Análisis

El coronavirus da un vuelco a la campaña en Galicia

Análisis del panorama político gallego de cara a las elecciones del 5-A, cuya campaña electoral se ha visto afectada por el aumento de los contagios por coronavirus.

Gonzalo Caballero, candidato socialista a la presidencia de la Xunta y principal adversario de Núñes Feijóo (actual presidente, del PP), al frente de un grupo de militantes en un acto en Ourense el mes pasado. Imagen: PSdeG-PSOE.

Las portadas de todos los periódicos gallegos amanecieron este miércoles con la misma información: el coronavirus amenaza la celebración de las elecciones del 5-A. De repente, la campaña electoral dio un vuelco en el país que (casi) nunca se mueve.

Alberto Núñez Feijóo, el presidente del gobierno del PP en la Xunta de Galicia, a quien las encuestas advierten que tendrá difícil alcanzar la mayoría absoluta —y no tiene otra forma de seguir gobernando— se apresuró en sembrar la duda sobre la oportunidad de celebrar los comicios en medio de la crisis del coronavirus. La oposición no tardó en reaccionar. Gonzalo Caballero, un profesor de economía en la Universidad de Vigo con un liderazgo aún por consolidar en el PSOE y en la política gallega, se puso el martes en manos del Gobierno central y este miércoles llamó “a mantener la actividad política por salud democrática” mientras avanzaba que su formación “adaptará la campaña para trabajar más en proximidad y a través de los medios de comunicación y las redes sociales”.  Caballero quiere que haya campaña y votaciones, porque las encuestas sitúan al PSOE como segundo partido, pero la suma de escaños que alcanzarían los socialistas con los de Galicia En Común y el BNG (Bloque Nacionalista Galego) podría llevarlo a la presidencia.

“En España tenemos experiencia en celebrar elecciones en situaciones complejas, como después del atentado del 11M o en el País Vasco bajo la amenaza de una banda terrorista”, argumentó el candidato socialista. Por su parte, el BNG, que desde el lunes y hasta el mismo martes por la mañana solicitaba la comparecencia del gobierno gallego en funciones en sede parlamentaria, rectificó a media tarde y se ofreció “a colaborar para frenar esta crisis”; mientras que Galicia En Común llamaba desde sus redes sociales “a mantener la calma” y seguir las indicaciones de los responsables sanitarios.

“¿Y si aparece el coronavirus en campaña?”, se preguntaba este lunes Miguel Anxo Bastos, del departamento de Ciencia Política de la Universidade de Santiago de Compostela, al ser entrevistado para este reportaje. El asunto coronavirus surgió al día siguiente con fuerza, con los partidos en pre-campaña, atendiendo sus propias urgencias. “Nos ajustaremos a lo que establezcan los gobiernos, tendremos que rediseñar la campaña con actos más pequeños, y multiplicar nuestra presencia de proximidad para intentar llegar a mucha gente. También serán importantes los medios audiovisuales”, explicaba hoy mismo Xoaquín Fernández Leiceaga, quien en noviembre pasado cedió la portavocía parlamentaria a Gonzalo Caballero para concentrarse en la preparación de la campaña socialista. Leiceaga, que en 2016 compitió contra Feijóo por la presidencia de la Xunta, señala el impacto directo de la crisis del coronavirus en una de las claves de la campaña: conseguir la movilización del electorado.  

Las encuestas

Las encuestas de precampaña en las elecciones autonómicas en Galicia anuncian una competición muy reñida hasta el mismo domingo de las votaciones. En realidad, sólo hay dos posibles resultados: o gana Alberto Núñez Feijóo, o pierde. El país que casi nunca se mueve, se mueve en esos parámetros: o la derecha heredada del franquismo con estructuras clientelares bien asentadas, o una izquierda fragmentada ideológicamente que necesita coordinarse en un proyecto común. “En la práctica la alternativa a Feijóo ya existe: está en el Gobierno en Madrid y en las diputaciones de tres provincias, y está funcionando bien”, indica Fernández Leiceaga. “Estamos en un escenario distinto al de las últimas dos convocatorias de Feijóo. Ahora hay un gobierno de coalición en Madrid, y hay que recordar que el PSOE nunca accedió al poder en Galicia sin un gobierno socialista en Madrid”, explica Marta Lois, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas en Santiago de Compostela y concejala de Compostela Aberta, una de las formaciones asociadas con Podemos y Esquerda Unida para las autonómicas. 

De cuando en cuando, el país que casi nunca se mueve suelta un latigazo. Sucedió unos cuantos meses después de aquel accidente del Prestige. Podría suceder de nuevo cuando la contestación social a los recortes sanitarios y a la incomparecencia del gobierno en la gestión de la transición ecológica que está dando el golpe de gracia a los últimos restos del sector industrial gallego ha devuelto el malestar a la calle. La lucha contra los recortes vivió un momento álgido cuando, después de un mes de encierro y protestas, un grupo de vecinas de Verín (Ourense) logró que la Xunta repusiera en el Hospital comarcal el servicio de partos que había decidido suprimir. 

Núñez Feijóo busca su cuarta mayoría absoluta. Hasta ahora, el PP no ha encontrado otro modo de gobernar la comunidad. Fraga logró tres mayorías absolutas entre 1989 y 2001. Cedió el gobierno en 2005 tras el levantamiento social que siguió al Prestige. El PP nunca logró recuperar todo el poder institucional del que gozó Fraga, pero volvió a conquistar la Xunta en 2009 y la mantuvo en las sucesivas elecciones con mayorías holgadas. 

Ahora las encuestas sitúan a Feijóo en la frontera de los 38 escaños (en un Parlamento de 75) y la oposición echa cuentas. Entre ellos se produce la otra carrera. El PSOE, histórica segunda fuerza en el Parlamento gallego en las tres últimas décadas, y el BNG, tercera –sólo una vez se intercambiaron las posiciones–, rescatan los votos que alimentaron el ascenso de la izquierda rupturista, que en Galicia nació como una escisión del BNG en 2012, propició después la irrupción de las mareas municipalistas en los grandes ayuntamientos en 2015 y llegó a situar a la coalición En Marea como alternativa a Feijóo hace cuatro años.

El desplome de la alternativa de 2016

Entonces, en aquellos meses convulsos entre las generales de diciembre de 2015 y las autonómicas de septiembre de 2016, el PSOE y sobre todo el BNG se vieron desplazados en su rol de antagonistas al PP. En Marea se colocó como segunda fuerza, pero fracasó en su campaña de conquista rápida del poder. Luís Villares, su líder entonces, ni siquiera se presentará ahora a las elecciones después de separarse a mitad de legislatura de sus antiguos socios. El llamado espacio de unidad popular saltó por los aires. Y ya en 2019, la curva de la campana de los votos comenzó a descender. En abril, sin el apoyo de sus socios municipalistas y nacionalistas, Unidas Podemos se presentó las generales y resistió por encima de la barrera doscientos mil votos en Galicia (aunque perdió tres de sus cinco asientos en el Congreso). En mayo se difuminó el poder local de las mareas. Y en noviembre, de nuevo en solitario, Unidas Podemos cayó por debajo de aquella barrera.

“Es cierto que las dificultades internas conllevan cierto castigo electoral. Pero hemos dado otro paso adelante y volvemos a ir unidos”, opina Marta Lois, y explica cómo el nuevo espacio ha quedado configurado por “dos almas”: una apegada al nacionalismo y al municipalismo; otra vinculada a una izquierda “socialmente innovadora y con nuevas narrativas”. “Somos plurales y diversas”, resume.

Pero las perspectivas no son nada halagüeñas para Galicia En Común, la marca que reúne a UP con Anova (lo que queda de aquella escisión del BNG en 2012) y los restos de un municipalismo (mareas como Compostela Aberta o la coruñesa Marea Atlántica) que alcanzó las instituciones sin músculo en la calle y, ahora, sin aquellas, es apenas un eco en la política gallega. Su peso político en la reconstituida coalición es escaso. Pablo Iglesias tuvo que echar mano de un parlamentario en Madrid, su hombre de confianza en Galicia, Antón Gómez-Reino (40 años, el más joven de los aspirantes), para liderar la candidatura. Las negociaciones para formalizar la coalición terminaron con Martiño Noriega, líder de Anova, ex alcalde de Compostela y eterna promesa del nacionalismo, relegado a la tercera posición de la lista por A Coruña donde ni siquiera tiene garantizado su escaño.

La precampaña tampoco ha comenzado bien. Iglesias y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, una de las políticas que más había contribuido a cohesionar aquel espacio rupturista desde Izquierda Unida antes de dar un doble salto a Madrid y a la órbita de Iglesias, protagonizaron el primer acto público a finales de febrero en A Coruña sin Noriega y los municipalistas en el mitin. Estos, comparecieron por su cuenta una semana después, también sin ningún líder de Podemos visible.

Así las cosas, las encuestas pronostican un derrumbe notable del voto a Podemos en los comicios del 5 de abril. Si En Marea llegó a sentar a 14 diputadas y diputados en el Pazo do Hórreo, la sede del Parlamento gallego, ahora los sondeos rebajan esa cifra a la mitad.

Ganancia para el PSOE, que de 14 escaños podría pasar a más de 20, no muchos más, según las previsiones. Y ganancia para el BNG, que recupera voto desde la izquierda y cuadros. El primer golpe de efecto en precampaña lo dieron los nacionalistas al presentar como número tres por Pontevedra a Alexandra Fernández, ex socia de Podemos y muy crítica en su etapa como parlamentaria morada en Madrid.

La incógnita Caballero

Al PSOE parece faltarle el tirón de un líder consolidado. Gonzalo Caballero, profesor de Economía en la Universidad de Vigo, sobrino del alcalde socialista de Vigo, pasó de las tertulias a la secretaría general del partido en Galicia y de ahí al Parlamento en un proceso acelerado por la necesidad de presentar una alternativa a Feijóo. En sus pocos enfrentamientos parlamentarios en estos últimos meses, el presidente gallego consiguió rebajar todavía más el perfil de Caballero. “Para mí, es un buen candidato, pero nace un tanto tutelado, sin demasiado poder dentro del partido. Además, Madrid, el Gobierno socialista, no está tratando especialmente bien a Galicia”, apunta el profesor Miguel Anxo Bastos. “Al PSOE le sucede lo de siempre, si en Madrid va bien, aquí en Galicia entra en un ciclo alcista; pero también, como siempre, no tiene un proyecto claro de país y su líder gallego aparece ensombrecido por un alcalde que frena ese proyecto de país, en este caso, su propio tío, Abel Caballero”, explica David Rodríguez, autor del ensayo ‘O canastro sen tornarratos’ (2018) en el que describe el fracaso de la emergencia ciudadana en la política gallega de estos últimos años. 

“Nosotros queremos que en campaña se hable del balance de gestión del PP”, dice Fernández Leiceaga, responsable de la estrategia socialista. “El PP intentará que no se hable de ello porque su balance es pésimo: hay el doble de parados y más familias con todos los miembros en paro que cuando Feijóo llegó al gobierno; el fracaso en servicios es especialmente grave en sanidad, pero también en otros; y en política de vivienda su nota es un cero absoluto, siendo esta una de las claves para mitigar la expulsión de jóvenes y la regresión demográfica”.

De eso iba la campaña socialista hasta que el coronavirus entró en la agenda política. Pero Leiceaga cree que los sondeos marcan dos tendencias que serán difíciles de contrarrestar por el PP ocurra lo que ocurra en las próximas semanas: “es posible el cambio, y el cambio estará protagonizado por Gonzalo Caballero y el PSOE”.

Para David Rodríguez, el liderazgo de Caballero “está por construir”, pero sin embargo los socialistas podrían beneficiarse del “buen momento” del PSOE en el plano estatal. El ensayista aprecia otras contradicciones a futuro: “Abel Caballero, el alcalde de Vigo, puede arrastrar votos para su sobrino, pero actuará de contrapeso para que este pueda desenvolver un proyecto de país”. 

Rodríguez, próximo a las mareas municipalistas desde su nacimiento, se sitúa hoy en la órbita del BNG, a donde regresan cuadros y, parece, también votantes. 

Lanzada por esa espiral positiva, Ana Pontón (42 años), parlamentaria autonómica desde 2004 y el activo en el que concentran todas sus fuerzas los nacionalistas, ha dedicado la primera parte de la precampaña a intentar convencer a las gallegas y a los gallegos de que puede ser la primera presidenta nacionalista de la Xunta. 

El factor Pontón

Las encuestas lo descartan por el momento, aunque el ascenso del BNG es notable en todas ellas y apuntan a que, cuando menos, superará los diez escaños. “El BNG aparece como un partido cohesionado y serio frente a lo que ha acabado por convertirse aquella alternativa federalista-nacionalista. Se ha renovado y rejuvenecido en sus caras públicas”, constata Rodríguez, antes de advertir que la izquierda necesitará cierta “coordinación” durante la campaña para “dar la sensación de que existe una alternativa a Feijóo que pasa por un gobierno PSOE, BNG y Galicia En Común. Independientemente de cómo llegue cada uno, necesitan contrarrestar esa sensación de caos que dejaron Podemos y las mareas y que intenta aprovechar el PP metiendo miedo a los votantes”.

El programa de las izquierdas está implícito en la acción de la oposición durante estos años, en propuestas concurrentes contra las políticas del PP que esta misma semana ha vuelto a poner por escrito Antón Sánchez, ex portavoz parlamentario de la coalición En Marea. “La campaña debería de dirigirse más a visualizar esta alternativa que a otros objetivos. La gente que quiere cambio es mayoría en Galicia, como se viene demostrando en todas las últimas convocatorias electorales, pero para movilizarse quiere ver que sí hay una alternativa posible”, reflexiona en un artículo en Sin Permiso.  

El programa está implícito, pero el liderazgo de la izquierda está en discusión, y hasta que se recuenten los votos Ana Pontón no pierde la esperanza de que las urnas premien su constante pelea en el Parlamento para convertirse en la antagonista a Núñez Feijóo. El presidente sólo ha parecido dudar ante ella, en especial en debates en los que la nacionalista centró la cuestión en los derechos de las mujeres, hasta provocar alguna salida de tono del habitualmente recatado Feijóo. El feminismo ha despertado en Galicia en los últimos años como punta de lanza en la batalla por los cuidados y contra los recortes en los servicios públicos. Incluso el movimiento se atribuye el logro de que Vox no haya obtenido ni un solo cargo público en la comunidad. 

Pontón, que ha trabajado ese perfil también en su equipo de colaboradoras, ha tenido que abandonar su permiso de maternidad para meterse en campaña. Después de evitar el naufragio del BNG en 2016, ahora protagoniza una resurrección del nacionalismo histórico a base de simpatía, solvencia parlamentaria y un discurso de país reivindicativo en el que se han ido atenuado elementos de clase e identidad.

Hasta el momento, las encuestas dicen que Gonzalo Caballero tendrá más votos y que Antón Gómez-Reino, con menos tablas en la política gallega para una carrera que quizá le llega demasiado pronto, deberá concentrarse en la consolidación de Podemos en la comunidad. “Un espacio que ha entrado en declive”, opina David Rodríguez. “Un espacio imprescindible que responde a un voto joven, femenino y de izquierdas que quizá ya no es el principal motor del cambio como pudo serlo en 2016, pero será un motor, y no menor, en este 2020”, matiza Marta Lois. 

Las dinámicas de voto en las ciudades, donde la izquierda ostenta el poder institucional, serán claves para PSOE, En Común y BNG. Las dos provincias atlánticas reparten el mayor número de escaños (A Coruña, 25; Pontevedra, 22), pero es mayor el peso relativo de Ourense y Lugo (14 en cada circunscripción), donde el PP acostumbra a garantizar una movilización masiva y casi el 60% de los asientos de su mayoría parlamentaria. 

Cada vez que el país se ha movido en un latigazo lo ha hecho a partir de una movilización masiva del voto urbano y de las áreas metropolitanas de la izquierda. Sucedió en abril y en noviembre de 2019. Sobre todo en abril, cuando el PSOE sumó por primera vez en unas generales más votos que el PP.

«Ganará, y con ventaja»

Consciente del enorme desgaste de la marca PP en todo el Estado, pero también en Galicia, Alberto Núñez Feijóo empezó hace años a imprimir un tono cada vez más personalista a sus campañas electorales y, a base de insistir, ha conseguido convencer a sus simpatizantes y a la opinión pública de que el PP es en Galicia un partido distinto al que es en el resto de España. No ha tenido tanto acierto a la hora de aproximarse a la figura paternalista que representó Fraga para buena parte del electorado. Entre otras cosas porque Fraga estaba de vuelta y el, Feijóo, ha estado a punto de irse (a Madrid) al menos un par de veces. 

Feijóo también ha tenido que lidiar con el desgaste de casi once años de gobierno. El PP, al menos en cuanto a políticas públicas, es el mismo que en el resto del Estado. Y se ha dedicado en estos años a debilitar los servicios públicos de sanidad y educación, a favorecer el acceso de compañías privadas a los recursos naturales del país y a mirar para otro lado delante de la precarización del empleo y la pérdida de hablantes de gallego, entre otras cuestiones. Frente a estas políticas, ha estado la calle, una oposición vecinal y de colectivos profesionales muy tenaz. 

“El PP llega tocado, le ha tocado gestionar la crisis y hay un descontento social evidente”, opina David Rodríguez. “Pero tiene una enorme capacidad para resistir, tanto por su maquinaría como por el apoyo de todos los grandes medios de comunicación”, matiza. “Ganará las elecciones”, dice Miguel Anxo Bastos, “y lo hará con una gran ventaja porque agrupará todos los votos del centro derecha. Ciudadanos ya demostró que no tenía proyecto distinto al reclamar un pacto antes de las elecciones, y Vox ni se ha preocupado de perfilar un candidato y un programa para gobernar la Xunta”. 

Feijóo sabe que ha perdido la calle, pero controla los tiempos y los medios. Adelantó los comicios para hacerlos coincidir con las elecciones vascas en cuanto Íñigo Urkullu anunció la fecha. Quiere al PP estatal ocupado en otros asuntos. De paso, dejó sin tiempo al nuevo Gobierno Sánchez-Iglesias para acordar unos presupuestos y regar con anuncios la campaña gallega. La Xunta se reservó el papel de proveedor estos días desde una radio y televisión públicas rígidamente dirigidas y en las que un tercio de la plantilla mantiene desde hace dos años acciones de protesta semanales para denunciar la manipulación informativa. Sólo dos denuncias del BNG han obligado al PP a retirar sendas campañas partidarias que incurrían en demasiadas similitudes con la propaganda institucional.

Esa ha sido una constante de la política de comunicación de los populares, identificar al PP con la Xunta después de haberlo convertido “en el partido que más se parece a Galicia”: la imbricación perfecta del partido con el aparato de la administración, o, como lo llama Xosé Manuel Beiras, líder histórico del nacionalismo y agitador de la política gallega desde su ruptura con el BNG en 2012, “el régimen de partido único”.   

Beiras reapareció estos días en la esfera pública para advertir de la derrota de las izquierdas tras la ventana de oportunidad que se abrió en 2015 y señalar que esta nueva fase de estabilización del Régimen del 78 será larga. En realidad, Galicia ha estado en manos de la derecha desde 1985 con apenas un par de intervalos bajo presidencia socialista. El último, entre 2005 y 2009.

“Si se parecen a algunas anteriores, yo diría que estas elecciones, tal y como se plantean hoy, son más parecidas a las primeras de Feijóo que a las últimas de Fraga”, señala Miguel Anxo Bustos. “Fraga estaba de salida; Feijóo, no lo está”. En 2005, Fraga no pudo resistir al malestar social ni contrarrestarlo a través de un poder institucional (grandes ayuntamientos, diputaciones) que el PP había perdido. En 2009, PSOE y BNG fracasaron en vender una notable gestión de gobierno en Galicia o la gestión de Zapatero en Madrid,  y se vieron atrapados en una campaña electoral muy bronca que acabó decantando las elecciones del lado de Feijóo. En ambos casos, la diferencia fue 1 escaño.

Feijóo llega al 5-A sin más poder institucional que la Xunta: con el Gobierno central, los principales ayuntamientos y diputaciones en manos del PSOE. Y con la calle en contra, pero con unos medios de comunicación, tanto públicos como privados, bien atados y acompañando la doble estrategia del PP estos días. Por un lado, el PP alienta el miedo a una coalición de socialistas, nacionalistas y Podemos; por otro, llama a los votantes de Vox a concentrar el voto de derecha en Feijóo. El PP trata de garantizar la total movilización de su electorado. Y, aún así, podría no bastarle… 

El lehendakari Íñigo Urkullu, de nuevo en involuntario apoyo de Feijóo, ha pedido esta mañana que se analicen las posibilidades legales de aplazar las elecciones vascas ante la crisis del coronavirus. Igual que encontró en el adelanto vasco la excusa para determinar la fecha de unas elecciones gallegas que no podía retrasar más por el deterioro del PP, ahora Feijóo puede tener en Urkullu un aliado para aplazarlas hasta después del verano, y trabajar para que las encuestas le sean entonces más favorables. 

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