Sociedad
Todo por nuestros mayores pero sin nuestros mayores
Las informaciones negativas y reiteradas en los medios de comunicación, especialmente la televisión, afectan a las personas mayores para las que esta vía es casi la única ventana al exterior.
«¿Cómo estás, yaya?». «Abatida, figúrate. Pongo la televisión, pero se escuchan tantas barbaridades…». Al otro lado del teléfono está Gregoria, de 95 años, pero la suya ya no es una vivencia personal: comparte desánimo con mucha gente de su generación. Personas mayores que, confinadas en sus casas o en las residencias en las que viven, han descubierto que la televisión ya no les entretiene. Los programas que antes les divertían ahora también hablan del virus: cifras de muertes una y otra vez, despedidas sin gente y entremedias la palabra «guerra» –sí, se ha pronunciado esa palabra–. Por eso, a Gregoria y a quienes están igual que ella, les preocupa, sobre todo, una cosa: «No volver a ver a nadie más, ni a mis hijas, ni a mis nietas».
«Cuando empezamos con esta situación, el mensaje recurrente era que esto solo afectaba a las personas mayores; esa idea de que ellos son la población de riesgo ha tranquilizado hasta hace poco a las personas más jóvenes», explica Montserrat Lacalle, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC y experta en envejecimiento. Sin embargo, «para las personas mayores es muy difícil convivir con este mensaje reiterativo: qué te puede ocurrir, qué significa para ti esto… eso ha afectado a mucha gente que no tienen la enfermedad», añade Lacalle. Sobre todo, cuando no dejan de escucharlo en la televisión, su única ventana al exterior aparte de las llamadas telefónicas o el contacto con quienes cuidan de ellos estos días. Este acompañamiento, ahora, «es como tener a un amigo pesimista que continuamente te está poniendo en lo peor», dice la profesora.
También las palabras del presidente, Pedro Sánchez, en sus comparecencias, en las que habla de que «vendrán días duros» o «lo peor está por venir», suenan especialmente difíciles para las personas más mayores, que no acceden a Internet –donde hay otro tipo de contenidos– de la misma forma que las jóvenes. «A menudo, eso hace que no seamos preventivos sino que nos hace alarmarnos», apunta Lacalle. Y pone un ejemplo en este sentido: todas esas personas que se lavan las manos compulsivamente porque creen que es lo que deben hacer. «Tenemos que seguir las indicaciones que se nos dan, pero en el fondo no podemos hacer nada más frente a la situación. Desde el punto de vista psicológico, saber que vienen días duros nos sirve de alerta pero esa pre-ocupación no nos sirve para nada más», resume esta experta.
Frente a aquellos consejos que instan a reducir el consumo de información o, al menos, conseguir un equilibrio en ese sentido para no alimentar la ansiedad y la sensación de angustia –algo más complicado para las personas mayores–, Lacalle propone también revisar el tipo de información que se da desde los medios de comunicación y valorar «qué mensaje estamos dando a la ciudadanía». «Las medidas de aislamiento de las autoridades para las personas mayores inciden en la salud física, es decir, se está intentando evitar que haya una propagación del virus, pero los temas emocionales están quedando en un segundo plano: lo entiendo, pero hay que ser conscientes del precio psicológico que tiene todo esto», concluye. Para la experta, además, es importante validar las emociones: «Es normal que sientas rabia o impotencia, que sientas desconsuelo porque no puedes estar al lado de tu familia».
Y hay otro detalle también importante en el discurso del presidente: siempre habla de que tenemos que ser responsables y hacer un sacrificio para no contagiar a nuestros mayores, pero nunca se dirige a ellos directamente.