Los socios/as escriben

Lo posible y lo imposible

"La alternativa a esta competitividad destructora es el principio de que los problemas se resuelven mejor cooperando que compitiendo".

La calle Preciados de Madrid en plena campaña navideña. Foto: Fernando Sánchez

“Solo es imposible lo que no se intenta”. Así terminaba mi último artículo, en el que comentaba una afirmación de Juan Carlos Monedero: “Pelear contra el modelo actual (el capitalismo) es una quimera. O sea, que la pretensión de superar el capitalismo es un sueño absurdo.

Considero que ese pensamiento, además de profundamente pesimista, es radicalmente erróneo, y hace más difícil evitar el precipicio al que, según reconoce el mismo Monedero, nos lleva el sistema capitalista. Podemos y debemos luchar contra ese sistema enloquecido que nos empuja al colapso, y si planteamos la lucha en el terreno adecuado, lograremos liberarnos de este sistema criminal.

Es cierto que el sistema capitalista va ganando la batalla, pero, como acertadamente advierte Zygmunt Bauman en una conferencia impartida en junio de 2013 en el Centro Lasalle para el Pensamiento Social, esto se debe al hecho de que la izquierda, la socialdemocracia, ha permitido que la ideología burguesa gane la batalla cultural —aunque, a mi parecer, la izquierda, más que perder esa batalla, lleva mucho tiempo sin darla—.

El hecho es que, como dice Bauman, el imaginario burgués ha triunfado. El imaginario, es decir, cómo nos imaginamos el orden del mundo, qué principios y qué valores orientan nuestra vida. Señala Bauman tres elementos fundamentales de este imaginario: 

El primero es que el crecimiento económico en términos de PIB es una panacea para todos los males de la sociedad. Pero eso sí que es una quimera, porque a nivel científico está suficientemente claro que un crecimiento indefinido en un medio limitado es un absurdo.

La segunda suposición es que la felicidad humana consiste en visitar las tiendas —todos los caminos a la felicidad nos llevan a ir de compras—, es decir, a un aumento del consumo. Eso nos exigiría el quimérico crecimiento ilimitado, pero tenemos alternativas. El mismo Bauman nos dice que no debemos “olvidar otros métodos sencillos, pre-industriales para lograr la felicidad. Y tales métodos ya existían antes”.

El tercer supuesto del imaginario burgués es lo que se llama meritocracia: “La gente se enriquece a través de la honestidad y el trabajo. Si te esfuerzas y trabajas duro, encontrarás sitio en la élite”.

Aparte de la evidente falsedad de este tercer supuesto —está clarísimo que las grandes fortunas no se hacen gracias a la honestidad y el trabajo—,  vemos también que este supuesto está relacionado con uno de los principios claves del sistema capitalista: la competitividad. Lo importante es ser competitivo, eso es lo que te hace triunfar y prosperar. 

Este principio puede ser cierto a nivel individual, el individuo competitivo sale adelante y se enriquece, pero es un desastre a nivel social. Poner la competitividad como norma de vida nos mete en una espiral endiablada en la que no hay compañeros ni amigos, todos somos competidores, adversarios unos de otros. Puede ser que en un momento dado nos interese tener socios en esta batalla de la competitividad, pero cuando hay que repartirse las ganancias si se ha triunfado, o las culpas si se ha perdido, los socios muy fácilmente vuelven a ser competidores entre sí.

La alternativa a esta competitividad destructora es el principio de que los problemas se resuelven mejor cooperando que compitiendo. La naturaleza nos lo enseña muy claramente. La vida no se ha desarrollado porque los átomos compitieran unos con otros, sino porque se unieron formando largas cadenas de las moléculas orgánicas. Estas moléculas se agruparon para formar los seres vivos más elementales, y estos fueron aumentando su complejidad hasta construir las más primitivas células, que en un momento dado se unieron para formar los primeros seres pluricelulares de los cuales descendemos todos los seres vivos. 

Este proceso de complejidad y enriquecimiento de la vida no se ha producido compitiendo unas células contra otras, sino cooperando para formar seres cada vez más complejos hasta llegar a los seres humanos, con un cerebro formado por casi cien mil millones de neuronas que cooperan entre sí y con las aproximadamente 30 billones de células que se unen para formar un cuerpo humano. Cuando un grupo de células dejan de cooperar y empiezan a crecer invasivamente se produce un tumor canceroso, el cuerpo humano enferma y muere.

En la decisiva encrucijada que hoy atraviesa la humanidad, la solución no puede ser la competencia capitalista, el crecimiento canceroso que mata el organismo, sino la cooperación humana. Pero la cooperación humana es imposible con la brutal desigualdad que hoy se da en el mundo. Y para disminuir esa desigualdad es imprescindible desmontar el segundo supuesto del imaginario burgués, el de la felicidad por el consumo. Si nos lanzamos decididamente a dar esa batalla cultural de la que habla Bauman —para la cual tenemos muchas armas a nuestro favor, pues el imaginario burgués está en una crisis cada vez más evidente— haremos posible parar esa marcha hacia el precipicio a que nos empuja el sistema capitalista. La cooperación permitiría poner las enormes posibilidades científicas y técnicas que hoy tiene la humanidad a la tarea de parar el cambio climático y permitir la sostenibilidad de la vida humana sobre la tierra.

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