Sociedad

Contrabando de café: del romanticismo a la supervivencia

Quini (1945) y Kin (1947), dos de los últimos contrabandistas de café vivos en Badajoz. EDUARDO ROBAINA.

–Yo empecé con 16 años, en el 63.

–Yo, con 20 años, ya tenía un niño. Tenía que ir camino a Portugal para darle de comer a mi familia. Era lo normal en la época. En el barrio, de 100 hombres que hubiese, 98 o 99 íbamos a Portugal a cargar. Todas las familias vivían de eso.

Kin (1947) y Quini (1945) son quienes hablan. Francisco y Joaquín, aunque nadie los conoce por sus nombres. El barrio es La Cañada-Las Moreras, de Badajoz, pero eso solo es un nombre oficial. Para ellos es La Cañá, con esa tilde que acentúan con tanta fuerza. 

La Cañá, como otros tantos, fue un barrio de contrabandistas de café durante el franquismo, de mochileros. “Las puertas siempre estaban abiertas por si te perseguían los carabineros. Mi mujer se encontró a alguno escondido en el baño un par de veces”, cuenta Quini con total naturalidad. “Aquí había contrabando, no robo. Por eso siempre estaban las puertas abiertas”, añade Kin. Era una costumbre, un hoy por ti mañana por mí, porque al día siguiente podrían ser ellos quienes tuviesen que entrar en casa ajena cargados de café. Algo impensable en la actualidad: “Ahora no puedes dejar una puerta abierta porque se llevan hasta las macetas”.

El olor del café y la luz de la luna le han otorgado al contrabando de café un toque romántico, un aura casi mágica. Chavales que cruzaban día tras día la frontera portuguesa para volver cargados acabaron siendo mitificados por la literatura, por el cine, por el arte. Eran aventureros, como el Zalacaín de Pío Baroja. Contestatarios que burlaban las estrictas leyes franquistas. Pero no había nada místico en todo aquello. En realidad era pura supervivencia, necesidad.

La situación de Extremadura en los años 60 era de las peores del país. Tal era así que, según explica el doctor en Historia Moisés Cayetano Rosado, en los 25 años que van desde 1951 a 1975 la región perdió casi un 50% de su población, que decidía emigrar fuera de España o a otras comunidades como Cataluña, Madrid o Euskadi. Era la Extremadura de Los santos inocentes, de Régulas, de Pacos, de Nieves y de Azarías; una región que se desangraba. La voz dormida de una España gris.

En este contexto, unido a las secuelas de la guerra civil, se desarrolla el contrabando de café en la Raya portuguesa. Quini empezó “pidiéndole carga a la siña Encarna, la de las Mellas”, otra zona del barrio. De esta forma conseguían el permiso para poder ir a Portugal a recoger café de parte de alguna de las personas que se encargaban de ello. Su primer viaje lo hizo a La Farofia, una zona portuguesa muy cercana a la frontera. “Nos metíamos 6 o 7 kilos en la parte delantera y el resto –diez, veinte o treinta kilos– en el saco, a la espalda. Estaba preparado para que al tirar de una cuerda se cayese la parte de atrás y así pudiésemos salir corriendo si venían los guardias”, cuenta Quini. Correr delante de los guardiñas en la parte portuguesa, y de los carabineros en la española, era algo habitual para ellos. Ambos coinciden en que los guardiñas eran mucho peores que los carabineros españoles

–Si te pillaban, te molían a palos–, cuenta Quini, otra vez de una forma natural porque fue su vida diaria durante varios años.

–Los carabineros te limpiaban la carga, te la quitaban, y si eran medio regulares te daban un kilo de café para ti–, añade Kin.

Kin (Francisco) acabó dejando el contrabando para irse a trabajar a Alemania. EDUARDO ROBAINA
«Yo siempre odié ir a por café», explica Quini. EDUARDO ROBAINA

Llegar al barrio no significaba haber conseguido burlar a la policía. A veces los guardias solían esconderse por la zona para sorprender a los contrabandistas a su llegada. En ese caso, las mujeres jugaban un papel esencial. “A veces tiraban cohetes desde las ventanas para asustarles. Otras, salían directamente a la calle y se ponían delante de ellos para que no pasaran”, dice Quini mirando la tele.

Por cada viaje con 40 kilos en la espalda recibían 125 pesetas y dos paquetes de tabaco. “Yo, como no fumaba, los iba guardando y se los vendía a la gente del barrio. Y con ese dinero le compraba vestidos y zapatos a mi niña Tere”, cuenta Kin.

Pero no todas los días podían volver a casa. A veces tocaba pasar la noche en mitad de la nada o, con algo de suerte, dentro de alguna barraca o de un pajar. Sin mantas, sin nada, en pleno invierno. La suela de un zapato encendida hacía las veces de lámpara. “Unos jugaban a las cartas y perdían todo lo que iban a ganar con la carga de ese día”, cuenta Kin. Al momento, Quini nos da un consejo.

–¿Sabéis qué hacer cuando hace mucho frío y estás cerca de un río? Meter los pies dentro del agua. El agua está más caliente que lo de fuera y así puedes entrar en calor. Nosotros podíamos pasar horas y horas así.

Quini y Kin son cuñados gracias al contrabando. Kin acudía a la tienda de alimentación de Herminia, la hermana de Quini, para comprar algo de chocolate antes de salir hacia la caminata de ese día. Por ello coincidieron en la misma cuadrilla en muchas ocasiones, aunque vivían en barrios diferentes durante aquellos años. Según explica el antropólogo Eusebio Medina, las cuadrillas eran “uno de los elementos más simbólicos e interesantes del contrabando de postguerra”, ya que, gracias a ellas, “la actividad del contrabandista individual se veía entrelazada con la de otros compañeros, con los que se compartían las aventuras y desventuras de cada viaje en busca de las cargas”: “Una cuadrilla de mochileros, silenciosa y ligera, caminando en una noche de tormenta o bajo luna llena, representa, sin duda alguna, la imagen más pura y genuina del contrabando de postguerra”, explica Medina en El contrabando de postguerra en la comarca de Olivenza.

Una de esas noches vivieron una efímera alegría. Mientras esperaban para volver cargados de café, escucharon algunos tiros. Era motivo de alegría porque significaba que los guardias habían cogido a otra de las cuadrillas que habían salido esa noche y así podrían tener vía libre para volver con la carga sin que les saliesen al paso. “La felicidad se nos acabó cuando llegamos al barrio. Allí nos enteramos de que a un chaval, el Miguel, le habían pegado tres tiros en la cabeza”, relata Quini mirando al suelo. Dos de las balas atravesaron el cráneo del muchacho; la otra se quedó incrustada. Gracias a ello descubrieron que los disparos provenían de guardias españoles y no de los portugueses como en un principio se pensó. Se fraguaba así uno de los episodios más tristes que recuerdan estos hombres.

Porque aquí no hubo ni olor a café ni luz de la luna.

Están sentados en la misma mesa. Quini mira a Kin y se sincera. “Yo siempre odié ir a por café”, expresa. Pero era la única forma que tenía de ganarse la vida. Incluso durante la mili se hizo pernocta,para poder salir del cuartel por las noches a cargar café. “Un año, el día de Nochebuena o de Navidad, no lo recuerdo exactamente, no tenía un duro para comer así que decidí que tenía que ir”, prosigue. Su mujer, Encarna, le rogó que no fuese, que era un día para estar con la familia. Pero fue, acompañado de otros cuatro. De vuelta, fueron asaltados por los guardiñas. Otro par de veces estuvo a punto de morir ahogado al intentar cruzar el río con el café encima. Lo cuenta sin darle importancia. 

EDUARDO ROBAINA

A Kin no le importaba ir, estaba “hecho” a ello. Pero en cuanto tuvo la oportunidad lo dejó. Ambos se fueron a Alemania a trabajar. Porque aquello era algo transitorio, para atravesar la necesidad. Y lo vuelven a recalcar: lo hacían para mantener a la familia, ninguno de los cargueros de café se enriqueció lo más mínimo. 

–¿Te acuerdas, cuñao, de aquel día que nos encontramos aquellos cerdos enterrados?–, pregunta Kin.

Quini asiente con un movimiento de cabeza apenas perceptible.

–Cuando veníamos de camino nos encontramos unos cerdos enterrados. Seguramente tendrían alguna enfermedad, pero nos dio igual. Nos los echamos al hombro y los cargamos hasta Badajoz. Los que más lo necesitaban se los llevaron a casa y se los comieron.

Y vuelve a repetir lo mismo que antes: “La necesidad y el hambre mandaban”.

Apenas quedan contrabandistas vivos en La Cañá. Quini y Kin han ido perdiendo a todos sus amigos de la época.

–Raro era el día que alguno no cogía una pulmonía. Muchos tuvieron problemas en los huesos. La mayoría murieron jóvenes por culpa de las penurias que pasábamos. Yo estuve poco tiempo, si no, a saber dónde estaría, termina Quini.

*Este reportaje fue realizado antes de la crisis del coronavirus.

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Comentarios
  1. Si hay q hablar de contrabandistas e contrabando.no por descatalogar al ferrule y a los abogados.pero pioneros y valientes al contrabando.mi tíos Nicolás e Agustín ,mi abuelo,el viejo cuco, del q ya se escribieron 3libros,y como no se mi padre,Manuel sanchez Jaén (el negrito ) mejor piloto y lanzadera de todos ellos ,4tiros en su cuerpo atestiguan lo dicho .un cordial saludo y espero no ofender a nadie .por q d estos mismos q mencionáis ,solo abría q preguntar si lo q digo es cierto .

  2. Mi pueblo de Valencia tenía emigrantes de Extremadura. Tantas y tantas familias que hubo una línea de autobús entre Jerez de los Caballeros y Alaquàs, línea que paró un tiempo en la puerta a de mi casa, planta baja, así que podiamos oír el «cas trujío?»
    Yo probé alguna vez ese café cuando me hice mayor. Algún vecino se lo dio a mi madre. Era un café fortísimo. Me decían que es que estaba muy cerca Portugal. Pero nadie contaba nada sobre el viaje que hacía el café.
    Si que contaban cómo salían de los pueblos casi con lo puesto pues era lo único que que poseían. Pueblos como Jerez o el Valle de Matamoros estaban casi al completo en el mío, en mi barrio, y en mi vida , ya que mi primera novia es del Valle. Era la Extrema y Dura de los años del franquismo que gastaba una crueldad inusitada con los más pobres.

  3. Dani si hay dos personas que se merezcan un homenaje esas son ferrule y el abogao » son los únicos que quedan con vida» que fueron contrabandistas de verdad y toda su vida se dedicaron a ese oficio »
    Sin embargo kini y kini solo fueron contrabandistas esporádicos.
    Como ellos hubo muchos
    Que llegaban al barrio a pedir carga » por las circunstancia y la falta de trabajo »
    Sin embargo el último cortador
    Que llevaba a sus espaldas 40 hombre cada día a por café a Portugal hera ferrule sigue vivo y añorando
    Su pasado » junto a mi padre manolo. Mas conocido por el abogao? «

  4. Mi padre era uno de ellos, sigue vivo y me cuenta cada historia y cada viaje que daba a por café, que somos unos privilegiados en esta época, es hijo de la señora encarna de las mellas como nombra uno de ellos. Pero todos fueron valientes.

  5. Hola, Rocío! Por supuesto que no son los últimos. En el artículo pone que son «de los últimos», pero no los únicos. Siento que haya creado confusión. Un saludo a tu abuelo, enséñale el reportaje que seguro que le hará ilusión.

  6. Me gusta mucho q se hagan estos reportajes, pero habria que enterarse mejor, ellos no son los unicos qie viven, mi abuelo tiene 83 años y también paso lo suyo, pero que facil es decirlo …

  7. Mi tío también fue contrabandista Fernando el cabezón de la cañada hijo de la pintora como lo llamaban y mi padre también Joaquín el parcelero, mi padre siempre nos cuenta las historias vividas y los amigos que quedaron en el camino. Mi padre fue de los últimos ya luego entró el tabaco y muchos lo dejaron para irse fuera mis padres a Barcelona y muchos otros pues lo dejaron porque ya era más peligroso que el tabaco

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