estado y la salud de nuestros ríos, humedales y acuíferos.

Pedro Arrojo Agudo es profesor emérito de la Universidad de Zaragoza

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.