Opinión

Cuestión de tacto: reacciones epidé(r)micas

Puerta cerrada de un colegio en Madrid durante la pandemia de COVID-19. REUTERS/Sergio Pérez

Decía Jean Paul-Sartre que la fuente del miedo está en todo aquello que no es sólido o, dicho de otro modo, en aquello que no podemos retener voluntariamente entre las manos. Quién le hubiera dicho que el miedo puede surgir de lo que se aloja azarosamente en la piel, en nuestra epidermis, de lo que se aferra a ella sin nuestro conocimiento, una entidad microscópica inasible para nosotros (aunque nosotros sí lo seamos para ella), que se acrecienta con el contacto con otros cuerpos y que se transforma en pánico a través de otro tipo de transmisión que se relaciona con otro modo de tocar, el del tacto o, mejor dicho, con el de la falta de él. Esta situación, la de la epidemia que es ya una pandemia, es una cuestión de tacto: del tacto de decir, de saber leer las situaciones para tomar medidas, del tacto de saber transmitir las razones y de hacer comprender. Va de manos que se estrechan “metafóricamente” y que se cuidan entre sí para proteger no únicamente lo propio, sino lo común o, mejor, de hacer entender que si hemos de cuidarnos no es por nuestra propia vida sino porque cuidando nuestra salud cuidamos algo mayor: los demás, ya sea en su inmediatez ya sea con mediaciones a través de la salud pública. Porque se trata de eso: no de un literal lavarse las manos para no contraer el virus (mi salud), sino de no lavárselas metafóricamente para hacernos responsables de lo común, es decir, de lo nuestro (salud pública). No, no hay que quedarse en casa para no sucumbir, sino para que no sucumba el sistema sanitario. Y esto hay que hacerlo ver con tacto y mano izquierda. 

La madurez de una sociedad puede medirse por el modo en que cuida del todo sin despreciar cada parte. Y de cómo afronta las tragedias sin convertirlas en farsa. En Primero como tragedia después como farsa, Zizek, para dar cuenta de los fallos morales, políticos y económicos del siglo XX enmarca nuestro tiempo con dos acontecimientos: el 11S y el colapso financiero del 2008. Quizá con el COVID-19 y la crisis climática comprendamos no sólo estos fallos, sino bajo lo que ellos subyace: nuestra forma de concebirnos ontológica y epistemológicamente como entes aislados sin atender al sustrato material que nos engloba. El egoísmo no nos llevará a ningún sitio. Es hora de ponernos manos a la obra. Y de practicar la responsabilidad cívica. No estamos solos. Nunca lo hemos estado en realidad. A nuestro pesar incluso, nuestros destinos están entrelazados y son interdependientes. Y eso, que somos interdependientes, y que la vista parece paradójicamente no haber visto, quizá sólo pueda ser percibido en toda su dimensión por el tacto. Si Tomás, según cuentan las Escrituras, necesitó tocar la llaga de Cristo para creer en su resurrección, nosotros hemos de pensar en esa mano que toca para ser conscientes de nuestra conexión. 

Pensamos en las manos, en lo que son, en lo que implican. Son la constatación de que estamos en el mundo como cuerpos entre otros cuerpos, orgánicos e inorgánicos, y que, lejos de estar aislados y cerrados en sí frente a otros, formamos parte de una red porosa de interacciones constantes e inevitables. Si la piel se compacta y los poros se cierran, morimos. Lo mismo nos sucede como ciudadanos. Con las manos aprehendemos el mundo: lo captamos y así decimos que algo “está al alcance de la mano” cuando podemos cogerlo o lograr un objetivo. Las manos “dan forma” a nuestras relaciones. Nos acariciamos o golpeamos. A veces no queremos ni tocar a alguien. Con las manos sentimos la piel del mundo y el latido que tras ella yace. Son el medio a través del cual nos relacionamos con el mundo: damos la mano, tendemos la mano, echamos una mano, quitamos la mano, venimos de la mano… Y eso, que nos chilla el lenguaje en su uso y que queda invisibilizado en el pensamiento, nos indica que estamos en el mundo no como mentes racionales independientes que flotan en el aire sin contacto con nada ni nadie, sino que somos cuerpos que hacen mundo insertos en un todo desde el aire que respiro hasta la mano que le tiendo. Somos cuerpos entre otros cuerpos, materia entre materia, mundo en el mundo: una red física, material y tangible. Somos seres interdependientes que han descuidado demasiado tiempo el cuidado del nosotros. El “inter” es el espacio material, físico y afectivo que nos reúne y que se cuida mediante el tacto.  Todos tenemos tacto, aunque solo algunos son capaces de sentir al otro. Quien lo hace sabe tratar los temas, tiene en cuenta el contexto y los presenta con el matiz apropiado para que sean entendidos. Tangere es, por eso, saber tocar un tema para ponerlo en contacto con quien nos escucha. 

Lanzar mensajes catastrofistas no ayuda a construir mundo. Ayuda a deshacerlo. Hacer historia generando histeria no es una buena forma de afrontar una crisis. Ciertamente tendemos a la tragedia, pero deberíamos cuidarnos mucho de no convertirla en farsa cuando se emplean los mensajes más exagerados de alerta —que apelan, normalmente, a nuestra propia y singular vida y acomodo— para poner en marcha un protocolo de actuación ante una epidemia. Así se lance el mensaje, así será la reacción de una población que pasa de la alerta a la alarma, de la preocupación a la histeria. Y la histeria del gr. hystera (matriz) engendra encarnaciones de la desmesura que obturan el pensamiento. Monstruos los llamaban es la Antigüedad. Como hacer acopio de víveres para sobrevivir en un escenario apocalíptico. Mi salud, mi beneficio, mi despensa, mi papel higiénico. Estar en alarma, término que procede del italiano, es estar a las armas (all-arme). ¿Contra quién? ¿Contra un virus que vive en nuestro cuerpo? ¿Contra nosotros mismos? ¿Contra los otros? ¿Contra quien nos quite el papel higiénico? Si con tacto y mesura se explican las medidas, con  calma y prudencia se entenderá que en una epidemia no se trata de un sálvese quien pueda individual, sino de reaccionar junto a y para los otros por la salud pública. 

Epidemia, antes de ser relacionada con una enfermedad, se empleaba para referirse a un pueblo (demos): era por tanto, así lo emplea Hipócrates en sus Epidemias, la población que iba encontrándose durante sus viajes y que tenía distintas afecciones. De volver a este sentido antiguo, pandemia significaría lo que afecta a todo (pan) un pueblo (demos). Y que, por tanto, requiere de medidas que velen por la comunidad. Que estemos ante una pandemia no significa que cualquier persona en cualquier lugar puede infectarse y que por eso sea mejor quedarse en casa, sino que incumbe a todos por igual y que juntos hemos de afrontarlo para no agravar la situación con el colapso del sistema. Las reacciones epidémicas, así entendidas, deberían ser epidérmicas, es decir, de aceptación de que vivimos piel con piel y eso, lejos de ser fuente de infección, es lo que nos permite sobrevivir. Solos no somos inmunes.

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Comentarios
  1. Reflexão muito precisa e pertinente. Estamos todos com medo, mas a vida segue e há de recuperar a todos, de um jeito ou de outro.

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