Opinión
Incierto
La reflexión de Ana Carrasco-Conde: "Nos preocupa el futuro y trabajamos por él cuando lo que debemos hacer es leer las pistas del presente y solo desde él pensar en la construcción de un futuro que si está escrito es con los renglones que se escriben desde nuestro tiempo".
Lo incierto del porvenir no es lo desconocido que nos aguarda, como si nos enfrentáramos perdidos e inermes a lo que está por venir, sino el modo de desarrollo y confluencia de factores que están ya presentes y que, por estar ahí, como partes de un todo que aún no se ha unido, son conocidos y visibles. Lo que ignoramos es por tanto los modos de combinación de factores visibles y alcanzables. Son esos factores o hilos de los que tiramos en el presente y de cuyas múltiples combinaciones a veces nos columpiamos innecesariamente identificando lo incierto con un futuro que, en realidad, no nos espera. Perdemos de este modo fuerza. Y así, angustiados, nos cegamos: nos sentimos presas de una cadena de factores que, de abalanzarse sobre nosotros, no nos permitirán tiempo de respuesta.
¿Pero desde donde podrían abalanzarse esas amenazas? ¿Desde el futuro? En realidad no hay nada allí todavía o, como dijera Agustín de Hipona en las Confesiones: “Lo que digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es?”. Lo que nos perturba está o dentro de nosotros en la forma de nuestras fantasías o bien aquí mismo. Tememos lo que puede pensarse y nos angustiamos ante lo que podría darse. Tejemos de este modo con los hilos que tenemos al alcance de la mano el trenzado mosaico de lo que “nos depara el futuro”.
Lo cierto de la incertidumbre no es tan solo que esta existe, sino algunas cosas concretas a partir de las cuales la incertidumbre se convierte en tensa espera. De ahí la palabra “incierto” (lat. incertus): carecemos de seguridad con respecto a lo no decidido o resuelto (certus) positivamente para nosotros. Y esperamos lo que está “por venir”. Ahora bien, relacionar lo incierto con la incertidumbre y la angustiosa incertidumbre con el desconocimiento no siempre funciona: nadie se angustia ante el desconocimiento de lo que sucederá si es para nuestro bien. El problema radica cuando se pone en riesgo nuestra vida y nuestro modo de vivirla. Lo incierto no tiene por qué causar incertidumbre, pero la incertidumbre siempre aparece cuando ante lo cierto del presente no conseguimos vislumbrar la forma que finalmente será materializada.
Y, aun con todo, no es imprevisible porque entrevemos su contorno, que es lo que nos causa angustia. Le damos entonces vueltas (tornus) a algo en su conjunto en un tiempo neoliberal, el nuestro, en el que todo parece consistir en dar rodeos: el rodeo del siempre lo mismo, cuando los días laborales son todos iguales, cuando la espiral de los ritmos del capital nos hace pensar que pocas alternativas nos quedan o estamos demasiado agotados para ello, atrapados como ratones en la rueda de sus dinámicas, o fagocitados por un sistema del que no podemos salir. Quizá lo mejor sea dejar los rodeos y optar por una línea recta que, con la suficiente firmeza, actúa de palanca e incluso como freno de mano. No coincido con Montaigne porque si él sostenía que el futuro es incierto y que por eso hay que prepararse para todo, quizá lo mejor sea no prepararse para nada ni esperar nada: sino hacer activamente focalizándonos en esas piezas que están a nuestro alcance y que no son ni invisibles ni inaccesibles.
Nada de lo que sucederá se encuentra esperando en un momento inserto en una línea del tiempo, sino que es producto y efecto de lo que vivimos y hacemos en este momento. Y esto tiene sus ventajas, entre otras que no hay futuro incierto, sino el presente cierto de condiciones que se encuentran anudándose ya y cuyas variables sí son inciertas pero solo parcialmente incontrolables. Si nada nos espera, lo que creemos intuir es la percepción de puntos aislados de quiebre que son distinguibles y que van uniéndose para conformar la silueta clara y discernible de lo que los actos y decisiones en el ahora han construido para mañana. No es verdad que para Kant la inteligencia del hombre sea medida por el número de incertidumbres que es capaz de resistir (entre otras cosas porque nunca dijo tal cosa): la inteligencia (intelligentia) no es más que la capacidad de leer (legere) entre (inter) lo dado, saber a qué tenerse al buscar lo cierto de lo incierto y saber volcar sus esfuerzos no en miedos infundados sino en amenazas concretas que se gestan cierta y distinguiblemente en el ahora.
Decía Bauman que una de las perspectivas plausibles de la modernidad capitalista era que esta se atragantara con productos residuales que no podía volver a asimilar por tóxicos. Su propuesta, más bien pronóstico, no se basaba en lo incierto del futuro, sino en las dinámicas ciertas del presente. No nos hace falta caer de facto en el abismo para saber que, si nos dirigimos hacia él y sin freno, acabaremos en su fondo. Solo hay que saber identificar la dirección de nuestros actos para saber dónde acabaremos y poder así, desde este momento, tomar medidas, cambiar de trayectoria y minimizar el daño. Eso es lo positivo de saber que las riendas del futuro están en nuestra mano.
Nos preocupa el futuro y trabajamos por él cuando lo que debemos hacer es leer las pistas del presente y solo desde él pensar en la construcción de un futuro que si está escrito es con los renglones que se escriben desde nuestro tiempo. No se equivoque: no saber qué va a pasar es una forma de no saber dónde mirar o no querer hacerlo. Lo cierto de lo incierto es que “nada nos aguarda”, “ni nos depara”, “ni nos espera”, ni “puede alcanzarnos” porque el futuro ya está aquí de cierta manera como las trayectorias visibles de actos, hechos y acciones que se están dando ahora. De ahí que la concepción que hace del futuro algo por venir, invisibiliza el hecho de que no hay “nada” por llegar, sino algo por materializarse en las confluencias de factores que se dan en el ahora. Y esto tiene sus ventajas, podemos tomar medidas y alterar trayectorias. Si nos preguntamos de qué viviremos o dónde lo haremos es porque ya entrevemos que lo que sucede hoy es el fundamento de una torcida construcción que, de no remediarse, padeceremos.
Este artículo fue publicado en #LaMarea74 en la sección Incordios.