Los socios/as escriben
‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 16.
Decimosexta entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.
Hola mamita:
¿cómo estás? ¿Cómo están tus articulaciones? ¿Te cuida Martin? Aunque supongo que él tampoco está para muchos esfuerzos. Te extraño mucho. Te confieso que intento no acordarme de ti, porque me preocupo mucho y sé que desde aquí no puedo hacer nada. Espero que te siga llegando la ayuda.
Sigo en España, pero te escribo para que sepas que estoy bien. O lo bien que se puede estar aquí. La Supremacía es ecocida y su capitalismo es opresivo, pero he pasado un año viviendo bajo el fascismo y ya veo el ecocidio como un mal menor.
He encontrado trabajo de limpiadora. El trabajo es una paliza diaria y el sueldo es una porquería. Cuando te dejé era una estudiante pobre pero una adolescente mimada al fin y al cabo. Y entre anarquistas trabajé muy duro, pero siempre en libertad. Hacer lo que una quiere, por responsabilidades libremente asumidas, pues no es lo mismo, aunque te emplees a fondo cada día. Después de media vida me hago por fin una idea de lo que es vivir del trabajo asalariado, y te compadezco. Y me doy cuenta de lo mal que está el mundo.
No entiendo la sociedad de aquí. Ecológicamente parecen tener sentido. Se llaman a sí mismos conservacionistas, y son todos mimos a la tierra y al mar. Las noticias no dejan de platicar de trabajos públicos faraónicos para mantener sano al Mediterráneo: desde Gibraltar, el Ebro y Ródano al Mármara-Bósforo y al Canal de Suez. Salvo por la forma de platicar y por cómo enfocan las cosas, en cierta medida podría pensar que estoy escuchando un reporte sobre la interasamblea de Chiapas. En cambio, socialmente están locos. Todo lo que tienen de amor y cuidados al medio ambiente, supuestamente para el bienestar de generaciones futuras, lo tienen de opresión a las generaciones presentes. Las campañas de propaganda sobre «Orden y Seguridad», que quieren decir «obedece al que lleva el uniforme y la pistola», pero también el día a día de orgullo patriótico-mítico, basado en el desprecio al extranjero. Odio-miedo a «los moros», odio-desprecio a portugueses y «sudacas», odio y sentimiento de inferioridad hacia los «gabachos», y la pesadez de los chistes tipo «van un alemán, un inglés, un francés y un español…». Me parece que el Estado se comporta con el paternalismo autoritario del padre que, sin saber de nada, piensa que entiende de todo e impone su criterio a gritos, a golpizas. Y sus súbditos, cargados de indefensión aprendida, sacan orgullo de donde no puede haberlo, del «yo soy español, español, español».
Hecha ya a una sociedad anarquista, me duelen especialmente las jerarquías. Ver constantemente a personas agachando la cabeza ante otras personas. No la humillación del dinero o el poder que había a veces en la Supremacía, o las muy ocasionales humillaciones personales de las tierras libres, sino por sistema, por jerarquía. Es agotador, es deprimente. Lo entiendes, claro, porque la violencia es como el polvo aquí, que lo llena todo. Gritos, enfados, lloros desgarradores por las noches. Miedo en las casas y miedo en las calles. Y carne en los platos.
Lo del polvo te lo digo porque aquí no está lloviendo nada, pero no es solamente que lo diga yo, que vengo acostumbrada de siempre, del clima de mi infancia en NY o de mi juventud en NTec. Las valencianas que conocí en este año largo que llevo aquí platican y no callan de lo terrible que es esta sequía. Se quejan más las más mayores, porque se ve que cada vez llueve menos: ahorita está lloviendo la mitad que hace 20 años. Un tercio de lo que llovía hace un siglo, antes de que empezara a romperse el clima. Pero afecta a todos, porque la huerta valenciana y murciana se han ido moviendo a Cataluña y sur de Francia, mientras que esta zona se ha andalucificado.
Otra curiosidad que sí te hará gracia: ¡aquí hay televisión en las casas, como me contabas que pasaba hace cien años! Es uno de los entretenimiento principales para la gente. Te parecerá un atraso, pero recuerda que en los territorios libres lo que teníamos eran radios. En realidad es un asunto más de sociología que de tecnología. En NY supongo que todo el mundo sigue enganchado a internet, con sus bases de datos y sus algoritmos compitiendo por vender lo máximo posible a cada cliente. En NTec y en el resto de las tierras libres tenemos nuestra querida radio comunitaria, órgano de participación y cohesión para colectivos pequeños. Y aquí en Valencia tenemos la tele, el organismo de propaganda estatal, pacificadora y uniformizadora de pensamiento. Tres menús distintos de comunicaciones de masas para tres regímenes políticos: comida chatarra, comida casera, rancho militar.
R no vive conmigo ahorita. Está con sus propios proyectos.
Comparto piso con V, una compañera del trabajo, aunque nos vemos poco porque ella hace el turno de noche. El piso es miserable. Más pobre que tu pisito, y más pequeño, o quizá lo recuerdo más grande de lo que era, porque soy yo la que creció desde entonces. Duermo en el sofá, frente a la tele, encogida en invierno y con las piernas colgando por fuera en verano. Por la ventana silba el viento cuando hace aire, y entra el agua a cataratas cuando llueve. Me entretengo buscando formas de plantas y animales en las manchas de moho negro que sale bajo la ventana.
Te gustaría la trenza de V. Es plana, ancha y mucho más trabajada de lo que me parece razonable. No sé cómo le dan las horas. ¿Cuántas horas a la semana le llevará mantener así de cuidado el pelo? ¿Más o menos que los brazos y los muslos? También los tiene anchos y muy trabajados. Creo que sobrevive a base de pastillas de cafeína.
Lamento mucho no darte más detalles de nada. Es la costumbre aquí, ser muy discretos con la correspondencia.
Te llevo conmigo, al otro lado del océano,
M