Sociedad

El teletrabajo en ‘La Marea’: una redacción ‘online’ desde distintos puntos de España

En 'La Marea' sabemos desde hace tiempo lo que es teletrabajar. Ahora solo dos de nuestros redactores viven en Madrid. El resto está distribuido entre Barcelona, Sevilla, Málaga y Zaragoza.

El pasado enero, parte del equipo de 'La Marea' se reunió en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) para analizar el nuevo curso.

“Si se escucha algo, es que me estoy haciendo un café”. Con esta frase de nuestro compañero Ignacio Pato, desde Barcelona, ha comenzado esta mañana nuestra primera reunión del día en La Marea. “¿Pero quién está hablando ahora?”, pregunta la jefa, Magda Bandera, desde Vilanova i la Geltrú. “Es la competencia”, respondo yo misma desde Sevilla, que comparto casa con un periodista de otro medio. “Bueno, a ver cómo es el teletrabajo con mis compañeros de piso, que están teletrabajando ahora también”, cuenta Dani Domínguez desde Madrid tras las medidas adoptadas por el coronavirus. «Venga, pues empezamos», dice la directora. Y así, tras estos prolegómenos, hemos comenzado a organizar el día, cada uno desde nuestras casas, en ciudades distintas, como todos los días.

En La Marea sabemos desde hace tiempo lo que es teletrabajar. Lo hacemos desde hace un año, desde hace varios años en el caso de algunas redactoras, colaboradoras y colaboradores. “¿Qué más nos va a pasar? ¡Si ya estamos confinados!», reflexionaba una compañera cuando comenzábamos a vislumbrar las medidas que finalmente se han adoptado para hacer frente al virus.

Cuando nació La Marea, a finales de 2012, la mayor parte del equipo se concentraba en Madrid. Ahora solo dos de nuestros redactores viven en esta ciudad. El resto está distribuido entre Barcelona, Sevilla, Málaga y Zaragoza. A finales de 2018, nuestro casero, quien nos alquilaba la oficina que usábamos como redacción, nos comunicó que nos teníamos que marchar. Le iba a hacer reformas para destinarla a vivienda, o ese fue el argumento que nos dio.

En un primer momento, nos pareció una faena: aunque era una redacción modesta, pequeña y muy distinta a las grandes redacciones de las que veníamos la mayoría, estaba bien ubicada, en el centro de Madrid. Sin embargo, enseguida comenzamos a verle ventajas: “Oye, pues mira, nos ahorramos también el alquiler, que es una pasta». Haciendo cuentas todo el día para poder trabajar. Así que cogimos nuestros trastos, nuestras revistas en papel y nuestras ganas y nos trasladamos a un coworking en el que poder mantener una dirección postal.

“¿Quién llama?”, es casi siempre la primera pregunta del día, que se lanza a través de Slack, una herramienta que tenemos instalada en el ordenador y en el teléfono para comunicarnos. Es, para que nos entendamos, una redacción online. Ahí está todo el equipo. Un circulito verde te permite saber quién está conectado y quién no. Como cuando ves la silla vacía de un compañero o compañera que ha ido al baño. Y al que le toque llamar ese día, coge el teléfono y fusiona a todo el equipo en una misma llamada. A veces hemos usado Skype u otras aplicaciones de conexión a distancia como Whereby o Jitsi. También tenemos infinitos grupos en Telegram, pero la experiencia, al menos en nuestro caso, nos ha demostrado que lo que mejor funciona para ponernos en marcha es la llamada telefónica de toda la vida.

Estas son las pequeñas reuniones de mañana, que en algunos casos se alargan más de la cuenta –en esto no difiere mucho de las presenciales–. Y, simultáneamente, vamos manejando otras herramientas online para enviarnos artículos que nos interesan, enfoques, contactos, etc. Por ejemplo, mientras hablamos por teléfono, estamos viendo en nuestro ordenador el artículo del que estamos hablando en ese momento. Luego, a lo largo del día, cada uno escribe, propone o comenta temas en esa redacción online, o mediante «conversaciones bilaterales», como le gusta denominarlas a la directora. En vez de decir en voz alta «Oye, ya está listo el artículo para subir a redes sociales», lo comunicamos de manera online.

No piensen que todo es mecánico. También hacemos chistes en esa redacción virtual e, incluso, nos felicitamos por nuestros cumpleaños con vídeos, imágenes o audios chorras

A veces se escucha algún niño por ahí, el centrifugado de una lavadora, un gato, el telefonillo del portal… No es fácil teletrabajar –y asumimos unos gastos como luz e Internet por cuenta propia que deberían ser asumidos por la cooperativa– pero está claro que nos permite una mayor conciliación entre vida familiar y trabajo.

Nuestro director de Arte, Xavi Isern, una de las personas que más sufren en los días de cierre del número en papel de La Marea –junto al editor gráfico, Álvaro Minguito–, cree que lo peor del teletrabajo es el «no contacto con humanos». Pero considera que es la mejor y más eficiente forma de trabajar: “Yo controlo mi tiempo, puedo trabajar al ritmo que quiero. Y no tengo a nadie al lado dándome la brasa. Todo esto hace, además, que esté superconcentrado y sea supereficiente. En menos tiempo, hago más curro. Y puedo hacer vida con la familia. Y no me contagio del coronavirus”, dice con sorna.

Dani Domínguez coincide en la flexibilidad: “No tener que pensar en preparar la comida para el día siguiente para llevarla a la oficina. A mí eso me quita carga mental”. Comer en casa también es lo mejor para Eduardo Robaina. Y lo peor, para Alba Mareca, es la soledad; para Patricia Simón, la ausencia de lo «esponjoso» de estar juntos.

Hay algo en lo que también coincide todo el equipo: en ocasiones, cuesta separar vida y trabajo. El ordenador –y el móvil– siempre está ahí, en el salón de tu casa, junto a los juguetes de tu hijo, junto a las conversaciones de tus compañeros de piso, de tu familia, de la ropa por tender. Y algo en lo que existen divergencias, como puntualiza Magda Bandera: el momento que cada uno elige para ir a la ducha.

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