Llevamos menos de una semana en esta situación de aislamiento y, seguramente, todos hayamos recibido o escuchado una buena lista de consejos psicológicos para afrontar lo que está sucediendo. Piensa en positivo, distrae tu mente, evita la sobreinformación, mantén tus rutinas, explora tu creatividad… Mantras que nos repetimos como recetas mágicas pero que en muchas ocasiones no son capaces de amortiguar la sensación de miedo y vértigo que provoca esta incertidumbre.
Como psicólogo, no sé qué puedo decir para ayudar a una persona en una situación como esta. Me siento completamente ignorante ante la reiterada pregunta de amigos y familiares sobre qué podemos hacer para afrontar mejor el confinamiento.
No existen evidencias científicas, guías de práctica clínica o manuales que aporten unas pautas claras ante una situación como esta. Principalmente porque nunca hemos vivido una situación como esta. Podemos utilizar la experiencia en situaciones individuales de aislamiento, como la cárcel o secuestros prolongados en el tiempo, pero no se acercan ni de lejos a las condiciones que, como personas y como sociedad, estamos viviendo ahora mismo.
Se trata de una experiencia excepcional, sí, pero también cotidiana. Esto supone que lo que sabemos los psicólogos sobre experiencias traumáticas no sirve en estos momentos, dado que no todo el mundo tiene por qué vivir el estado actual como un hecho traumático.
Además, las últimas corrientes de psicología positiva –esas que inundan las redes y que han copado la divulgación en psicología de las últimas décadas a base de libros de letra gorda y portadas coloridas– han creado una imagen distorsionada de los psicólogos, donde se nos pinta como gurús hipersensibles, expertos en la vida, en la felicidad y el bienestar. Pero, por supuesto, no lo somos. No somos seres especiales que transmitimos paz y tranquilidad solo con nuestras palabras. No somos expertos en la cotidianidad humana, ni en los resquicios de la vida de todas y cada una de las personas que nos rodean. No somos guías espirituales a los que recurrir cuando la vida se vacía o pierde sentido.
Como decía, la psicología positiva y la autoayuda de los últimos años, con la inestimable compañía del neoliberalismo que lo mercantiliza todo, ha psicologizado cada rincón de nuestra existencia. Ha convertido en trastornos, en problemas, aspectos del día a día que corresponden a la realidad material de nuestra sociedad, o al funcionamiento normal de nuestra psique. Los psicólogos nos hemos convertido en la herramienta multiusos a la que recurrir frente a una multitud de eventos vitales: malos resultados académicos, rupturas de pareja, pérdida del empleo, fallecimiento de seres queridos, desahucios, crisis sanitarias…
Las realidades materiales conllevan respuestas emocionales, pero no siempre tienen por qué suponer un sufrimiento o un obstáculo insalvable para la persona. No siempre tenemos que recurrir a un supuesto experto para que nos diga lo que tenemos que hacer. En este sentido, algunas orientaciones dentro de la psicología ya llevan décadas planteando que los verdaderos expertos en sí mismos somos cada uno de nosotros y nosotras.
Desde ese planteamiento, lo que tenemos que preguntarnos –como individuos y como colectivos– es qué sabemos hacer para afrontar los momentos difíciles. Llevamos haciéndolo toda nuestra historia. Por supuesto no podemos hacerlo en solitario, necesitamos de los demás, del apoyo mutuo y la solidaridad que estos días se asoma a los balcones y a los patios de vecinos. Necesitamos saber que otros están ahí, pasando por lo mismo, y que cuando todo esto pase, la mayoría de ellos seguirán ahí.
No nos agobiemos con hacer cosas, con estar ocupados, con ser creativos o con evadirnos de toda información. Cada cual deberá explorar qué le ayuda en esta nueva situación, a quién necesita recurrir y qué pasos puede dar para mantener lo cotidiano más o menos en su sitio. Cuando todo pase, la vida seguirá, vendrán más pérdidas, más crisis; también más oportunidades e ilusiones. Quizás hayamos aprendido algo de esta pandemia, o quizás no. La única certeza es que seguirán sucediendo cosas en nuestras vidas, y tendremos que hacer frente a ellas con lo que tengamos a mano.