Economía
Realidades aumentadas por un virus microscópico
"La situación de Laura empeorará con esta crisis, pero su crisis ya existía antes del confinamiento".
Laura se enteró en 2014 de que no tenía derecho a paro. Es limpiadora. La acababan de despedir de la casa donde llevaba trabajando varios años y pensaba que por fin iba a tener un «colchoncito» y tiempo para poder sacarse el graduado escolar. Tuvo que dejar el colegio pronto, obligada por la situación familiar. Media hora después de entrar en la oficina del paro, Laura salió con el móvil en la oreja casi llorando: “¡Cariño, que no tengo derecho!”, le dijo a su marido.
Laura continúa sin tener derecho a paro en 2020 porque los gobiernos, con tímidas mejoras, han prorrogado esta anomalía patriarcal hasta el momento. Tampoco en las primeras medidas adoptadas tras la declaración del estado de alarma el Consejo de Ministros pensó en ellas, mayoritariamente mujeres y muchas de ellas migrantes. Según han publicado diversos medios, el Ejecutivo –que insiste en que “nadie se va a quedar atrás”– aprobará un subsidio extraordinario que las equiparará a quienes vean suspendido su trabajo con un ERTE por la crisis del coronavirus.
Actualmente, Laura, tras pasar unos meses diagnosticada de depresión, está cobrando la ayuda familiar. A su marido lo despidieron justo antes del confinamiento. Y tampoco cumple, de momento, los requisitos para beneficiarse de ninguna ayuda. Tienen una niña pequeña. “¿Es fuerte, no?”, responde Laura al otro lado del teléfono. Esperan al menos poder acogerse a la moratoria de hipotecas. La situación de esta familia empeorará con esta crisis, pero su crisis ya existía antes del confinamiento. Lo que está ocurriendo ahora es que un virus microscópico está ampliando estas realidades como una lupa.
En Dos días y una noche, una película belga dirigida por Luc y Jean-Pierre Dardenne, Marion Cotillard interpreta a Sandra, una mujer que acaba de superar una depresión y vuelve a su trabajo en una fábrica de paneles solares. Es 2014. No hay ningún virus recorriendo el mundo. El problema aquí es que el dueño de la empresa, en su ausencia, se ha ‘dado cuenta’ de que el trabajo que antes hacían 17 personas, lo pueden hacer 16, aunque eso suponga mayor carga y mayor número de horas. Así que, en el momento de la reincorporación de Sandra, el empresario deja la solución en manos de la propia plantilla. Serán los trabajadores y trabajadoras quienes decidan, en una votación, qué hará: o se quedan sin la paga extra y vuelve Sandra, o despide a Sandra y se quedan todos con la paga extra.
El trabajo para ella es vital. La paga extra para los demás es vital. Es un salario de mierda. Es una paga extra de mierda. Mil euros. Pero todos lo necesitan. Todos tienen sus razones. Mil euros de mierda. La gente aún camina por las calles, las tiendas están llenas, el neoliberalismo sigue sonriendo mientras Sandra y sus compañeros de trabajo viven encerrados en su precariedad. Es 2014. El mismo año en el que Laura se enteró de que no tenía derecho a paro no por no haber trabajado lo suficiente. Qué va. Sino por ser limpiadora.
Así llevan viviendo las Lauras, las Sandras y muchas otras personas antes de este confinamiento impuesto por un virus. Muchas salen a la calle estos días a trabajar, a sostener el mundo encerradas en su propio mundo. De eso mismo ya nos hablaba Isaac Rosa en La mano invisible, adaptada por David Macián al cine: ¿Por qué trabajamos? ¿Para qué sirve lo que producimos? ¿Para quién trabajamos realmente? ¿Qué nos aporta el trabajo? ¿Nos hace ser mejores personas?
Estos días se habla de ERTE, de reducción de jornadas, de despidos incluso. Pero quién sabe los dilemas que traerá este confinamiento físico, visto lo visto. Lo interesante no es saber qué votaríamos –si por nuestra paga extra o por la reincorporación de nuestro compañero o compañera de trabajo–. Lo interesante es saber qué empresarios nos pondrán en esa tesitura.
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