Economía

Todos me quieren

Un fotograma de 'Todos dicen te quiero'.

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José Ovejero aquí.

Hacía tiempo que no me sentía tan querido. No lo digo por esos amigos con los que hacía tiempo que no mantenía comunicación y que de pronto se interesan por mi salud o responden enseguida a mis mensajes cuando yo me intereso por la suya. Que es uno de los efectos secundarios del virus: nos vuelve conscientes de las relaciones afectivas que se han ido consumiendo, difuminando con los años, y que sin embargo fueron importantes, han ayudado a construir la persona que somos y nuestra manera de estar en el mundo. Fueron importantes y por eso lo siguen siendo aunque las hayamos olvidado o relegado. Por ejemplo, vuelvo a escribir a mis amigas de cuando vivía en Bruselas, sin nostalgia, pero con la conciencia de cuánto me han acompañado, de cuánto han significado y de que el recuerdo es también una forma de experiencia.

Pero no me refiero a eso cuando digo que todos me quieren. Es que de pronto estoy recibiendo mensajes afectuosos de desconocidos que me animan y me proponen formas de estar mejor. Están ahí, a mi lado, cuando los necesito. Por ejemplo, la FNAC se ha convertido en mi más fiel amante: me escribe todos los días, está preocupada por mi bienestar y por eso me ofrece, sin desalentarse por mi falta de respuesta, posibilidades para pasar mejor la cuarentena: maravillosos aparatos que me permitirán mantener el contacto con mis amigos, o para atiborrarme de series hasta perder la conciencia del peligro, o para navegar por Internet hasta que mi cuerpo deje de encontrarse donde se encuentra, se vuelva casi virtual, esté en mil lugares diferentes, aunque no exista ninguno de ellos. Que luego haga un ERTE a pesar de sus beneficios millonarios es comprensible: una cosa son los buenos sentimientos y otra los negocios.

De todas formas, yo agradezco mucho las muestras de afecto que envían tantos en estos momentos delicados. The body shop me insta a “colaborar todos para estar protegidos”. Mi banco ha descubierto la solidaridad y me recuerda que “juntos, pensando los unos en los otros, haremos que todo vuelva a ser como antes”, porque “ahora, en la distancia, toca estar más juntos que nunca”. Y me sugiere que realice todas mis operaciones desde casa –aunque teniendo en cuenta que se trata de un banco a distancia es lo que he hecho siempre–. Iberdrola espera que superemos esta situación entre todos y que mi familia se encuentre bien. Usa un bonito eslogan: “Cuente para ello con toda nuestra energía”; es cierto que el Gobierno ha prohibido cortar la luz y por eso las compañías eléctricas no tendrán más remedio que ofrecer “toda su energía”, y no como antes cuando cortaban el suministro por impago a gente sin recursos.

Sanitas me dice que “vamos a ganar esta batalla y lo haremos todos juntos”, como si fuese un altavoz del Gobierno, también usando ese lenguaje bélico que se ha impuesto en el discurso público. Les agradezco que al menos no usen la palabra “compatriotas”, otro vocablo que ha ido infiltrándose en las informaciones, como si los no compatriotas que viven en España no tuviesen derecho ni a la solidaridad ni a que el Gobierno proteja su salud –y si fuese por los sinvergüenzas de VOX así sería–. Pepephone, en fin, pasa de las palabras a los hechos y me regala cinco gigas: “Es nuestra pequeña contribución para intentar facilitarte tu día a día”.

Cuando me siento reconfortado por tantas muestras de cariño, una puñetera vocecita interior me dice: no te fíes, ya antes te decían que se preocupaban por tu bienestar después de la jubilación y te vendían fondos de pensiones ruinosos o anunciaban su compromiso con la defensa del medio ambiente mientras trucaban los resultados de las emisiones de los coches que fabricaban. ¿O eres tan tonto como para creerte la publicidad?

Pero ahora estamos en una situación crítica, también las empresas capitalistas tienen su corazoncito, le digo a mi voz interior. Y mi voz interior se aleja dando carcajadas.

Estoy viendo Ozark estos días. Pensarán que qué tiene que ver con lo que estoy contando y que el encierro empieza a debilitar mi coherencia, pero sí, sí tiene que ver. Ozark no es una serie sobre carteles mexicanos, despiadados narcotraficantes y la lucha de una familia que se ha visto enredada en negocios turbios. Ozark ejemplifica una regla básica del capitalismo: los valores y los negocios son asuntos que no se deben mezclar jamás. Tú puedes defender ciertos valores (la familia, el sacrificio, la generosidad) y hacer negocios con quienes los pisotean; puedes ir a misa los domingos y vender armas a un dictador –o trabajar en un banco que blanquea el dinero de narcotraficantes–.

Resulta conmovedora la familia protagonista de Ozark: se perdonan infidelidades, se sacrifican unos por otros, son generosos y afectuosos; pero –por lo menos hasta el principio de la segunda temporada– no parecen arrepentirse de colaborar con asesinos, salvo por que a veces tienen que pagar ellos con las consecuencias. ¡Por eso la derecha es tan crítica con Podemos! (Sí, es verdad, el encierro está destruyendo mi coherencia, la solidez de mis hilos argumentales, pero prosigo:) Si Podemos apoya a Venezuela es imperdonable, porque lo hace por afinidad ideológica; pero la derecha puede hacer negocios con dictadores sanguinarios porque no mezcla los valores con los negocios. Y los negocios están por encima de los valores o, más bien, pertenecen a otra realidad.

¿Y qué quería decir yo con todo esto? No sé, me he perdido. Extraigan ustedes las conclusiones. Solo pretendía transmitirles una idea: no se fíen de todas esas empresas que les expresan su preocupación y su cariño. Solo quieren su dinero. Y aquí mi vocecita interior me dice que no hacía falta un discurso tan largo para algo tan evidente. Bueno, sí, tiene razón. Ya me callo. Pero no se fíen…

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Comentarios
  1. Nada Jose. Comentarte que estoy totalmente de acuerdo con tu reflexión. Por cierto te sigo habitualmente . Soy AMBROSIO de Molina de Segura. El que le leyó en la entrega de tu SETENIL un relato tuyo el PORNO. Es un lujo que haya gente como tú en este mundo mercantilista de DON DINERO.

  2. Es evidente que todos están haciendo lo imposible por «ayudarnos».
    Y las palabras se van tiñendo con significados según quién las use.
    Por acá, durante la época de la dictadura, una palabra que tenía un significado especial para todos los uruguayos, -porque está en el himno nacional-, se coloreó malamente porque la utilizaron hasta el cansancio los militares que nos aturdían con sus comunicados. La palabra en cuestión es «orientales».
    En realidad, significaba que éramos los habitantes del lado oriental del Río de la Plata, porque ni siquiera teníamos un nombre propio, altisonante como el de los argentinos ( Argentina: de «argento» -plata- suena muy bien). En cambio por acá, ni siquiera sabemos a ciencia cierta si «Uruguay» es río de los pájaros pintados» o «río de los caracoles». Y Montevideo, tiene tantas explicaciones etimológicas ambiguas que a ciencia cierta tampoco sabemos qué significa.
    Así que tenemos sí, toda la colaboración de las instituciones, y cargamos con tanta amabilidades y simpatías que nos abruman hasta más no poder.
    Simplemente, seamos conscientes y actuemos en consecuencia: con madurez y criterio. Hasta que la tormenta pase.

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