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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 17.

Decimoséptima entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.

Valencia, 15 de mayo de 2078. WIKIPEDIA / Licencia CC0

Suenan las campanas de las iglesia, tocando a misa, llamando al rebaño, y ahí que acuden las ovejitas. Hoy, domingo 15 de mayo, lo que celebran es que es domingo, «el Día del Señor», el que sea 15 de mayo no les dice nada. Apenas celebran el 1 de mayo, ni siquiera, parece que hagan un esfuerzo colectivo por olvidar su historia. ¿Cómo puede ser que conozca yo mejor la historia revolucionaria de este sitio que la purita gente que vive aquí? Esto es peor de lo que pensaba. Ya le contaré a Rosario, aunque supongo que lo sabrá mejor que yo. Aquí la gente no tiene ni idea de cómo organizarse, no saben más que agachar la cabeza. 

Si les preguntas de Historia, lo que te cuentan su tradición imperialista, fascista, nacionalcatólica. Arquista, en suma, aunque aquí no le llamen así. Loas al levantamiento fascista y lo que vino después. Reyes, Vaticano, OTAN y Unión Europea. Y los partidos políticos, los mal llamados populares, los mal llamados socialistas, y cuarenta años después los mal llamados ciudadanos y los que mal decían que podían, con sus significantes vacíos y su quítate tú para ponerme yo, pero que bien anticipaban que la siguiente transición no era «ni de izquierdas ni de derechas». Cuando se empezó a fascistear la política y a complicar el clima llegó el segundo levantamiento, el ecofascista. Sangre y Tierra, Jara y Sedal, la gloria y orgullo de regresar al pueblo, lo de la traición del consumismo cosmopolita hacia la España vaciada. Recuperar la Tierra, y con la Tierra a los Hombres, y con los Hombres a la Raza. Caza para los ricos y toros para los pobres, coches para pocos, vuelos para nadie. Ministerio de Ciencia, Raza y Trabajo, Ministerio de Conservación de la Cultura y los Parajes Naturales, Ministerio de la Mujer, la Familia y el Honor. Subordinación de la economía a la ecología, de acuerdo con las «leyes de la vida», pero también estricta división de tareas por «genética». No por análisis de ADN, sino digamos que por «ADN aparente»: tus rasgos faciales, tu color de piel o lo que te cuelga o no entre las piernas es lo que determina si cuando entras en un laboratorio es a investigar, a limpiar, o como sujeto de experimentación.  Todo esto sí se lo saben bien. Más o menos acríticamente, pero es la historia oficial y la conocen. Pero de movimientos de resistencia la gente de aquí parece haber olvidado lo poco que supieron. Ni de sus maquis, ni de sus grupos autónomos, no se acuerdan de nada. Dices «tirarse al monte» y entienden que platicas de senderismo. 

Ayer, aprovechando que Vicenta se encontraba fatal de vomitona y nos quedamos varias a asegurarnos de que no se ponía peor, estuve echando una platicada, discretamente, con varias de mis compañeras limpiadoras. Empecé quejándome de las miraditas y las sonrisitas del doctor Arrufat, pero no las sacaba de un «qué le vas a hacer», del «los hombres son así» y del «te tenías que sentir halagada». Lo único que les sacaba, si acaso, era asco físico por Arrufat, por lo desagradable que es el olor de su sudor. Los caminos de sudor gravitatorios, verticales, cuando lleva un rato de pie, resollando en el pasillo, o estratos horizontales en las fronteras interlorza, cuando está sentado. El olor penetrante que se queda en el despacho cuando se levanta para dejarnos limpiar. Pero del patriarcado no habían oído ni platicar.

Total, que mientras Vicenta arrojaba en el servicio, las estuve entreteniendo con mi charla revolucionaria en el vestuario del centro de investigación que limpiamos entre todas. Estuve contándoles la historia de las Kellys, lo mucho que lograron aquellas mujeres que eran limpiadoras como nosotras, y lo básico de cómo hacer asambleas. Que hay que explicitar el tipo de asamblea y qué significa responsabilizarse de una tarea ante un colectivo. Es decir, que no es lo mismo una asamblea informativa que una de tormenta de ideas o de toma de decisiones, ni es lo mismo la tarea de facilitar una reunión que la de tomar actas o la de llevar el turno de palabra. La gestión de los tiempos, la auto-evaluación de efectividad, la horizontalidad, el ambiente. El orden del día colaborativo en las asambleas de convivencia. Las ruedas de opinión, dando prioridad a inmigrantes, mujeres, tímidos. Ojos abiertos como los pescados de la lonja del Cabanyal. No saben de qué les platico, y lo poco que entienden les asusta.

Al final supongo que es lo que me dijo Rosario: ganar pasa por organizarse, y organizarse pasa por abordar a la gente de una forma que les sea aceptable. No hay otra. En Valencia parece que esto implica trabajar desde las Fallas, desde las bandas de música, desde las Tyrius, desde las cooperativas que trabajan la huerta, desde la afición al fútbol y con «les rebesnetes de les rebesnetes del tio Canya». Pero todo eso lleva un tiempo y una energía que yo ahorita mismo pues no tengo.

Y así pervive y avanza el fascismo, entre las excusas y el miedo de quienes tendríamos que pararle los pies.

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