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La nueva revolución ‘verde’ sin agricultores
El autor reclama un modelo de agricultura agroecológica, con campesinado y vinculada a los mercados locales frente al capitalismo verde.
La actual crisis de precios, o mejor dicho, la crisis de rentabilidad que vive el campo en el Estado español, no es si no la punta del iceberg de un modelo de producción y distribución que agoniza, un modelo basado en el petróleo barato, que no puede ofrecer respuestas para una de las preguntas críticas del siglo XXI: cómo alimentar a una población creciente en el mundo con el reto del cambio climático.
Pero no solo eso, sino que después de décadas, finalmente las grandes potencias internacionales han dado al botón de arranque de las políticas contra el cambio climático, que afectará a todos los sectores, y como es obvio la agricultura y ganadería es uno de los obligados a emprender un proceso hacia la transición ecológica.
Esto, a priori, podría suponer una esperanza para toda la ciudadanía en general y especialmente para los agricultores, por cuanto podría conllevar el abandono del actual modelo, este mismo que los arruina. Y emprender la transición a un modelo de producción de alimentos basado en sistemas agroecológicos, diversificados y de temporada, ligados a mercados locales y por tanto menos demandantes de energías fósiles e industria petroquímica. Sin embargo, los agricultores de toda Europa lo ven como una auténtica amenaza, por cuanto se trata de incorporar nuevos costes y estándares en una situación donde las cuentas ya no salen.
Y su intuición puede no estar desencaminada porque al leer los diferentes documentos, políticas y planes queda claro que lo que se viene no es un escenario de transición ecológica de apoyo y acompañamiento a la agricultura de pequeña escala para su transición ecológica, sino, más bien, un escenario que busca la financiación de la “segunda revolución verde” o, si prefieren, convertir el cambio climático en el nuevo El Dorado para grandes corporaciones del agro y la alimentación. En realidad, no es nuevo, se trata de un proceso que lleva ya años en marcha y que trata de imponer un modelo de agricultura altamente tecnificada y capitalizada. Eso sí, esta vez se trata de una tecnología ‘verde’. En resumen, lo que se ha venido a llamar capitalismo verde. Una forma de lavado de imagen, pero que en absoluto cambia su matriz de producción.
Una vez comprobado que los costes energéticos del petróleo no son sostenibles y que no existe ninguna energía alternativa comparable en tasa de retorno, las grandes empresas han entendido que han de rebajar otro tipo de costes, y ahí aparece el capítulo de la mano de obra. Necesitan sustituir a los miles de agricultores/as por pocos asalariados y una gran inversión en tecnología, tanto a nivel de maquinaria —con el despliegue de tractores autónomos, drones, riego y fertilización inteligente, etc— como en control de datos —sobre tierras, cultivos, bioquímica, etc—, así como un modelo basado en tecnologías digitales de transacción y blockchain. Este es su objetivo.
En resumen, caminamos de manera inexorable, si no somos capaces de revertirlo, a un modelo de agricultura altamente robotizado, digitalizado y que, a diferencia de la anterior revolución verde —la de los años 60—, en esta nueva es necesario contar con agricultores que compraran los distintos insumos desarrollados por la industria en ese momento. Lo que se busca es un campo sin gente. En realidad no estamos viviendo un proceso de “vaciamiento del mundo rural”, sino de una nueva revolución del agro, que expulsa a las explotaciones familiares.
Nos encontramos sin duda en una encrucijada decisiva e histórica, con caminos totalmente divergentes. Y es en este punto en el que los poderes públicos deberían dejar de marearnos y explicarnos realmente en qué estamos. Si estamos por un modelo de agricultura agroecológica, con campesinado y vinculada a los mercados locales o uno de extensión e impulso de una agricultura y ganadería hiperindustrializada y globalizada que hasta la fecha ha demostrado ser un fracaso de consecuencias inaceptables.
El tiempo se agota y sabemos que no podemos seguir insistiendo en subvencionar como hasta ahora los insumos de un modelo agrario agotado, como los costes de combustible, piensos, fertilizantes etc, y alargar la agonía de una agricultura de pequeña y mediana escala dependiente de los mismos. Si queremos evitar esta nueva vuelta de tuerca que amenaza el futuro de nuestra alimentación y mundo rural necesitamos reivindicar una política y una financiación que acompañe la transición ecológica de los modelos actuales intensivos e industriales de la agricultura familiar. Y que el cambio climático no sea utilizado como excusa para financiar a las grandes multinacionales.
Lo que sí que sabemos es que la última línea de defensa para asegurar un modelo de alimentación sana y sostenible es la permanencia de los agricultores/as en el campo, y viceversa. No existirán agricultores en el modelo industrial.
Javier Guzmán es Director de Justicia Alimentaria.